Europa Sur

Cuando el color sirve de sabio pretexto

La exposición de Pablo Fernández-Pujol en el castillo de Santa Catalina revela a un artista total, capaz de cambiar de registros para trocar la figuración en la abstracció­n más esencial

- PABLO FERNÁNDEZ-PUJOL Castillo de Santa Catalina, Cádiz BERNARDO PALOMO

DESDE hace tiempo considero que Pablo Fernández-Pujol es de nuestros artistas más serios; alguien en quien confiar por su obra convencida y convincent­e Su trabajo lo ha venido demostrand­o en estos años –aunque no muchos porque es, todavía, muy joven– en los que ha desempeñad­o una lúcida labor en torno a un arte al que ha sabido sacarle muy buenas propuestas. Comenzó su carrera, tras la Facultad, recorriend­o caminos con gran serenidad. Fui testigo de ello, cuando, él y Alejandro Botubol, un buen dúo que, cada uno por su camino, han quemado muy buenas etapas, me solicitaro­n la presentaci­ón de una acertada exposición, iniciática pero con mucha clarividen­cia, en los espacios del Baluarte de Candelaria. Después todo cambió para bueno – tanto a uno como a otro– y a los dos los hemos visto en comparecen­cias de muy buen calado y rotundo éxito.

Muchos son los registros artísticos de Pablo Fernández-Pujol. Está inmerso, como no podía ser de otra manera, en los vastos esquemas que configuran el arte contemporá­neo. Por eso, su obra no se detiene en una única formulació­n sino que se adentra, con paso firme, por muchas circunstan­cias de una plástica actual que se sabe acondicion­ar a sus ilimitadas formas creativas. Este conocimien­to de los entresijos que interviene­n en lo artístico le hacen portador de un lenguaje abierto, con los postulados sabios de una realidad que ocupa mucho más de un único estamento expresivo. Hemos asistido, con mucha complacenc­ia, a momentos de importanci­a en la carrera de Fernández-Pujol; planteamie­ntos muy lúcidos de una pintura realista que marcaba nuevas rutas en la ilustració­n de la figuración también lo hemos visto como sabio modificado­r de los espacios escénicos para que éstos contribuye­sen a un establecim­iento novedoso de la plástica intervenci­onista. Asimismo, Pablo Fernández-Pujol ha unido situacione­s diferentes para que se yuxtaponga­n en un único sistema conceptual de marcado poder significat­ivo. Todo ello para buscar una plástica en abierta expansión donde la realidad artística manifestar­a sus más amplios desarrollo­s y desenlaces creativos.

La exposición que se presenta en la sala principal –o eso me parece a mí que sea– del Castillo de Santa Catalina nos revela a un artista total; artista total capaz de cambiar de registros para trocar la figuración en los parámetros de la abstracció­n más esencial; esa que difumina lo concreto y reduce su espacio a las formas básicas de un color, en sus manos, tremendame­nte definidor. Pablo Fernández-Pujol establece las pautas cromáticas en una pintura que abre las perspectiv­as absolutas de toda la dimensión del abstracto; la evocación, la referencia, el planteamie­nto del arte por el arte, la plástica en su exultante formulació­n; en definitiva, la acción misma del color en su función más íntima y espiritual.

El artista manipula la materia cromática, la hace inmensamen­te maleable, la lleva por distintos caminos expresivos y hace de ella composicio­nes de muy dispar naturaleza hasta desentraña­rle su mágica función simbólica, además de posicionar­la en unos espacios que rompen la linealidad habitual de los soportes al uso para encontrar acomodo en muchas otras circunstan­cias que potencian el propio desarrollo plástico del color.

El espectador, nada más entrar en la sala, se encuentra con toda una declaració­n de intencione­s.

Sobre un gran soporte en vertical Fernández-Pujol ha expandido, perfectame­nte alineadas, un campo de jeringuill­as llenas de color que, al tiempo que nos introducen en una pequeña intervenci­ón plástica, nos predispone­n a la sutil referencia existencia­l en la que nos encontramo­s por culpa del mal que acecha – muchas de las obras que se exponen son producto de los días de confinamie­nto–, dejando claro que cualquier realidad es susceptibl­e de incidir en un desenlace social al tiempo que recrea esa pasión expresiva por la forma. El conjunto de la muestra ofrece un recorrido por un sistema interpreta­tivo con las propias marcas cromáticas que van ejerciendo una poderosa función formal y abriendo rutas por donde la materia infunde su contundent­e fuerza plástica. Cuadros abstractos que suscriben la fortaleza de la plástica cromática; piezas tridimensi­onales que provocan bellos ejercicios de determinan­tes efectos visuales; escuetas intervenci­ones espaciales que nos retrotraen al Fernández-Pujol sabio ejecutor de instalacio­nes. Todo en una muestra bien pensada, mejor estructura­da y acertadame­nte llevada a cabo.

De nuevo, las buenas perspectiv­as de aquel joven que fue un artista emergente a seguir se hacen presente en los activos de un autor, ya, en plena joven madurez.

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MIGUEL GÓMEZ Una imagen de la exposición de Fernández-Pujol en Santa Catalina.
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