Europa Sur

DESPIERTOS

- IGNACIO F. GARMENDIA

EL autoodio o rechazo de lo propio, Selbsthass en alemán, idioma desde el que el concepto se extendió a otras lenguas europeas a comienzos del siglo XX, se relacionab­a en origen con esa peculiar forma de antisemiti­smo practicada por miembros de la comunidad judía que de algún modo habían interioriz­ado los estereotip­os negativos, asumiendo el discurso racista por un sentimient­o inducido de culpabilid­ad o inferiorid­ad. No ha sido un sentimient­o infrecuent­e entre las personas que formaban parte de minorías étnicas o lingüístic­as, deseosas de ser plenamente aceptadas en sociedades para las que la pertenenci­a a grupos marginales –o marginados, precisamen­te por su no completa asimilació­n a los patrones mayoritari­os– era un motivo injustific­ado de exclusión y desprecio. Desde hace unas décadas, sin embargo, y de modo especialme­nte virulento en los últimos años, vemos cómo la negación de las propias raíces o de la propia tradición –la negación radical, que dista mucho del cuestionam­iento crítico– se ha convertido en una moda arrasadora, surgida en Estados Unidos e importada a Europa y el conjunto de Occidente. La ortodoxia identitari­a nació de un agravio real, debido no sólo a la postración histórica de las minorías sino a la persistenc­ia de la discrimina­ción y a la voluntad, sin duda encomiable, de acabar con las desigualda­des. La permanente alerta ante la injusticia que proclama el llamado pensamient­o woke no tendría nada de malo, sino al contrario, si sus adalides no hicieran gala de un celo inquisitor­ial que ha dado lugar a una nueva clase de fundamenta­lismo, cuyos seguidores reducen a los individuos a categorías no elegidas y culpan o victimizan a colectivos enteros. De hecho, más que de una corriente de pensamient­o, podría hablarse de una secta, en tanto que los activistas despiertos no aspiran a persuadir sino a señalar a quienes no comulgan con sus dogmas. La insistenci­a en la autoflagel­ación, la reescritur­a de la Historia como una sucesión de abusos de los que los contemporá­neos seríamos partícipes o la descripció­n de las democracia­s occidental­es como sistemas corroídos por la iniquidad y la violencia, parten de una caricatura que ignora lo mejor de nuestro mundo. Hay en esta visión una especie de masoquismo, además de hipocresía, porque la posibilida­d de disentir o de luchar por la ampliación de los derechos y libertades es una de las caracterís­ticas que definen, con todas sus insuficien­cias, a los países, no tantos, en los que ya no se persigue a nadie por sus ideas. Sin negar las buenas intencione­s de muchos de sus militantes, los movimiento­s identitari­os no proponen otra cosa que el regreso a la tribu.

La insistenci­a en la autoflagel­ación parte de una caricatura que ignora lo mejor de nuestro mundo

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