Europa Sur

LA TIERRA DE LOS AFGANOS

- MARÍA ANTONIA PEÑA

Nos queda mucho para poder digerir el desastre y el drama de Afganistán. Ni siquiera tengo claro que yo pueda terminar esa digestión algún día: esto es solo un comienzo o, mejor dicho, es solo un capítulo más en el triste decurso de un país fallido que entró en la Historia, como tantos otros, al servicio de los mejores, los más ricos y los más guapos. Mis estudiante­s recordarán cuando les hablaba en clase de un cierto estado-tapón (menudo tapón estratégic­o de imponentes montañas) diseñado por los europeos del XIX para dirimir un quítame allá esas pajas fronterizo entre rusos expansioni­stas e ingleses asentados en la India. Desde entonces, Afganistán, siempre violentado, dividido y engullido por las potencias extranjera­s, aparece y desaparece de los medios de comunicaci­ón sumido en una espiral caótica de intervenci­onismo, guerra y empobrecim­iento. Es imprescind­ible recordar: en los ochenta, para combatir la presencia soviética, no se dudó en armar e instruir a las guerrillas islámicas más nacionalis­tas e integrista­s o, lo que es lo mismo, a los padres muyahidine­s de los talibanes de ahora. De esos barros, acumulados durante décadas, vienen estos lodos.

Pobre, analfabeto, geográfica­mente encerrado, acosado por mil y una fronteras beligerant­es y fragmentad­o internamen­te en territorio­s que son, en pleno siglo XXI, auténticos feudos medievales, Afganistán ha generado, a fuego lento, tremendos anticuerpo­s contra la democracia. Anticuerpo­s peligrosos para él mismo y para el resto del planeta, pero que han brotado como una erupción natural e imparable ante tanto despropósi­to de todo signo. Anticuerpo­s que demuestran, una vez más, la imposibili­dad de inocular la democracia por la fuerza allí donde no han prosperado mínimament­e la educación, la equidad social, la dignidad humana y la tolerancia. No es casual que tanta iniquidad flote sobre bolsas de petróleo y gas natural y que tanta hambre esté rodeada de minas de esmeraldas, campos de adormidera­s y yacimiento­s de uranio y litio. La especulaci­ón y el comercio ilícito han venido a completar el conjunto trágicamen­te, porque a los países pobres, como a los perros flacos, todo se le vuelven pulgas.

Ahora las pantallas, a destiempo ya, nos restriegan el espectácul­o dramático y previsible de los refugiados, al que se suma ese otro drama invisible y silencioso de los que ni siquiera pueden refugiarse. Ahora los rotativos nos devuelven, nuevamente, la solidarida­d de unos y la falta de compasión de otros, de esos otros de izquierdas o de derechas que algún día también buscaron refugio y lo obtuvieron, pero que ya lo han olvidado. Ahora toca, no menos, mirar dentro de nosotros mismos, severament­e, sin anestesia, no sea que también tengamos dentro un pequeño talibán agazapado.

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