PROSPERIDAD COMPARTIDA
COMO recurso a cubrir la incertidumbre, al no saber qué hacer ni qué decir, elementos de aquí, de allá y de acullá, acuden a la expresión “prosperidad compartida” refiriéndose a un feliz futuro inmediato, de esos de comer perdices, en la relación de Gibraltar con su Campo. Bien que la cosa no está para certezas y que los vientos no soplan tan bien como quisieran en el Peñón, el recurso no puede ser menos afortunado. Nada pueden compartir territorios cuya sinergia se apoya en los desequilibrios que se inducen mutuamente. A un lado, una mano de obra indefensa, sin derecho a nada más allá de un puñado de libras, que presta sus servicios sin disfrutar de un estatus laboral homologable al de los trabajadores de la Unión Europea. Al otro, una economía basada en trapicheos, lavados y privilegios fiscales, que depende de aquella mano de obra para sobrevivir. Habría que preguntar a quien procediera que dónde está la prosperidad y quiénes serían, en su caso, los que la compartieran.
La situación es tan anacrónica, tan disparatada, que no se sabe cómo nominar al territorio porque quiere evitarse aludir a su verdadera naturaleza. Gibraltar es una colonia militar donde la
La potencia invasora ha diseñado un escenario de parafernalia para añadir humo al habitáculo
población civil desempeña –como ya he dicho en ocasiones– el papel de la tinta del calamar: pura filfa. Bien que se trata de una tinta eficiente y consentida, que sirve al Reino Unido y a España para ocultar sus fantasmas, propios, mutuos y asociados, y sus vergüenzas. Para eludir la posibilidad de entrar en un conflicto de proporciones y alcance, en los que no se quiere ni pensar. Cuando los yanitos hablan de autodeterminación no caen o no quieren caer en la cuenta de que jamás consentiría en ello el Reino Unido. La potencia invasora ha diseñado un escenario de parafernalia autonómica, falsa y consentida, no para despejarlo sino todo lo contrario: para añadir humo al habitáculo. Todos saben, por otra parte, que el rollo de la autodeterminación, acuñado por nacionalistas excluyentes y separatistas, no es un derecho. Ni está ni se le espera en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y la libre autodeterminación de los pueblos, que es el dictado que más se le parece, no es ni remotamente aplicable al caso. Gibraltar es una pieza de un engranaje complejo y diverso, a la que no se puede acceder sin afectar al resto del mecanismo. Pero es una pieza que debiera estar sobre el tapete cada vez que éste se extiende ante los comensales.