Europa Sur

EL MISTERIO DEL CANSANCIO

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

LO he comentado con otros compañeros del IES y todos coincidimo­s, incluso los más jóvenes y enérgicos. El cansancio de los primeros días de clase es incomparab­le al de ningún otro período del curso. A primera vista, resulta muy raro, porque las primeras horas se hacen las amenas actividade­s iniciales y el esfuerzo pedagógico no es máximo. A mediados de octubre se alcanzará la velocidad de crucero y las clases tendrán ya una intensidad intelectua­l que todavía no.

¿Entonces? Como decía Luis Cernuda, “estar cansado tiene plumas,/ tiene plumas graciosas como un loro”, y será natural, por tanto, poner la pluma a carretear un artículo sobre esta cuestión. Tampoco tengo muchas opciones, porque el cansancio me tiene en sus garras y no tendría fuerzas ni para hablar del volcán de La Palma, donde todos estamos de acuerdo en la inevitabil­idad del fenómeno natural y en lamentar las pérdidas sentimenta­les y materiales. Bueno, pues ni para eso.

Lo más grande del cansancio escolar es su motivo. Nada, ni siquiera los temas difíciles de la programaci­ón, exigen tanto como el encuentro personal cara a cara con cada alumno nuevo. Este cansancio inicial sólo puede nacer de ahí. El profesor tiene que asumir la enormidad del trato con un espíritu (con muchos

más, pero en principio sólo sabe sumar hasta uno). Un viejo admirador de La guerra de las galaxias diría que en cada encuentro se percibe una gran perturbaci­ón en la fuerza.

El profesor, además, sabe que en esas primeras horas se la juega. Los alumnos, quizá inconscien­temente, le estarán midiendo, tanto como él los sopesa a ellos, o más. La tensión inevitable se puede cortar en el ambiente. Pero nada de eso es irreversib­le y, aunque costaría mucho enmendar una primera impresión equivocada, lo trascenden­te es la magnitud del encuentro entre dos espíritus.

Debería explicárse­lo a los alumnos para que se diesen cuenta de que no habrá tema, ni materia, ni cuestión que resulte más compleja y exigente que la simple presencia de su propio espíritu, que es el mayor misterio. Al profesor, a partir de estos primeros días de contacto, todo lo demás que tenga que explicar le resultará sencillísi­mo. También al profesor, si lo recuerda, este cansancio le servirá para no olvidar (luego entre temas e informes y ejercicios y exámenes) la verdadera envergadur­a (el peso metafísico casi aplastante) de su profunda responsabi­lidad última con los alumnos.

El cansancio de los profesores en los primeros días de clase es raro y, si se entiende, radiante

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