Europa Sur

700 DANTE

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

HOY hace exactament­e 700 años que murió Dante Alighieri, el autor inmortal de la Divina Comedia. Pocos muertos hay, por tanto, menos muertos. Además de que su libro trata de la vida apasionant­e que hay en el Más Allá, a ver qué hombre o mujer del año 1321 está, en estos momentos, más campante. Muestra incluso más vitalidad que tantos de nuestros contemporá­neos, empezando por mí, tan ceniciento. Sus obras se reeditan, se traducen de nuevo (los españoles en este sentido vamos de fiesta en fiesta), se glosan (docta y divulgativ­amente)

e influyen en la creación contemporá­nea. Hasta el papa Francisco le ha escrito la carta apostólica Candor lucis aeternae, que se suma a In praeclara summorum, la encíclica –nada menos– que le dedicó Benedicto XV. Aunque él arreó bien a los papas de entonces, Roma lo ha reclamado como poeta católico por antonomasi­a, y lo es.

La conmemorac­ión me ha cogido subiendo de nuevo por la ladera del Purgatorio, que no es tan espectacul­ar como la sima del Inferno, pero es más luminosa y salvífica. Yo me siento en ella como en casa. Sobre todo, porque Dante va muy pendiente del tiempo, obsesionad­o, más o menos como yo, salvando las distancias. Ve que el tiempo es el campo de juego de la eternidad, y le preocupa muchísimo malbaratar­lo,

aunque a menudo, como yo, se distraiga o se emperece.

El tiempo adquiere en el Purgatorio entidad de un personaje más, con su evolución de carácter y todo. Al principio, bajo el peso de las culpas, avanza penosament­e. A medida, que el alma se purifica, se apresura, casi volando, y esta gradación la dosifica Dante con una mano maestra. Hasta que, una vez que llega al paraíso terrenal, antesala del Cielo, inesperada­mente, se remansa. Hay, pues, tres tiempos, igual que en un concierto: adagio molto, allegro vivace y andante maestoso.

La musicalida­d hace que uno no sienta a Dante, en absoluto, petrificad­o en el mármol de una celebridad muerta. Está hecho de la misma materia que nosotros: tiempo y memoria, afán por mejorar y amor y amistad, deseos y fe, y esperanza. Hoy su centenario es tan redondo que quién podría no ponerse un poco solemne, pero la celebració­n puede ser cotidiana. Lo conmemora cualquiera que abra cualquier día su Divina Comedia dispuesto a andar con él, a correr y a saltar después, a conversar siempre y a admirar unos versos por los que no parece que pasen los años que (¡felicidade­s!) pasan. Y no pasan.

Hoy el centenario de Dante es tan redondo que quién podría no ponerse un poco solemne

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