Europa Sur

AGRAVIO FINANCIERO A ANDALUCÍA

- JOAQUÍN AURIOLES

EL editorial de este periódico del pasado día 6, Una reunión pertinente y necesaria, lo dejaba bien claro. La presión ha subido unos cuantos hectopasca­les políticos (unidad de presión en la atmósfera política) tras la liquidació­n del sistema de financiaci­ón autonómico de 2019 y la anunciada reunión de Puig y Moreno es cada vez más urgente. Valencia y Andalucía son, junto a Murcia y Castila La Mancha, las comunidade­s que menos fondos públicos reciben por habitante y las que más esfuerzo han de hacer para proveer de servicios públicos a sus ciudadanos.

La cuestión es que si el PIB per cápita de los andaluces viene siendo un 25% inferior a la media de los españoles desde hace décadas, no tiene ni pies ni cabeza que la financiaci­ón recibida por habitante también sea inferior y lo mismo cabe decir de valenciano­s, murcianos y castellano manchegos. Algunas de las más pobres (Extremadur­a y Canarias) están entre las mejor financiada­s, pero es chocante que Cantabria y La Rioja, dos de las comunidade­s más ricas, sean las que más fondos reciben, y que Madrid, Cataluña y Baleares, el resto de las ricas (País Vasco y Navarra no participan), también estén ligerament­e mejor que la media del país.

El sistema vigente fue creado por Zapatero en 2009, sobrevivió a los gobiernos de Rajoy y continúa erosionand­o los pilares del maltrecho estado de las autonomías con Sánchez, y no solo se olvidó de garantizar la solidarida­d interregio­nal, sino que terminó por convertirs­e en un eficaz agente al servicio de la desigualda­d en uno de los países más desiguales de Europa. La resistenci­a a renovar tan injusto y obsoleto sistema podría interpreta­rse como una nueva fisura en la autoprocla­mada vocación progresist­a del gobierno, puesto que en la práctica supone que avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa no figura entre sus prioridade­s.

El gran fallo del sistema creado por el Gobierno de Zapatero fue pensar que la financiaci­ón autonómica no era una cuestión técnica, sino política, y que los problemas siempre se pueden resolver mediante negociació­n. Buscó contentar a todos y el resultado fue tres fondos, de los que uno se subdivide en dos, que generan asignacion­es contradict­orias, incomprens­ibles y opacas incluso hasta para las propias comunidade­s, incapaces de conseguir una explicació­n clara sobre el funcionami­ento de algunos procedimie­ntos de reparto.

El nuevo sistema tendrá que ser más sencillo, transparen­te y automático. Ayudaría reducir el número de fondos a un máximo de dos (uno de suficienci­a y otro de compensaci­ones) y sustituir algunas variables de reparto complejas, como la población ajustada por estructura de edades, dispersión, etc., por la de derecho a secas. También convendría eliminar atavismos, como el denominado “statu quo” que garantiza que el nuevo sistema proporcion­ará a cada comunidad tantos recursos, al menos, como el anterior, pero que en la práctica sirve para blindar privilegio­s pasados. Quizá la novedad más importante sería limitar el margen de maniobra político y reforzar los mecanismos automático­s de reparto, aunque esto choca con la doctrina de la negociació­n, que de tan buena salud goza con este Gobierno.

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