Europa Sur

NUESTROS ÁNGELES EN BATA

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EL día antes de acometer desde Santander el eterno retorno del peregrino a su camino, se encontró mal. Poco tiempo después, una ambulancia lo trasladaba al hospital. De inmediato, la maquinaria médica se organizó como un ejército de salvación perfectame­nte dotado técnica y humanament­e. Las personas con bata que serían sus insospecha­dos ángeles custodios se coordinaba­n como si el corazón del atacado de improviso fuera el suyo propio. Un protocolo sin dudas; ocho personas sobre su cuerpo sorprendid­o, dos salas adjuntas al quirófano también pobladas de expertos en su labor, que habían demostrado su capacidad, quizá más de lo que sus nóminas ref lejaban. La relojería de la sanidad pública le evitará daños posteriore­s. La eficacia y la eficiencia se hicieron igualmente presentes en los días de cuidados intensivos y en los de su traslado “a planta”.

Tarde o temprano, nos tocará vernos como niños indefensos y confusos en las manos de esa organizaci­ón engrasada y silente, que antepone la curación a la compasión, pero que será compasiva cuando nos veamos atribulado­s y convertido­s en cáscaras de nuez en la corriente, de pronto salvaje, del río de la existencia. Saldremos del trance, en el mejor de los casos, como así fue en este caso. Nos vale el ejemplo para tomar conciencia de la suerte que, en este país, tenemos ante la amenaza, e incluso ante la inexorable y fatal desgracia. Y para luchar por mantener este aparato de prevención y tratamient­o –de vida: la de usted y la mía–, sin escuchar más que lo justo los cantos de sirena de la alternativ­a privada, que debe complement­ar al sistema público, y no sustituirl­o. Y disculpen la obviedad.

No solemos valorar lo que tenemos como seguro, y resultan intolerabl­es los abusos en el uso de un sistema de salud que provee de cuidados por igual a quien tiene o no tiene, a quien cotizó mucho, poco, o nada. Sí solemos decir que la sanidad en España –¿cuántas otras hay al nivel del español?– es universal y gratuita. Lo primero es cierto; lo segundo, no. Los presupuest­os del Estado y de sus comunidade­s autónomas se dedican en buena parte a esta partida. Hasta los más antiestata­listas hocican cuando lo que está en peligro es su salud. Supe un dato sobre esta anécdota –para mi amigo no lo fue–: el parte de alta reseñaba que los costes de su atención ascendían a 95.000 euros en apenas cinco días. Valga, pues, esta pieza para recordar nuestras bendicione­s como ciudadanos de un país decente. Y para exigir que en cada receta y cada tratamient­o se recuerde lo que nos cuesta a todos atendernos. A todos.

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TACHO RUFINO

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