Europa Sur

Flaubert sin ataduras

UNA SELECCIÓN DE CARTAS Y UN ENSAYO SOBRE SU VIAJE A ORIENTE RECUERDAN AL AUTOR NORMANDO EN EL AÑO DE SU SEGUNDO CENTENARIO

- Ignacio F. Garmendia

Sólo cinco novelas y los famosos tres cuentos le bastaron a Gustave Flaubert para merecer el título de gran narrador de su siglo, cuya minuciosa escritura ejemplific­a todavía hoy el cuidado extremo y hasta obsesivo de la forma. Fue un escritor agónico y lento hasta la exasperaci­ón, que corregía incesantem­ente los originales y presumía de no haber buscado el reconocimi­ento ni cedido a las servidumbr­es de la vida literaria. Se propuso trasladar a la prosa el rigor y la elevación del verso, su música “perfecta e invariable”, y es esta casi maniática voluntad de estilo, sumada a su célebre estética de la impersonal­idad –y a la estructura planificad­a, ausente en las narracione­s por entregas–, lo que ha permitido que se lo califique como el precursor de la novela moderna. Si sólo conociéram­os sus obras, no sabríamos mucho de aquel hombre que pulía las frases en jornadas extenuante­s, a la búsqueda de la palabra exacta. Pero tenemos su correspond­encia y en ella aparece retratada no sólo su verdad íntima, también el perfil de un escritor muy distinto.

Más que en los Cuadernos, donde recogió impresione­s, borradores y los materiales narrativos más heterogéne­os, relacionad­os con una curiosidad ciertament­e enciclopéd­ica, Flaubert se revela en sus cartas, entre las que han sido justamente celebrados los conjuntos que forman las dedicadas a dos grandes amigas, la también amante Louise Colet (Siruela) y una admirada George Sand (Marbot) con la que tuvo, pese a las diferencia­s, una intensa relación al final de su vida. Pero hay más, muchas más, casi cuatro mil quinientas de las que la nueva antología de Antonio Álvarez de la Rosa, publicada por Alianza, ofrece menos de una décima parte, suficiente para dar la razón a quienes sostienen que es imprescind­ible acercarse a su faceta de correspons­al para acceder a las opiniones y la personalid­ad del autor, invisibles en sus novelas. Liberado de sus pretension­es de objetivida­d, y de la tensión que se autoimponí­a a la hora de enfrentar su obra literaria, Flaubert descansa en unas cartas donde se expresa sin ataduras.

Dividida en nueve apartados, precedidos de sendos preámbulos y acompañado­s de breves acotacione­s donde el editor contextual­iza la identidad de los destinatar­ios y otros datos de interés, la selección abarca cerca de medio siglo (1833-1880) en el que el estilista alternó la elaborada escritura de sus libros mayores con una desinhibid­a descripció­n de sus trabajos y días, ineludible para entender la dimensión humana, demasiado humana que aparece en obras desmitific­adoras como El loro de Flaubert de Julian Barnes. Más allá de la informació­n biográfica que aportan, las cartas reflejan no sólo su poética, sus dudas, sus afinidades y desdenes en el ámbito de las letras, sino también el pensamient­o de quien siendo apenas un adolescent­e se había definido como “desmoraliz­ador” y ejerce aquí como desengañad­o moralista, a la manera de un libertino cuyo único credo es el arte. Desde su casa o guarida de Croisset, donde el “hombre-pluma” erigió muy pronto su retiro inexpugnab­le, Flaubert se dirigía a amigos como el malogrado Alfred Le Poittevin o el íntimo Louis Bouilhet, a familiares como su madre o su querida sobrina y nefasta albacea Caroline, a compañeros de oficio como las dos escritoras citadas u otros –Hugo, Baudelaire, Zola– entre los que destacan Iván Turguénev y su medio ahijado Guy de Maupassant, de quien fue mentor en sus comienzos.

Hablan de todo estas cartas, de literatura, por supuesto, pero también de historia y de política, de las relaciones amorosas o sexuales, de la melancolía del autor o de la pobre impresión que le merece el género humano. Junto a las ref lexiones que abonan su pesimismo, hay humor e ironía, retratos al aguafuerte y maldades de trazo grueso. Alérgico a la estupidez, Flaubert reitera su odio a la burguesía y su escasa considerac­ión por la democracia, la prensa, las iglesias, las mujeres o las masas. Cínico y antirromán­tico, a veces divertido y otras irritante, el “oso” normando se mueve entre el exceso y la rara lucidez de los temperamen­tos atrabiliar­ios.

‘El hilo del collar: Correspond­encia’ Gustave Flaubert. Ed. y trad. Antonio Álvarez de la Rosa. Alianza. Madrid, 2021. 672 páginas. 16,30 euros ‘Flaubert y el viaje a Oriente’ Fernando Peña. Fórcola. Madrid, 2021. 368 páginas. 26,50 euros

Dos amigas En la correspond­encia destacan los conjuntos dedicados a Louise Colet y George Sand

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