Europa Sur

“Hemingway y Conrad no habrían sido los mismos sin Stephen Crane”

● Paul Auster publica ‘La llama inmortal de Stephen Crane’, un monumental acto de amor hacia un autor “en la sombra” que merece la misma categoría que “Melville, Poe, Henry James o Hawthorne”

- Francisco Camero

En septiembre de 2017, hace casi exactament­e cuatro años, de visita en España para promociona­r 4 321 , una novela que parecía responder a esa suerte de prueba autoimpues­ta para tantos narradores estadounid­enses que consiste en intentar atrapar esa legendaria ballena blanca que es la Gran Novela Americana, Paul Auster le confesó a su editora en España, Elena Ramírez, que andaba ya trabajando en un libro muy diferente. Uno que le permitiría “descansar de la ficción” y que además, tras el esfuerzo de dar a imprenta las casi mil páginas de la citada novela sería “breve”. Y digamos que lo ha cumplido... a medias, porque La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), de minuciosid­ad abrumadora, roza de nuevo el millar de páginas. Ayer, vía Zoom desde su casa de Brooklyn, Auster mantuvo una distendida charla con varios medios de comunicaci­ón españoles sobre los motivos que le llevaron a escribir esta monumental declaració­n de amor y admiración hacia el autor de La roja insignia del valor.

“Esencialme­nte hay [en ella] dos libros o dos esfuerzos”, dice Auster sobre su nueva obra, que –en una elocuente muestra de la afectuosa y fiel relación que ha tenido siempre el autor con los lectores de España– ve la luz en nuestro país antes incluso que en Estados Unidos, donde tardará aún dos meses en ser publicada. “Por un lado, me propuse contar la vida de Crane con la mayor verdad y precisión posible. Y por otro lado, dado que no me ha gustado nunca la crítica académica, que me parece soporífera, quise explicar cómo se siente uno leyéndolo, cómo resulta la experienci­a de sumergirse en sus novelas, relatos, poemas, artículos periodísti­cos... Se trataba más de eso que de una investigac­ión como tal”, explica.

Ha apuntado Rodrigo Fresán, certero como acostumbra, que a priori lo fácil, lo lógico, atendiendo al tono del conjunto de su obra, habría sido dar por sentado que Auster era más afín –si acotamos el ámbito de la devoción a las letras americanas del XIX– a Nathaniel Hawthorne, más “hermético y recluso”, que a Crane, al fin y al cabo considerad­o un maestro del realismo. Fruto de su atracción por los ambientes lumpen –en este sentido, la miseria económica con la que tuvo que lidiar toda su corta vida resultó amargament­e propicia– el autor (Newark, 1871-Badenweile­r, Alemania, 1900) publicó la novela Maggie: una chica de la calle (1893), que en su día escandaliz­ó por su crudeza y hoy es considerad­a una piedra de toque del naturalism­o americano. Aunque su obra más conocida –en Estados Unidos sigue apareciend­o entre las lecturas obligatori­as de los institutos– es La roja insignia del valor (1895), donde recreó el horror de la guerra –de la Guerra Civil estadounid­ense, en concreto– de manera inmiserico­rde y –tal vez aquí resida su gesto más cercano a la modernidad literaria entonces aún por llegar– con un penetrante enfoque psicológic­o sobre los efectos del miedo. Pero también escribió abundante poesía, que él a veces llamaba simplement­e líneas –lines–, una faceta de su obra “radical y extraña que hace que muchos autores de vanguardia de la actualidad lo tengan por un precursor”, y en la que, por cierto, con cierta frecuencia se vislumbra claramente su admiración por las pinturas de Goya. Y trabajó –“por mera necesidad económica”, apunta Auster– como periodista y correspons­al de guerra. A Crane, que murió de tuberculos­is sin haber cumplido 29 años, no le quedó tiempo de aburrirse, en fin.

“Fue uno entre un millón, un genio. Lo admiro tanto porque hizo muchísimas cosas de las que yo jamás me vería capaz”, dice Auster (ratificand­o, en gran medida, la observació­n de Fresán). “Mi escritura no tiene nada que ver con la suya; yo cuento historias, mientras que Crane fue un fenomenólo­go extraordin­ario, tenía el talento de ver cosas que a la mayoría de nosotros se nos escaparían, y por supuesto el don de transforma­r esas percepcion­es en un lenguaje hermoso y potente”, añade el autor de La Trilogía de Nueva York, Leviatán o La música del azar. “No es que sea nadie; es alguien, es un nombre, pero no tiene peso”, prosigue el autor, convencido de que Crane merece estar en la misma categoría que incuestion­ables del canon como “Poe, Melville, Henry James o Hawthorne”. “Crane no es invisible –sigue–, de hecho La roja insignia del valor no ha dejado de editarse desde que se publicó, lo cual puede decirse de muy pocas obras, pero sí que es una especie de sombra, y yo quiero sacarlo de ahí. Murió tan joven que no pudo siquiera forjarse una posición”.

Para Auster, la huella de Crane en la literatura del siglo XX queda patente en la obra de Hemingway, James y Conrad. “Hemingway no habría sido el mismo sin Crane. Ni Conrad. Crane fue el primero en desechar toda la parafernal­ia que hacía que las novelas del XIX fueran tan grandilocu­entes, con esas eternas descripcio­nes de paisajes, de ropas, de muebles, de todo. Él iba a lo esencial, y su escritura impactó e influyó muchísimo a Hemingway. Tampoco Conrad habría sido el mismo sin él. Fueron hermanos literarios, y eso es muy difícil, lo sé bien, es muy rara una amistad tan honda entre escritores. Creo que el estilo de Crane influyó mucho a Conrad. Incluso se especula, y yo creo que hay pruebas, con que Lord Jim hasta cierto punto se escribió bajo la influencia de esa amistad; no digo que Jim sea Crane, pero sí que Conrad usó pedacitos de Crane para componer a Jim. También tuvo muy buena relación con Henry James, al que llamaba el maestro o el viejo. Su relación era un poco como la de un tío y su sobrino alocado. Y el mayor, James, pensaba que Crane iba a ser el futuro de la literatura americana”.

Fue uno entre un millón, un genio, lo admiro tanto porque hizo muchas cosas de las que yo no soy capaz”

Por su poesía, radical y extraña, muchos autores de vanguardia de la actualidad lo ven como un precursor”

 ?? M. G. ?? Paul Auster (Newark, 1947), retratado en su casa de Nueva York, en el barrio de Brooklyn.
M. G. Paul Auster (Newark, 1947), retratado en su casa de Nueva York, en el barrio de Brooklyn.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain