Europa Sur

FERNÁN-GÓMEZ

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TODO lo que cabría decir sobre la estatura artística y la significac­ión intelectua­l de Fernán-Gomez lo escribió ayer aquí, en un extraordin­ario artículo, nuestro admirado Manuel J. Lombardo. Me limitaré, pues, a recordar cierta representa­ción del desamparo que uno creyó adivinar en Fernando Fernán-Gómez, y que alcanza desde su memorialis­mo (“Algún día/ se pondrá el tiempo amarillo/ sobre mi fotografía”, cantaba Miguel Hernández), a su portentosa forma de encarnar la fragilidad, una fragilidad inhóspita, tierna y desabrida, con voz de trueno.

No hace mucho, hablábamos en estas páginas de El mundo sigue, la novela de Zunzunegui que Fernán-Gómez llevó al cine, y en la resumió la trémula desesperan­za de las clases menestrale­s de un Madrid y una España sumidos en el hondón atroz de la posguerra. Ese mismo mundo inhabitabl­e y errante es el que recordamos de su novela y su película El viaje a ninguna parte. Aún nos sobrecoge la breve alocución de José Sacristán preguntánd­ose, con infinito cansancio, “de dónde somos los cómicos”, ante un Carmelo Gómez que hace de cateto receloso, cruel y altoparlan­te. Sin embargo, es en la negra comicidad del viejo cómico que encarna Fernán-Goméz, devorado por la mecánica del cine (“¡Seño-ri-to, estaba deseando que llegara por aquiiií, para deciiiírle..!”), donde uno acaso sospeche la enormidad de un drama, por lo demás secreto: el fracaso y la consunción de unas vidas arrolladas, llamémoslo así, por el progreso.

Qué extraordin­aria capacidad hubo en Fernán-Gómez para contagiar al público su desesperac­ión; y qué abismo de amargura en su mirada final, subido en el camión que lo conducirá a la muerte, en La lengua de las mariposas. Por otro lado, Fernando Fernán-Gómez fue un notable tertuliano, con una rara capacidad para escuchar y guardar silencio. Pero es en su comicidad donde uno advierte un fondo innominado de ’tristeza, que quizá fuera un fruto natural de la fisiología. Incluso en La venganza de don Mendo, maravillos­a astracanad­a de Muñoz Seca, los ojos de Fernán-Gómez desdicen la sonrisa apicarada y joven del actor.

Recuerdo, en fin, un artículo de Fernán-Gómez, miembro de la Real Academia de la Lengua, donde elogiaba el tabaco como amistoso compañero del solitario. Desde luego, hay mucho de Solana, hay algo de goyesco en Fernán-Gómez; pero también de la humanidad riente y afligida del Lázaro de Tormes. Hay algo en Fernán-Gómez, coloso melancólic­o, que señala a la soledad abatida y humanísima del Jovellanos de Goya.

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MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

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