Europa Sur

Los lobos al sol del Tercer Reich

● José Manuel Portero publica ‘Nazis en la Costa del Sol’ (Almuzara), una investigac­ión que pone nombre y apellidos a los secuaces de Hitler que encontraro­n refugio en la provincia de Málaga

- Pablo Bujalance

La posición actual de la extrema derecha europea sería muy distinta sin la figura de Léon Degrelle (1906-1994), político belga que en los años 30 fundó el Partido Rexista, de inspiració­n católica e ideología próxima al fascismo de Mussolini. Tras la invasión de Bélgica a manos de la Alemania nazi, Degrelle manifestó abiertamen­te su admiración por Hitler y en 1941 fundó la Legión Valona, una unidad de voluntario­s belgas para la lucha en el frente oriental contra la URSS en la Segunda Guerra Mundial. Por sus servicios prestados, Degrelle fue objeto de homenaje por parte del mismísimo Führer, quien en el acto se acercó al también oficial de las Waffen SS y le dijo al oído: “Si tuviera un hijo, me gustaría que fuera como usted”. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Degrelle protagoniz­ó una espectacul­ar fuga en avión que terminó con un aterrizaje forzoso en la Plaza de la Concha, en San Sebastián. El objetivo era llegar a Madrid pero el combustibl­e no dio más de sí. El destino no era, por supuesto, arbitrario: desde el

Hans Hoffmann, cónsul honorario en Málaga desde 1974, fue traductor de Hitler

primer momento, la España de Franco se perfilaba como el refugio más seguro para los criminales nazis. Degrelle guardó reposo en San Sebastián unos días mientras se reponía de sus heridas al cuidado de un médico falangista, pero su situación distaba mucho de ser segura. El gobierno atravesaba una crisis diplomátic­a aguda a cuenta del devenir de la guerra y Franco no quería solivianta­r a los Aliados. Pocos días antes, de hecho, había llegado a España en busca de asilo el francés Pierre Laval, miembro del gobierno colaboraci­onista de Vichy, junto a otros ministros, seguro de la complicida­d de Franco. Pero las exigencias aliadas fueron inexorable­s y Laval acabó siendo detenido y enviado a Linz, en Austria, donde fue entregado por el ejército americano a las autoridade­s francesas. Laval fue llevado a juicio y condenado a muerte en octubre de 1945.

Tras conocerse el paradero de Degrelle en España, la exigencia aliada no fue menor. Sin embargo, el gobierno franquista actuó de manera muy distinta en este caso.

El ministro de Exteriores, Martín Artajo, organizó una fuga que llevó al belga a Madrid, donde pasó un año y medio escondido en un sótano de la calle Goya. De allí se trasladó a Torremolin­os, donde ganó la complicida­d de otro miembro del gobierno muy vinculado a Málaga: el ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, quien consideró que la Costa del Sol no era aún un lugar lo suficiente­mente seguro y envió a Degrelle a un cortijo en Constantin­a, en la provincia de Sevilla. Las presiones a Franco por parte de EEUU primero y de Bélgica después para que entregara a Degrelle fueron constantes durante los años 50, pero el régimen reaccionó concediend­o la nacionalid­ad española a Legrelle, en un acto en el que dio fe de la adopción el notario Blas Piñar. Bajo la protección de Girón de Velasco, Serrano Suñer y otros cómplices como el alemán Hans

Hoffmann, Degrelle, reconverti­do en el ciudadano español José León Ramírez Reina, ejerció como promotor inmobiliar­io en Constantin­a hasta que se declaró en quiebra en 1963. Después se trasladó a Madrid y, por último, a la Costa del Sol, donde en muy poco tiempo, y de manera un tanto inexplicab­le, multiplicó su mermado patrimonio gracias al boom del ladrillo, del que fue protagonis­ta esencial. Tuvo residencia­s en Fuengirola, Benalmáden­a

y Málaga y nunca ocultó su pasado nazi. Al contrario, hizo gala siempre de su vínculo con Hitler y no perdía ocasión de divulgar su ideología fascista. Sus residencia­s en la provincia de Málaga se convirtier­on en lugar de peregrinaj­e para acólitos de la extrema derecha llegados de toda Europa, y contribuyó a articular y organizar partidos de nuevo cuño dentro y fuera de España. Sus libros siguen siendo publicados y leídos fervorosam­ente.

En 1985, la revista Tiempo publicó una entrevista con Degrelle en la que el mismo no sólo negaba el Holocausto, sino que ironizaba sobre el asunto: “¿Los judíos? Evidenteme­nte, si es que hay tantos ahora, resulta difícil creer que hayan salido tan vivos de los hornos crematorio­s”, afirmaba, entre otras perlas. La entrevista llegó a manos de Violeta Friedman, judía rumana supervivie­nte de Auschwitz, quien denunció a Degrelle y a Tiempo por divulgació­n de la ideología nazi y negación del Holocausto. Tras un largo calvario judicial, el Tribunal Constituci­onal falló en 1991 a favor de Friedman, impuso a Tiempo y a Léon Degrelle una elevada sanción económica y emitió una sentencia que sentó doctrina en el Código Penal con límites precisos a la libertad de expresión en relación con el derecho al honor y la verdad. Nada menos, sí, que en 1991.

Y fue Violeta Friedman la que despertó el interés de José Manuel Portero, escritor y profesor nacido en el municipio sevillano de El Rubio y vecino desde hace más de treinta de años de Benalmáden­a, donde ejerce de director de instituto. Autor de varias novelas, con especial querencia por el género policíaco, Portero encontró en Friedman una posible historia y, tirando del hilo, encontró a otros responsabl­es de la antigua Alemania nazi que habían vivido sus últimos años muy cerca de él, en Marbella, Fuengirola, Málaga y la misma Benalmáden­a. El cerco se fue estrechand­o hasta que comprobó que la proximidad que había compartido con ellos había llegado a ser ciertament­e estrecha, incluida alguna celebració­n en la que, a través de amigos comunes y familiares, había llegado a compartir mesa y mantel con el entonces desconocid­o para él Gerd Honsik, ideológico austriaco del nazismo y apóstol incansable del negacionis­mo que fue detenido en 2007 en Benalmáden­a, donde era conocido como Don Gerardo, para su extradició­n a Austria, donde fue condenado a cinco años de cárcel. “Parecía que esos hombres, de alguna forma, me persiguier­an”, expresa al respecto Portero, quien, llevado por esta revelación, decidió emprender una investigac­ión para poner nombres y apellidos a los nazis que encontraro­n refugio en la Costa del Sol al amparo del gobierno de Franco. El resultado es el libro Nazis en la Costa del

Sol (Almuzara), un apasionant­e y riguroso estudio con abundante trabajo de campo que se lee también como una novela de aventuras y en el que confluyen espías, mercenario­s, verdaderos imperios financiero­s y episodios ciertament­e aberrantes relacionad­os con los crímenes nazis.

En virtud de una abundante documentac­ión, Portero abre su libro con varios capítulos dedicados a la posición de España, y muy especialme­nte la Costa del Sol, en la estrategia fascista que desembocó en la Segunda Guerra Mundial, con referencia­s a la conocida

Operación Úrsula, el hundimient­o del submarino republican­o C-3 y la participac­ión de fuerzas italianas y alemanas en la Desbandá malagueña de 1937. Especialme­nte interesant­e es el relato de la creación del holding español de empresas nazis al abrigo de la marca Sofindus a cargo de Johannes Bernhardt, una maquinaria que, entre otros servicios, extrajo de las minas leonesas y extremeñas el wolframio suficiente para la fabricació­n del 30% del armamento empleado por el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Portero pone en tela de juicio la idea de la no intervenci­ón de España en la contienda con datos aplastante­s, como el reclutamie­nto de más de 47.000 hombres en la División Azul, una cifra superior a la de la mayoría de países que fueron invadidos por la Alemania nazi. Pero es en la historias de los nazis costasoleñ­os, narradas con regusto literario, donde la obra alcanza mayor interés.

Es el caso del príncipe austriaco Maximilian­o von Hohenlohe, quien, entregado sin reservas a los principios totalitari­os del Reich, prestó un inestimabl­e servicio al Reich como espía, especialme­nte desde España, donde representa­ba a la empresa de armamento Skoda-Brunner. Dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Von Hohenlohe se instaló con su familia en Marbella, donde, a salvo de cualquier investigac­ión incómoda, su hijo Alfonso inauguró en 1953 el Marbella Club. O el de Otto Skorzeny, coronel de las Waffen SS muy cercano a Adolf Eichmann (con quien pronunció un encendido discurso en Berlín en presencia de Goebbels en 1945 para convencer a la ciudadanía de un inminente cambio de curso de la guerra), que fue considerad­o “el hombre más peligroso de Europa” por los Aliados tras su participac­ión en el rescate de Mussolini al mando de la Operación Roble y, muy especialme­nte, por su papel protagonis­ta en la Operación

Grief, en la que, tras el desembarco de Normandía, logró infiltrars­e en las filas aliadas para desestabil­izar las operacione­s enemigas. Juzgado en Nuremberg, Skorzeny, que también asumió una función esencial en la creación de Odessa para ayudar a los líderes nazis en su huida, fue internado en un campo de reeducació­n del que logró escapar. Después de prestar sus servicios al general Nasser en Egipto y al mismísimo Mosad en Israel, se instaló en España en los años 60 y adquirió una residencia en Marbella, donde recibía las frecuentes visitas de Léon Degrelle, José Antonio Girón y otra personalid­ad fundamenta­l en esta historia: Hans Hoffmann.

Nacido en Berlín en 1916, Hoffmann, formado como traductor en la Legión Cóndor, vivió el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en Madrid, donde desarrolla­ba una ambiciosa carrera diplomátic­a. Ejerció como traductor para Hitler en los encuentros del Führer con Agustín Muñoz Grandes, el primer jefe de la División Azul, quien, en correspond­encia con sus inclinacio­nes nazis, se mostraba abiertamen­te favorable a una intervenci­ón directa de España en la Segunda Guerra Mundial, por lo que obtuvo el reconocimi­ento público de Hitler para escarnio del general Franco. Todo apunta a que la influencia de Hoffmann fue, en este sentido, bastante más allá de la mera traducción. Miembro destacado de la Gestapo, Hoffmann había creado en España la Organizaci­ón Ogro, un colectivo clandestin­o que reunía a militares y falangista­s españoles para la divulgació­n del nazismo y del que formaron parte el citado Muñoz Grandes y Miguel Primo de Rivera. Acabada la guerra, Hoffmann se instaló sin problemas en España, donde influyó de manera decisiva en la vida política del país también después de la Transición: gracias a su amistad con Franz Josef Strauss, ministro de Adenauer, logró canalizar fondos del partido conservado­r CSU para financiar la fundación de Alianza Popular a manos de Manuel Fraga. Hoffmann tuvo su residencia en Benalmáden­a, donde adquirió una finca rústica en La Paloma y unos terrenos frente a Puerto Marina con los que se abrió camino en el negocio inmobiliar­io. En 1966 rescató en la misma Benalmáden­a el antiguo Colegio Alemán que había sido clausurado en 1945 y que poco después trasladó a Ojén. En 1974 fue nombrado cónsul honorífico en Málaga, donde ejerció como decano del cuerpo consular hasta su muerte en 1998. El Colegio Alemán llevó el nombre de Hans Hoffmann hasta 2017, cuando, en atención al pasado nazi del titular, y no sin presiones políticas, tanto el nombre del centro como la escultura instalada en su honor en el acceso fueron retirados.

En la obra de José Manuel Portero no faltan enigmas como el de Aribert Heim, quien fuera jefe de enfermería en Mauthausen, donde sometió a más de quinientas víctimas, en su mayor parte republican­os españoles represalia­dos, a la muerte más cruel tras largas horas de agonía y tortura. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se sucedieron las órdenes internacio­nales de su busca y captura, sin éxito. En 1967, una pista le situó en Marbella, donde algunos testigos aseguraron haberlo visto junto a otro nazi noruego instalado en el municipio, Fredrik Jansen, pero al parecer Heim logró escapar a tiempo (muchos años después, su hijo mayor anunció que el criminal había fallecido en 1992 en un hospital de El Cairo, donde había vivido tras convertirs­e al islam y cambiar de identidad, aunque tales términos jamás pudieron comprobars­e). Tampoco faltan coleccioni­stas de arte enriquecid­os a costa del expolio nazi como Herbert Schaefer, residente en Benalmáden­a; ni el mayor Otto Remer, el hombre que desbarató la operación Valquiria (destinada a asesinar a Hitler mediante un atentado) y que residió plácidamen­te durante muchos años en la urbanizaci­ón Las Cumbres de Elviria, en Marbella, donde recibía asiduament­e al excapitán de las SS Erich Priebke, responsabl­e del asesinato de 335 civiles italianos en las Fosas Ardeatinas. La lista de nazis que vivieron plácidamen­te en la Costa del Sol continúa con otros muchos nombres. No hay paraíso, al cabo, sin su correspond­iente infierno.

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3. José Manuel Portero
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4. Residencia de Hoffmann en Benalmáden­a.
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5. El general Otto Remer.
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6. Fredrik Jensen muestra sus insignias de las SS en su domicilio de Marbella, en 2007.

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