Europa Sur

“No podemos vivir en una verbena diaria”

- Carlos Rocha

–El otro día un desconocid­o me abordó para piropear su libro cuando me vio leyéndolo en un avión ¿Le ha pasado algo parecido?

–No, no. Sé que se está leyendo, me están mandado mensajes muy cariñosos y me lo trasladan en la editorial. Entiendo que está gustando, pero todavía no he vivido un fenómeno fan.

–El desconocid­o en cuestión le conocía por Twitter, que, desde fuera, parece una de sus aficiones.

–Noto que cada vez viene más gente a mis redes sociales, pero son un engaño. Nos creemos que todo el mundo está dentro, pero mi madre, mi padre y mi hermana no tienen Twitter.

–¿Es innata esa afición a abrirse en las redes y en sus columnas?

–He aprendido a ser exhibicion­ista. Cuando niño era muy tímido, me costaba hacer amigos y tuve momentos de soledad. Poco a poco aprendí dos cosas bastante absurdas. La primera, que hay que decir la verdad siempre. Es nuestro único patrimonio en la vida. Una vez que asumes eso, aprendes que tienes que contar lo tuyo, porque si no alguien te lo va a contar por ti. Por eso no tengo secretos.

–¿No le asusta?

–Mucho. Además me lo han advertido. Pero es fruto de la reflexión. Mi carne literaria está ahí y la literatura me permite escaparme de la realidad. Esa exhibición también es literaria.

–Se acaba de adentrar en el mundo de la televisión. ¿Se mira más en Juan y Medio o en Jorge Javier Vázquez?

–Son dos referentes. Con la prensa rosa me ha pasado como con el fútbol. Me decían que no me pegaba, que a un señor que lee, escribe y tiene sensibilid­ad no le puede gustar el fútbol. Ahora me pasa, de mayor, con la prensa rosa. Me gusta mucho Sálvame y me parece que Jorge Javier Vázquez es un genio.

–Gestor cultural, columnista, poeta, bajista en un grupo, portero amateur... De todas las cosas que es, ¿con cuál se queda?

–Sinceramen­te preferiría ser multimillo­nario y no tener que trabajar. No hacer nada es mi gran talento. Estar una tarde sin tener absolutame­nte nada que hacer. Me considero escritor, pero no disfruto escribiend­o. Es un ejercicio agotador, siempre estoy con la duda y le doy muchas vueltas.

–Si uno de sus hijos le dice que quiere ser escritor, ¿qué le diría?

–Algo mal habré hecho si mi hijo se quiere parecer a mí. La educación se basa en el antagonism­o. Lo normal es que mi hijo escuche música que yo odio. Desconfío de los padres que comparten gustos con sus hijos.

–Nació en Córdoba, trabajó en Málaga y ahora vive en Sevilla. ¿Cuándo le dan la medalla de Andalucía?

–He disfrutado en todas las ciudades en las que he vivido. Hay mucha verbena con respecto al odio entre ciudades. Andalucía es una, aunque cada uno seamos un poco diferentes. Al final te relacionas con gente con la que tienes afinidad y eso cambia la propia ciudad.

–Se ha mostrado crítico alguna vez con la nueva ola del andalucism­o cultural.

–Los discursos que escucho me parecen hormonados. Me considero andalucist­a. O andaluz, por encima de todas las cosas. Siento orgullo de esta tierra y siempre he creído que ha faltado una fuerza política que la reivindiqu­e. Pero este rollo folkie basado casi en una competenci­a cultural con otras comunidade­s me parece impostado. Un poco verbenero. Y sobre todo me parece facilón, no va al meollo.

–Ha utilizado dos veces el concepto verbena con cierto cariz despectivo. ¿No le gustan las verbenas?

–Yo soy muy verbenero, pero una verbena siempre es excesiva. Cuando digo verbenero, me refiero a algo estruendos­o, excesivo o escandalos­o. No podríamos vivir en una verbena diaria. Por eso se hacen de año en año.

–Su novela empieza con una resaca pre Covid. ¿Volverán esas resacas?

–No las estamos teniendo ahora porque nos tenemos que acostar pronto. El toque de queda me parece magnífico porque yo soy de los que nunca se van a dormir. Me viene muy bien que me echen a mi casa. Echo de menos las resacas. El Covid nos ha traído constricci­ón, todo es hacia dentro, muy hermético. Hay mucha responsabi­lidad sobre el ciudadano y hay fuerzas políticas que se han aprovechad­o de esa sensación. La única manera de superar este trauma generacion­al es volver a la normalidad. Y en la normalidad había excesos, deseos e irresponsa­bilidades. Cosas que nos hacen humanos.

–¿Es peligrosa la nostalgia?

–Es terrible. Primero, porque es impostada. No recuerdo realmente lo que pasaba. La nostalgia es una ficción diaria que nos permitimos. Recordamos las borrachera­s más divertidas de lo que fueron y los amores más intensos. Me aterraría analizar el presente a través de la nostalgia.

–Tengo una amiga que asegura que los bajistas son los que más ligan en los grupos. ¿Es verdad eso?

–Los que más ligan son los cantantes, pero como tienen que ligar con varias personas pueden ser torpes.

–¿Ser portero, aunque sea en pachangas con amigos, imprime personalid­ad?

–Es un puesto que te ayuda a lidiar con la responsabi­lidad. Los errores del portero son los más escandalos­os y cuando eres un niño eso te sepulta. Mucha de la responsabi­lidad que adquirí de mayor la aprendí siendo portero de pequeño.

–¿Qué le molesta más: empatar cero a cero o perder por la mínima?

–Perder es terrible, es lo peor que nos puede pasar. Sólo hay una cosa peor que perder, que es no disfrutar de la victoria.

–Ha escrito ya varios libros y tiene hijos. ¿Cómo lleva lo de plantar el árbol?

Perder es terrible, es lo peor que nos puede pasar. Sólo hay una cosa peor, que es no disfrutar la victoria”

–No se me da bien la jardinería. Se me mueren hasta los cactus.

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JUAN CARLOS VÁZQUEZ

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