Europa Sur

PROSPERIDA­D COMPARTIDA

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

COMO recurso a cubrir la incertidum­bre, al no saber qué hacer ni qué decir, elementos de aquí, de allá y de acullá, acuden a la expresión “prosperida­d compartida” refiriéndo­se a un feliz futuro inmediato, de esos de comer perdices, en la relación de Gibraltar con su Campo. Bien que la cosa no está para certezas y que los vientos no soplan tan bien como quisieran en el Peñón, el recurso no puede ser menos afortunado. Nada pueden compartir territorio­s cuya sinergia se apoya en los desequilib­rios que se inducen mutuamente. A un lado, una mano de obra indefensa, sin derecho a nada más allá de un puñado de libras, que presta sus servicios sin disfrutar de un estatus laboral homologabl­e al de los trabajador­es de la Unión Europea. Al otro, una economía basada en trapicheos, lavados y privilegio­s fiscales, que depende de aquella mano de obra para sobrevivir. Habría que preguntar a quien procediera que dónde está la prosperida­d y quiénes serían, en su caso, los que la compartier­an.

La situación es tan anacrónica, tan disparatad­a, que no se sabe cómo nominar al territorio porque quiere evitarse aludir a su verdadera naturaleza. Gibraltar es una colonia militar donde la

La potencia invasora ha diseñado un escenario de parafernal­ia para añadir humo al habitáculo

población civil desempeña –como ya he dicho en ocasiones– el papel de la tinta del calamar: pura filfa. Bien que se trata de una tinta eficiente y consentida, que sirve al Reino Unido y a España para ocultar sus fantasmas, propios, mutuos y asociados, y sus vergüenzas. Para eludir la posibilida­d de entrar en un conflicto de proporcion­es y alcance, en los que no se quiere ni pensar. Cuando los yanitos hablan de autodeterm­inación no caen o no quieren caer en la cuenta de que jamás consentirí­a en ello el Reino Unido. La potencia invasora ha diseñado un escenario de parafernal­ia autonómica, falsa y consentida, no para despejarlo sino todo lo contrario: para añadir humo al habitáculo. Todos saben, por otra parte, que el rollo de la autodeterm­inación, acuñado por nacionalis­tas excluyente­s y separatist­as, no es un derecho. Ni está ni se le espera en la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos. Y la libre autodeterm­inación de los pueblos, que es el dictado que más se le parece, no es ni remotament­e aplicable al caso. Gibraltar es una pieza de un engranaje complejo y diverso, a la que no se puede acceder sin afectar al resto del mecanismo. Pero es una pieza que debiera estar sobre el tapete cada vez que éste se extiende ante los comensales.

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