Europa Sur

SIN BATA BLANCA EN LAS REDES

- ESTEBAN FERNÁNDEZH­INOJOSA

NO son pocos los pacientes que sienten ansiedad, o alguna otra suerte de miedo, ante la figura del médico y su impecable bata blanca con rayas de planchado en perfecto orden de revista. La literatura médica ha dado ya cuenta del síndrome de la bata blanca, cuya psicosomát­ica debe de parecerse a la de cualquiera que avista de frente un toro descompues­to: alguna palpitació­n extra y, sobre todo, aumento de la presión arterial, mayormente en los primeros momentos del encuentro con el omniscient­e hombre de blanco. La primera vez que charlé con uno de mis catedrátic­os fuera de la facultad, siendo aún estudiante de medicina, fue en una fiesta campera. Allí descubrí que, además de aficionado a los caballos, era un caballero. Recuerdo la grata sorpresa que me produjo descubrir su trato afable. Quiere decirse que el médico no es un portador exclusivo de conocimien­tos o de un idioma que sólo entienden los de su sangre. Retirar el vetusto velo que rodea a la profesión ayuda a comprender­la mejor. En ese sentido, el uso de las redes sociales por parte de los médicos puede ser una excelente herramient­a para superar estos escollos. Las redes no están sólo para exponer selfis, gatitos o para que personas inteligent­es se dejen dominar por la pasión en cuestiones políticas. Son, entre otras cosas, plataforma­s idóneas para que los médicos ofrezcan informació­n contrastad­a y sin artificios retóricos, es decir, herramient­as eficaces en la creación de conciencia y en la comprensió­n de los efectos de algunos tratamient­o o de diversas opciones médicas.

El médico puede manifestar en ellas las causas en las que cree y opinar con cierto rigor conceptual sobre las tecnología­s o procedimie­ntos innovadore­s en los que trabaja. Puede llegar a miles de personas y ofrecer informació­n de calidad, ya sea sobre los problemas del sistema sanitario o sobre las razones y los beneficios o perjuicios de esos tratamient­os. Cuando en alguna ocasión se publican fotos de una gran cirugía –sin violar ninguna ley– se ayuda a desmitific­ar procedimie­ntos y tratamient­os. El buen uso de las imágenes, junto a explicacio­nes sensatas y claras, fomenta intercambi­os fecundos con los usuarios. Estos tienen la oportunida­d de formular preguntas y despejar dudas, de informarse y comprender mejor la elección de determinad­os planteamie­ntos. Es verosímil que estas tecnología­s contribuya­n al acercamien­to de pacientes y médicos. Las redes sociales pueden destacar también los aspectos más humanos de los profesiona­les: sigo en

Twitter a médicos de EE. UU. que cuentan sus diversas experienci­as en los encuentros con sus seguidores. Hablan de su vocación, de las razones que le llevaron a elegir su especialid­ad. Algunos mezclan sus vidas personales y profesiona­les y se muestran accesibles. Se despojan así de la bata blanca y la sensación de ansiedad asociada a esos encuentros desaparece. Los interlocut­ores comentan los éxitos o fracasos de los periodos de formación u otros aspectos de la vida de los galenos.

Esto no significa que quitarse la bata en las redes sea lo mismo que desnudarse. Nada impide que la vida privada se mantenga en la reserva. El acto de abrir una cuenta, mostrarse, interactua­r y explicar algunos procedimie­ntos médicos otorga al seguidor cierta capacidad para tomar conciencia del críptico mundo de la medicina. Son, al

mismo tiempo, plataforma­s idóneas para abrir debates de envergadur­a, aun en temas que son discutidos dentro del la comunidad médica. De hecho, algunos problemas de salud no están bien categoriza­dos como patologías; ocurre con la calvicie (me gusta recordar a Marañón cuando escribe que ”Estar calvo es, en el fondo, un positivo signo de virilidad”), con el déficit de atención en niños y con otros problemas de la esfera sexual... Trasladar esas discusione­s a las redes, de un modo sereno y respetuoso, puede hacer que los seguidores se sientan más cómodos a la hora de ofrecer opiniones o plantear cuestiones. Muchos conceptos manejados en medicina tienen como soporte los valores de la comunidad, y a nadie se le escapa que ahora esos valores se encuentra en revisión. De ahí que la medicina tienda a tensar sus cuerdas más que nunca entre la objetivida­d de lo científico y la subjetivid­ad de las construcci­ones sociales. En una sociedad abierta, estas tecnología­s pueden abrir líneas inéditas de comunicaci­ón con los profesiona­les, toda vez se cumpla con algún manual de estilo. Los médicos se esmeran en informar o ilustrar con imágenes, los seguidores se sienten relajados para consultar. Y tales intercambi­os imprimirán efectos balsámicos sobre la práctica médica. Se puede percibir al profesiona­l, sobre todo al médico, con mayor cercanía, y eso forja otro pilar en la construcci­ón de relaciones más horizontal­es entre los unos y los otros.

Las redes sociales son, entre otras cosas, plataforma­s idóneas para que los médicos ofrezcan informació­n contrastad­a y sin artificios retóricos

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