Muere Alfonso Sastre, figura clave y polémica del teatro español del XX
● Autor de ‘Escuadra hacia la muerte’ o ‘La taberna fantástica’ tenía 95 años y residía en Hondarribia
El escritor, dramaturgo y guionista Alfonso Sastre, galardonado con el Premio Nacional de Teatro en 1985, murió ayer a los 95 años en Hondarribia, localidad guipuzcoana en la que residía. Nacido el 20 de febrero de 1926 en Madrid, Sastre era uno de los principales exponentes de la denominada Generación del 50 y durante su larga y a menudo polémica trayectoria vital se caracterizó por su compromiso político, primero contra la dictadura franquista y después en favor de la izquierda abertzale. Su fallecimiento fue anunciado, de hecho, en las redes sociales de Abotsanitz, partido extinguido de Sortu, con el que colaboró el autor.
Más allá de esa militancia política demasiado cercana a ETA, que marcó para siempre su nombre y para algunos lo convirtió prácticamente en un proscrito, Sastre fue un autor teatral revolucionario y renovador, una figura capital en la dramaturgia española del siglo pasado, al nivel de Antonio Buero Vallejo, de una generación anterior, además de un escritor de amplísimo espectro de géneros literarios. Nacido en el seno de una familia burguesa y profundamente católica en Madrid en 1926, se instaló en Hondarribia en 1977 y él mismo consideraba la situación en el País Vasco “uno de los temas clave” de su obra, abordado directa o indirectamente en textos como Prólogo patético (1950).
Desde muy joven Sastre decidió encaminar su vida por los rumbos del teatro y se planteó la necesidad de dar a su obra una dimensión crítica, social y de agitación. En 1946 fundó, junto a José Gordón, Medardo Fraile, Alfonso Paso, José María Palacio y Carlos J. Costas, el grupo de teatro de vanguardia Arte Nuevo. Decía que tuvo “confianza en que el teatro podría contribuir a la destrucción de una dictadura y a formar un nuevo sistema” y luchó abiertamente contra la censura con obras como Cargamento de sueños o manifiestos sobre el Teatro de Agitación Social, en 1950, y el Grupo de Teatro Realista, en los años 60.
En 1953, año en el que acaba sus estudios de Filosofía, estrena Escuadra hacia la muerte, obra censurada después de su tercera representación en Madrid (Teatro María Guerrero) por un grupo de teatro universitario. Allí conoció a Eva Forest, su esposa y compañera de militancia política hasta su muerte en 2007. Premio Nacional de Teatro (1985) por La taberna fantástica y Nacional de Literatura Dramática (1993) por Jenofa Juncal, consideraba que los dramaturgos tienen que “adoptar posiciones para una nueva insumisión contra la injusticia social, la corrupción y para obtener más cotas de libertad”.
Agradeció el premio de Literatura Dramática porque, aseguraba entonces, había sido “un autor maldito, un rebelde”, que luchó contra el franquismo y que sufrió la marginación “por reivindicar derechos culturales y derechos sociales”. “Desde la Transición siempre hemos estado en un régimen de derechas, con el CDS y con el PSOE, y en ambas etapas los dramaturgos seguimos marginados, desatendidos, no consultados. Yo por eso opté hace dos años por abandonar el teatro y dedicarme al ensayo”, declaró en una ocasión.
En 2003 recibió el Premio Max de Honor por su contribución a la creación teatral, con obras como Prólogo patético (1950), Escuadra hacia la muerte (1953), La mordaza (1954), Tierra Roja (1954), Ana Kleiber (1955), La sangre de Dios (1955), Guillermo Tell tiene los ojos tristes (1955), Askatasuna (1971), El camarada oscuro (1972), El hijo único de Guillermo Tell (1980), Teoría de las catástrofes (1993) o Lluvia de ángeles sobre París (1994). De sus ensayos, destacan Anatomía del realismo (1965), La revolución y la crítica de la cultura (1970), Prolegómenos a un teatro del porvenir (1992) o Las dialécticas de lo imaginario (2000). Y en 2008 publicó su autobiografía, Sonata en mi menor.
Era “un visionario y un intelectual brillante, cuya lucidez e ingenio han guiado los derroteros de la creación teatral durante más de medio siglo. Ha sido el patriarca de la escritura dramática española”, dijo el presidente de la SGAE, Antonio Onetti.
Su militancia ‘abertzale’ lo convirtió casi en un proscrito dentro del panorama cultural