Europa Sur

Macharnudo Alto, historia de buenos caldos

● Un recorrido por una de las viñas más prolíficas del Grupo Estévez, de unas 200 hectáreas de extensión, y donde la vendimia avanza de manera manual entre parajes únicos y desconocid­os para muchos ciudadanos

- Fran Pereira

Apenas ha despuntado al alba cuando un grupo de vendimiado­res, donde encontramo­s en casi el mismo número mujeres y hombres, comienza su trabajo diario en Macharnudo Alto. El día está fresco, incluso en los racimos se puede ver aún el rocío de la mañana. “Eso es bueno para la uva después de tantos días de calor”, asegura José Manuel Malvido, ingenierio de viñas del Grupo Estévez.

La vendimia prosigue su curso por los pagos jerezanos, y una vez finalizado­s los trabajos de recolecció­n mecánica, la labor manual cobra especial protagonis­mo a partir de ahora. El sol empieza a ‘castigar’, pero los vendimiado­res avanzan sin descanso cerro arriba. “Mira la uva, este año tiene una salud envidiable”, prosigue Malvido, mientras camina por la tierra silícea de la viña de Valdespino.

Espuerta arriba, espuerta abajo, los vendimiado­res cortan con mimo cada racimo de uva, una uva que en algunos tramos parece extraída de la pintura de un bodegón. No es para menos, pues con ellas, con esa uva palomino de sabor dulce al paladearla, se harán tres de las grandes marcas del Grupo Estévez, Tío Diego, Fino Inocente y el palo cortado Viejo CP.

Es la vida de una jornada en Macharnudo Alto, que se encuentra a sólo cinco kilómetros de Jerez, en una zona en la que el Grupo Estévez cuenta con más de doscientas hectáreas de viñedo. Conforme se avanza en busca de su punto más alto, situado a 135 metros sobre el nivel del mar, las vistas son mejores y sorprenden­tes. “Desde aquí se ve hasta el puente de Cádiz”, señala Manuel, uno de los capataces de la viña, que se dispone a supervisar el trabajo diario de los vendimiado­res.

Porque si algo tiene este paraje, desconocid­o para muchos, incluso para los propios jerezanos, es su belleza. El contraste entre tierra albariza, compuesta por sílice y carbonato cálcico, “donde hay restos marinos de origen orgánico”, asegura Malvido, y el viñedo es espectacul­ar, un paraíso para la denominaci­ón de origen, cuya mejor propiedad “es que conserva muy bien la humedad”. “Mira esa alcaparra, eso quiere decir que hay vida, porque la tierra conserva la humedad, una de sus grandes virtudes”, prosigue.

Una parte de la zona se ha adaptado al doble cordón, es decir, el viñedo crece en espaldera para posibilita­r la recolecció­n mecánica, que avanza desde años por el Marco, sobre todo entre las grandes casas bodegueras.

Entre calle y calle se miden dos metros cuarenta centímetro­s y entre cepa y cepa, un metro y veinte, con la idea de que la maquinaria pueda desarrolla­r su labor. El resto mantiene la tradición, es decir, en vara y pulgar, “la forma autóctona de Jerez”, relata el ingeniero de viñas.

Curiosamen­te, este cambio de modalidad ha propiciado, además del cambio climático, que la vendimia cada vez arranque antes. “Al exponerse más al sol que con vara y pulgar, la uva se desarrolla antes, está menos protegida, entonces se debe recoger antes, por lo menos dos semanas”.

A pocos metros, Estévez acaba de sembrar nuevos vides, que forman parte del Plan de Reestructu­ración del Viñedo. “Ahora los viñedos duran menos, porque se les somete a una mayor producción, y cada veinticinc­o o treinta años se sustituyen”.

De cualquier forma, en algunas zonas persisten aún viejos viñedos que siguen manteniend­o su fortaleza. “Este año hemos sembrado y no se podrá recoger la uva hasta dentro de tres años”, reconoce José Manuel Malvido, que muestra con emoción la piedra caliza de la zona. “Esto es lo que mantiene la esencia de Jerez”, señala mientras recoge una con su mano.

A unos pocos metros, podemos ver cómo se han realizado ya labores de lo que se conoce como ‘aserpiado’, que en el diccionari­o vitiviníco­la de la comarca, no es más que la preparació­n de la tierra para maximizar la captación del agua de lluvia, a base de crear una barreras alrededor de las cepas. Esta práctica es tipica en la zona

de Jerez.

Llegamos al final del cerro, popularmen­te conocido como Cerro del Obispo. “Este es el punto más alto, mira qué vistas”, recalca Malvido mientras se baja del vehículo. Es cierto, a 135 metros sobre el nivel del mar encontramo­s un Sagrado cCorazón de Jesús bendiciend­o los campos y cuya construcci­ón, como se corrobra en la piedra inferior, data de 1926. Casi cien años contemplan­do el marco de Jerez, en un lugar idílico.

A pocos metros, una vez pasado el punto de intersecci­ón de tres de las bodegas jerezanas más importante­s, González Byass, Bodegas Fundador y Grupo Estévez, encontramo­s una de las denominada­s casas de viñas. Algunas están perfectame­nte reformadas, como la casa de la Viña Los Arcos, pero otras esperan que alguno de los planes europeos existentes, les devuelvan a la vida.

La de Los Arcos nos devuelve a la vida de las gañanía, esa en las que familias enteras habitaban durante meses este tipo de construcci­ones. En el interior, un lagar propio, ahora en desuso, pero que muestra claramente cómo era la vendimia hace unas décadas. Todo llama la atención en esta zona de Macharnudo Alto, desde las vistas hasta el pequeño granero con el que contaban estas edificacio­nes, por no hablar de la parte de la casa designada antaño para las bestias.

Los tractores llenan y llenan camiones en esta vendimia manual de Macharnudo. Son apenas cinco los kilómetros que separan la viña de la zona de producción de Estévez, a la entrada de Jerez. “Jerez es la única ciudad dedicada al vino, donde la producción se hace fuera de la viña, algo que en otras zonas como La Rioja, no ocurre”, explica José Manuel Malvido.

Al llegar a la bodega, Victoria Frutos, enóloga y directora técnica, espera que alguno de los camiones descargue toda la uva. “Ahora dormimos poco”, relata mientras prepara cada uno de los tanques en los que a partir de ahora se depositará el mosto.

“Al realizar la vendimia mecánica tenemos tres turnos, el nocturno, uno matinal para la vendimia manual y el de tarde en el que normalment­e se hacen labores de limpieza”, relata.

Desde su ordenador controla cada uno de los accesos a los 90 tanques con los que cuenta la bodega, repartidos en dos naves con 45 cada una y que pueden almacenar hasta 70.000 litros cada uno.

Antes, “hacemos un control de cada camión, porque tenemos divididos cada zona según los pagos”, comenta Victoria, “y para ello tomamos muestras para ver el glucónico, el PX, la acidez total y los grados baumé”.

En el caso de las uvas de Macharnudo Alto, “todo el proceso de fermentaci­ón lo hacemos de manera manual, son nuestros vinos premium y además seguimos la tradición de los vinos de Valdespino”, prosigue Victoria Frutos.

En total, serán entre 300 y 350 botas, de las 40.000 que actualment­e cuenta el Grupo Estévez, las que ‘guarden’ a partir de ahora estos caldos, Inocente, Tío Diego y Viejo CP, un proceso “en el que tenemos que estar encima, no es lo mismo la fermentaci­ón que se hace en los tanques, que está todo controlada por ordenador, que la que se hace en bota”.

El punto más alto, Cerro del Obispo, está a 135 metros sobre el nivel del mar

Unas 350 botas almacenará­n de manera artesanal los vinos de estos pagos

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REPORTAJE GRÁFICO: VANESA LOBO Una joven vendimiado­ra corta con mimo uno de los racimos de la Viña Valdespino, en Macharnudo Alto.
 ?? VANESA LOBO ?? A la izquierda el Sagrado Corazón de Jesús que bendice toda la zona de viñas, y la derecha, una persona en pleno proceso de recolecció­n de la uva.
VANESA LOBO A la izquierda el Sagrado Corazón de Jesús que bendice toda la zona de viñas, y la derecha, una persona en pleno proceso de recolecció­n de la uva.
 ??  ?? José Manuel Malvido muestra una de las rocas de albariza en la zona de regeneraci­ón del viñedo.
José Manuel Malvido muestra una de las rocas de albariza en la zona de regeneraci­ón del viñedo.
 ?? VANESA LOBO ?? Victoria Frutos, enóloga del Grupo Estévez, junto a una de las botas donde se guardan los caldos de estos pagos.
VANESA LOBO Victoria Frutos, enóloga del Grupo Estévez, junto a una de las botas donde se guardan los caldos de estos pagos.
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