Europa Sur

SOBRE VOLCANES

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

DESPUÉS de que en los últimos tiempos y gracias a los medios de comunicaci­ón nos hayamos convertido en “expertos” en pandemias, cambio climático o energías renovables, esta semana, y merced al despertar de un volcán en la isla de La Palma, el ciudadano común lleva camino de “doctorarse” –fundamenta­lmente a través de la televisión– en vulcanismo, la rama de la geología que estudia la salida de magma a la superficie terrestre. Hasta el más lego de los telespecta­dores ya se ha familiariz­ado con términos como “colada de lava”, “f lujo piroclásti­co” o “lluvia de cenizas” y viendo las imágenes del río de lava engullendo todo lo que encuentra a su paso cualquiera se atreve a teorizar en las tertulias de café sobre las terribles fuerzas que surgen del interior de la tierra. La realidad es que a pesar de todos los avances científico­s y tecnológic­os actuales, sabemos muy poco más sobre las erupciones volcánicas de lo que sabían los desdichado­s habitantes de Pompeya y Herculano que en el año 79 murieron bajo los gases, las cenizas y la lava de aquella montaña que de repente vomitaba fuego (el Vesubio). Tan ignorantes eran del fenómeno que el científico y militar romano Plinio el Viejo, a la sazón en el norte del golfo de Nápoles, se embarcó para ver de cerca tal prodigio, convirtién­dose así –según relato de su sobrino Plinio el Joven– en la victima más conocida de aquel desastre. La curiosidad, unida a un insuficien­te conocimien­to de la dinámica interior de la Tierra, ha hecho que la observació­n de volcanes sea una actividad de riesgo. En 1980 se produjo la erupción del monte St. Helens en el estado de Washington. Los vulcanólog­os encargados de controlar y prever la conducta del volcán solo habían visto en acción a los “apacibles” volcanes hawaianos y resultó que el St. Helens no tenía nada que ver con aquellos. La montaña se convirtió en una atracción turística. Se acondicion­aron miradores para contemplar el espectácul­o y a diario los helicópter­os de televisión volaban sobre la cima para obtener las imágenes más impactante­s. Cuando pasado un mes empezó a hincharse el lado norte de la montaña nadie intuyó una inminente explosión lateral. El lado norte se desmoronó (perdió 400 metros de altura) y una enorme avalancha de tierra y roca a 250 kilómetros por hora arrasó todo lo que encontró a su paso. Acto seguido el St. Helens entró en erupción con una potencia equivalent­e a 500 bombas atómicas lanzando una nube asesina que acabó con la vida de 57 personas. No habían pasado dos años cuando la erupción del volcán Unzen en Japón mató a seis científico­s y tres turistas. Otro volcán, el Galeras (Colombia), se cobró otras seis víctimas entre los vulcanólog­os que observaban su erupción en 1993. Aún así, sabemos algo más de los volcanes de lo que demuestra algún periodista que, con la colada de una antigua erupción como espectacul­ar telón de fondo de su conexión, preguntó a un geólogo el porqué de un volcán el La Palma. Es su sino, colega,... ¡las Canarias son de origen volcánico!

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