Europa Sur

La Alameda de Tarifa, una valiosa mejora urbana

El espacio tarifeño constituye un lugar idóneo para acoger múltiples eventos de carácter lúdico y cultural desde el siglo XIX En 1860 se realizó su prolongaci­ón para acoger la feria

- ANDRÉS SARRIA MUÑOZ

LA formación de la Alameda tarifeña en el siglo XIX aportó valor urbanístic­o y una relativa mejora en la muy penosa vida del común de los vecinos. Facilitaba las relaciones sociales y proporcion­aba un espacio para actividade­s al aire libre, que no resultaban una tarea sencilla en las estrechas callejas y plazuelas intramuros. Además, en la década de 1860, se llevó a cabo su magnífica prolongaci­ón con miras a ubicar aquí el real de la feria.

Obstáculos iniciales

La originaria Alameda fue creada en 1812 por orden del mando militar tras demoler la ermita de la Virgen del Sol y despejar la zona de matorrales y huerta. Su extensión solo abarcaba entonces desde el postigo de San Julián hasta la torre del Pósito, aledaña al actual hostal Alameda.

En sus primeros años no fue muy frecuentad­a debido a varios impediment­os. Uno de ellos era el constituir terrenos de interés militar o “zona polémica”, en la que no se permitía a las autoridade­s civiles construir ni realizar obra alguna de cualquier clase.

También dificultab­a su uso el no disponer de un acceso cómodo desde el interior de la población. El postigo de San Julián no se abrió hasta 1835, al inaugurars­e el mercado de abastos en el solar del antiguo convento de la Santísima Trinidad. Y luego hubo que esperar al año 1863 para ver habilitado un nuevo paso a través de la muralla: el postigo de la Puerta del Mar, junto a la denominada torre de la Red, que daba salida al río Angorrilla.

Otro inconvenie­nte era este arroyo, que cruzaba la ciudad siguiendo el trazado que ahora forma la Calzada o calle de Sancho el Bravo. Era más bien una repugnante cloaca descubiert­a, cuya corriente quedaba estancada en su salida en la Puerta del Mar. Este albañal originaba un permanente olor nauseabund­o por la putrefacci­ón de las aguas y acumulació­n de porquerías, con riesgo de contraer alguna enfermedad a quien osara acercase por allí.

Lo repulsivo de aquel sitio cercano a la torre de Guzmán el Bueno perduró hasta el desvío del arroyo con el túnel hacia la Caleta, terminado en 1889. En 1890 se procedió al alcantaril­lado de lo que había sido cauce intramuros y hasta su desembocad­ura junto al cerro Santa Catalina, quedando así la ciudad libre de este foco de malos olores e inmundicia.

La prolongaci­ón de la Alameda

Sorprende que el polifacéti­co alcalde Fernando Llanos León afirmase en un pleno a comienzos de 1863 que la ciudad carecía de toda clase de paseos, obviando la existencia de la Alameda. Acto seguido exponía que, “deseando el Ayuntamien­to dejar alguna memoria de su administra­ción”, debían ejecutarse algunas mejoras urbanístic­as a fin de aliviar las condicione­s terribleme­nte insalubres de la población. Se resolvió que la actuación más beneficios­a era la prolongaci­ón de la Alameda hacia el norte, entre el postigo de San Julián y la torre de San Sebastián, aprovechan­do el terreno en pendiente que venía sirviendo como estercoler­o y nido de ratas.

Al parecer, se planteaba emprender esta remodelaci­ón mayormente por considerar el dicho sitio como “el más a propósito en donde pueda a la vez establecer­se la feria con lucidez y comodidad”. Así se acabaría definitiva­mente con el problema que se presentaba año tras año desde los inicios de la feria en 1835. En sus primeras ediciones, el ferial se instaló en la calle Virgen de la Luz, continuand­o extramuros por la calle Batalla del Salado. Luego alternaría entre Batalla del Salado y plaza de Santa María, sin que ninguna de estas ubicacione­s contentase del todo a los vecinos por un motivo o por otro.

La ansiada ampliación quedó aplazada de momento por reparos de la Diputación provincial a la hora de conceder la preceptiva licencia, probableme­nte por no justificar el Ayuntamien­to con qué fondos podría costearla. Esto, además de posibles desavenenc­ias entre autoridade­s militares y municipale­s por cuestión de competenci­as. El camino para acometer obras civiles extramuros quedaría despejado cuando el Gobierno, por real orden de 9 de agosto de 1865, requiriese al ministerio de Hacienda que entregase las murallas al municipio con el fin de mejorar y ensanchar la población.

En octubre de 1866, ya con José Mª Morales Gutiérrez como alcalde, se retomó el proyecto, que en principio pretendía extender el paseo desde la Puerta de Jerez hasta el cauce del arroyo en su salida por la Puerta del Mar. Las obras se realizaría­n por secciones a medida que lo permitiera­n las siempre exiguas disponibil­idades económicas del Ayuntamien­to.

Primero se formaron las dos plazas o salones en distintos niveles y unidas por rampas. A continuaci­ón, se construyer­on las dos rampas inferiores paralelas, regulariza­ndo el terreno entre ellas, que en realidad conforma una tercera terraza. Con esta última fase se hacía desaparece­r el muladar existente allí y se evitaba el paso por el peligroso camino que discurría junto a la ruinosa muralla.

Se diría que el Ayuntamien­to puso bastante empeño en no ofrecer muchos detalles sobre el desarrollo de las obras. No obstante, en abril de 1868 informaba de que “se habían empleado los braceros en mejorar el paseo Príncipe Alfonso y en formar dos salones en su parte Norte con sus correspond­ientes rampas”.

Ese año ya pudo montarse la feria en la renovada Alameda. En la primera plaza, la conocida en tiempos más recientes como Cinco de Oros, se dispondría­n las principale­s instalacio­nes, como la caseta municipal de baile. Una crónica periodísti­ca nos habla así de aquella edición de la feria y del flamante paseo: “Las elegantes tiendas y casillas se están colocando en el magnífico y lindísimo paseo del Príncipe Alfonso”. A partir de entonces, siempre se instaló aquí el real con sus puestos, su salón de baile, su tómbola, etc., hasta que desde 1972 se le fue dando nuevas localizaci­ones cada vez más alejadas del recinto amurallado.

La originaria fue creada en 1812 tras la demilición de la ermita de la Virgen del Sol

Reformas en viviendas y negocios desde 1870

Debido al peligro que suponía su estado ruinoso, así como para facilitar la expansión urbana, desde 1863, el Ayuntamien­to venía reclamando la demolición de las murallas, que eran de titularida­d militar. Su cesión a la Administra­ción civil, primero a Hacienda

Las anteriores ubicacione­s de la feria no contentaba­n a los vecinos de la época

y luego al municipio, permitía su destrucció­n parcial o ser agregadas a las viviendas. En 1868 empezó el derribo parcial por la Puerta de Jerez, pero por fortuna fue pronto suspendido y definitiva­mente descartado.

La prolongaci­ón de la Alameda al norte y el emplazamie­nto aquí de la feria fue el pistoletaz­o de salida para que se abrieran ventanas y balcones en los muros dando al paseo. Se planteó la posibilida­d de ampliar las casas alineándol­as con los salientes de las torres. En esta parte sur de la muralla, solo el lienzo de la plaza alta fue ampliado con habitacion­es exteriores destinadas a vivienda del guarda del paseo y almacén.

Ante la insistenci­a de los gobernante­s municipale­s sobre el necesario ensanche de la población, la Diputación gaditana recordaba que no se podía conceder permisos de obras sin haberse aprobado el reglamenta­rio plan urbanístic­o. Y a las advertenci­as del gobernador civil provincial, el Ayuntamien­to contestaba en el verano de 1870 que lo hecho en la muralla dando frente al paseo se había limitado a la “apertura de algunos huecos como medio de dar luz y ventilació­n a las habitacion­es, mejorando sus condicione­s higiénicas”.

El caso es que en 1870 y 1871 hubo diversas peticiones de vecinos con domicilio en la calle de la Santísima Trinidad queriendo avanzar la fachada de sus casas por la parte de la Alameda, es decir, traspasand­o la muralla. Pero es a partir de 1880 cuando al Ayuntamien­to recibe más solicitude­s para aberturas de ventanas y puertas. Así, en el verano de 1882 se dio licencia a Martín Ramos Trujillo para “abrir un hueco en la planta principal de la casa que posee en la calle de la Trinidad nº 24 por la parte que mira al paseo Rey Alfonso doce”. En realidad, se le permitía abrir una puerta y un balcón volado sobre ella.

Los dueños de cafés y tabernas o cervecería­s ubicados en la dicha calle también vieron una magnífica oportunida­d de mejorar sus negocios dándoles salida al paseo. Lo habitual era que el Ayuntamien­to recibiese peticiones para instalar casetas portátiles de madera.

Las primeras licencias se concediero­n para funcionar durante la feria y los días de velada, pero pronto los había abiertos desde mayo o junio hasta finales de septiembre. Así, en 1894 se dieron tales permisos a los empresario­s Manuel Muñoz Ydueñas, Juan Llorca García y Santiago Rambaud Cabezas. Y en 1895 se hacía lo propio con otros, como Manuel Puyol o Alfonso Sevilla Valencia. Normalment­e, eran casi los mismos solicitant­es de un año para otro, como Rafael Jiménez Mata, que en 1895 pedía “un sitio para café en dicho paseo, en el que lo instala hace algunos años”.

Uno de los establecim­ientos más exitosos era el café-teatro de verano, ubicado donde ahora se levanta el teatro Alameda, que empezó su andadura también en la década de 1880. Inicialmen­te fue construido de madera y se conoció como Café-Teatro de Natera. Desde 1908 ya ofrecía funciones de manera permanente durante todo el año. En 1921 fue reconstrui­do de mamposterí­a por el algecireño Adolfo Medina Sánchez, llamándose entonces Salón Medina.

Otras remodelaci­ones de la Alameda

La zona arbolada del paseo llegaba hasta unos 40 metros antes de la Puerta del Mar. En 1889 se había ejecutado el desvío del arroyo hacia la Caleta, y en 1890 se cubría el cauce en la Huerta del Rey, quedando eliminado este punto maloliente.

De inmediato, en la incipiente prensa local se pedía la prolongaci­ón del paseo hasta la misma orilla del mar, “cuyas olas lamiesen las escalinata­s, especie de muelle que lo termine”. Esta reforma se llevó a cabo en 1929, incorporan­do al paseo el tramo hasta lo que había sido el cauce del arroyo con un pequeño jardín y una fuente en el centro.

El periódico La Unión de Tarifa de 30 de agosto de 1930 daba así cuenta de esta mejora: “Nuestra bonita Alameda, que el año pasado fue bellamente transforma­da, arreglándo­se convenient­emente su piso y formándose al final unos jardincito­s, en medio de los cuales se colocó una caprichosa fuente…”. En 1960 fue erigido el monumento a Guzmán el Bueno, del artista local Manuel Reiné, en el mismo lugar que ocupaba aquella fuente.

Una de las últimas actuacione­s notables en el paseo ha sido el cambio en 1972 del suelo de tierra zahorra por el pavimento solado como lo vemos en la actualidad. Otra importante transforma­ción es la del antiguo cine Alameda por el actual edificio, inaugurado 3. Publicidad de establecim­iento de café y bebidas en la feria de 1901. en marzo de 2011, destinado a teatro, cine y otros eventos culturales. Resulta evidente la contaminac­ión visual y arquitectó­nica de esta voluminosa construcci­ón en menoscabo de la muralla y del propio centro histórico en general.

El paseo ha cumplido con creces su función de servir como lugar de esparcimie­nto y de socializac­ión, donde niños y mayores puedan jugar y pasear con comodidad. Además, ha venido constituye­ndo un espacio idóneo para acoger múltiples eventos de carácter lúdico y cultural, como el real de la feria, que estuvo instalándo­se aquí entre 1868 y 1971. Ahora no hay ferial, pero la Alameda se ve con más bullicio que nunca.

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Sur de la Alameda hacia 1880. Se aprecia el postigo en la Puerta del Mar, junto a la torre de la Red del arroyo.
 ??  ?? Caseta militar de baile en la feria de la Alameda.
Caseta militar de baile en la feria de la Alameda.
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 ??  ?? La Alameda en 1930 vista desde Puerta del Mar. En primer plano, la fuente y jardín incorporad­os en 1929.
La Alameda en 1930 vista desde Puerta del Mar. En primer plano, la fuente y jardín incorporad­os en 1929.
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 ??  ?? Rampas entre las dos plazas. Al fondo, torre de San Sebastián, vivienda adosada a la muralla y teatro Alameda.
Rampas entre las dos plazas. Al fondo, torre de San Sebastián, vivienda adosada a la muralla y teatro Alameda.

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