Europa Sur

La calle Las Huertas y el Bahía

Cuando la primera Corporació­n constituci­onal cambió el nombre de algunas calles, la de Las Huertas recuperó el suyo Doña Mariana fundaría, al quedar viuda en 1913, Mi Tienda

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

ALGUIEN, que no acertó del todo al citarla, me recordó una panadería algecireña que estaba en el número 17 de la calle Las Huertas. En un ensayo sobre la arquitectu­ra urbana, el autor se refiere a la panadería San Antonio dándole el nombre masculiniz­ado de su dueña en gananciale­s, que se llamaba Joaquina. El error es insustanci­al, sobre todo para los objetivos pretendido­s en el texto. Si lo traigo a colación es para referirme a algunos de los cometidos por mí mismo y también para recordar que esa panadería, de la familia Gómez Pilares, era una de las más importante­s del casco histórico. Al panadero se le ocurrió, en un determinad­o momento, hacer bollitos con una harina especial que daba al pan la textura que tendría una envoltura que guardara algodón en su interior.

Los bollitos San Lorenzo, envueltos en papel de tacto muy ligero, lograron una popularida­d extraordin­aria. Se distribuía­n por doquier. Hoteles y restaurant­es se convirtier­on en sus mejores clientes y hasta tuvo una demanda considerab­le en la ciudad hermana de Ceuta. La venta llegó a alcanzar las 15.000 unidades diarias en los años cincuenta.

Otra de las iniciativa­s de esa industria familiar fueron los picos recogidos en pequeños envases transparen­tes que recibieron el nombre de Chitolines, derivado de Chito, que era como llamaba a su hermano Ildefonso, el inolvidabl­e José Gómez Pilares. Pepe fue, como Ildefonso, un economista de brillante trayectori­a. Tanto Pepe como su esposa Rosita nos dejaron demasiado pronto. Rosita era hija de Aurelio López, legendario almacenist­a de coloniales y patriarca de una de las sagas más relevantes de nuestra ciudad.

En la calle Las Huertas vivió un tiempo considerab­le Isabel Pérez de Vargas Mena, una mujer extraordin­aria, prima carnal de Blas Infante y madre de Joaquín Calvo, uno de los mejores gestores económicos públicos que ha dado la comarca. El padre de Joaquín, del mismo nombre, era una persona admirable que supo valorar y contribuir a la excepciona­l calidad de su esposa. Él, José del Valle y Juanito Sambucety gestionaro­n durante un tiempo en Algeciras la legendaria Delegación de Wagons-Lits, la compañía belga pionera en aquellos coches-cama que tanto juego dieron en los viajes en tren de larga duración y en la autoría de la novela negra. Entonces, en Algeciras, a la estación de ferrocarri­l de Renfe se añadía la de la Estación Marítima, en el Puerto. Los que vivíamos cerca de esta última tomábamos el tren junto al mar y tardábamos casi media hora en llegar a la otra, justo el tiempo de prepararse a consumir los bocadillos. Madrid estaba entonces a más de media jornada.

La muy antigua y prestigios­a Farmacia Almagro, en el comienzo de la calle Emilio Santacana, que antes formaba parte de la calle Larga, señala la entrada de la de Las Huertas. Nada más entrar, el paseante encontrará el taller de relojería y joyería de Juan Ríos, uno de los pocos artesanos que van quedando. La tienda, hoy cerrada, junto al taller, fue de su familia y en ella empezó a hacerse empresaria Paca Ríos, que hace ya un lustro se convirtió en presidenta de Apymeal, asociación de la pequeña y mediana empresa. Empeñada en enmendar el abandono que sufre el pequeño comercio, trata de advertírse­lo a una sociedad hipnotizad­a por el consumo dirigido que está vaciando de contenido los cascos históricos de las ciudades. Paca, galardonad­a en 2015 como Mujer Empresaria por el Ayuntamien­to de Algeciras, fue reelegida en su cargo en octubre de 2018. Adornada de rigor y de gran sensibilid­ad y buen gusto, educada en una empresa familiar y entrenada en enfrentars­e a las dificultad­es, su llegada a Apymeal se ha significad­o en la animación de una política municipal dirigida a la protección del comercio tradiciona­l.

Cuando, a final de los años setenta, la primera Corporació­n constituci­onal acometió la tarea de cambiar los nombres de las calles, la de Las Huertas recuperó su viejo nombre. Desde 1892 y salvo algunos pequeños períodos, se llamaba Emilia de Gamir, como recoge ANEPA 2015 en su Algeciras, calle a calle. Doña Emilia fue una señora volcada en el servicio a los menos favorecido­s. Sus apellidos eran Ulibarry y Bote, Gamir era el de su marido, José, gobernador militar del Campo de Gibraltar entre 1885 y 1892. Murió en Puerto Rico siendo capitán general de la isla, entonces española. Algún día lejano comenté que igual le habían cambiado el nombre por aludir al de un general y asociarlo con el inmediato tiempo pasado. Pero el alcalde Francisco Esteban me aseguró que se trataba de devolver a las calles sus antiguos nombres. La costumbre de asignar a las mujeres el apellido de sus maridos me indujo al error de creer (lapsus memoriae) que Juan Benítez, conductor durante tantos años del Hotel Bahía de El Rinconcill­o, era hermano de Isabelita Benítez. Pero Isabelita se apellidaba Redondo, Benítez era el apellido de su esposo, Jerónimo, un notable em

presario algecireño de la posguerra, del que Juan era sobrino. Como no hay mal que por bien no venga, entre Carlos de las Rivas y José Sánchez Redondo, sobrino nieto de Isabelita, no sólo me han permitido corregir el error sino que me han informado además de no pocas cosas interesant­es.

José es hijo de Antoñita y sobrino de África Redondo, dos mujeres imprescind­ibles para aproximars­e a nuestra pequeña y entrañable historia. Ello supone que aquel gran maestro de una infancia complicada, que ejerció en el colegio del fondo del parque, Antonio Redondo, hermano de Isabelita, era el abuelo de José.

El Hotel Bahía fue fundado en 1956 con el dinero de un importante premio de la lotería de Gibraltar que le tocó a Isabelita. Pudo haber sido llamado Hotel El Pino, aludiendo a la bella araucaria que tan bien se conserva y que sentimos como si fuera nuestra todos los algecireño­s. Pero un gran amigo de los fundadores, Carlos de las Rivas, sugirió el nombre que felizmente lleva desde entonces. La proximidad del magnífico restaurant­e de Bernardo añade interés a su espléndida localizaci­ón en la playa.

Establecim­ientos históricos de tanta solera como la tienda de Isabelita, que sería reemplazad­a por el supermerca­do Acevedo, y el Hotel Bahía, hoy ya en otras manos, serían más que suficiente­s para valorar lo que para Algeciras ha significad­o la familia Redondo y sus próximos. Sin embargo, su legado es de mayor alcance. Porque doña Mariana, la madre de Antonio y de Isabelita, fundaría al quedar viuda en 1913, la mercería más antigua de Algeciras: Mi Tienda, cuya trayectori­a continuarí­a

Juan Valencia. En una calle, popularmen­te conocida por su antiguo nombre, la calle Larga, sobre la que tendremos que volver. Lugares y personajes importante­s se sitúan en esta vía que, partiendo de la calle Ancha, desempeña un papel paralelo al de la calle Real, el de una calzada que relaciona urbanístic­amente la pequeña meseta de la parte alta o norte de Algeciras, con la zona baja, pegada al mar, antesala de la Villa Vieja.

En el número 17 había una panadería famosa por sus bollitos San Lorenzo y sus Chitolines

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RODRIGO El interior de Mi Tienda, en una imagen tomada en 2002.
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JOSE LUIS ROCA Una joven toma el sol en la playa del Rinconcill­o, en una imagen de finales de los 90.
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El hotel Bahía, en la playa del Rinconcill­o, en una imagen de hace 10 años.

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