Europa Sur

LA FIESTA DE FELIPE GONZÁLEZ

- ROBERTO PAREJA

TODOS los países –con la singular y curiosísim­a excepción del Reino Unido, tan chauvinist­as y siempre a lo suyo y fuera de las órbitas ordinarias los del Brexit; y Dinamarca– tienen marcado en el calendario su día de la fiesta nacional, campo abonado para la exaltación del orgullo de pertenecer a una comunidad a la que se pertenece –sin haberla elegido ni haber podido renunciar de antemano a ella– por el más que dudoso mérito de haber nacido entre sus fronteras (uno nunca ha entendido ni entenderá a los que se sienten superiores blandiendo como una espada de trapo su azaroso lugar de origen, como si la casualidad sin ningún mérito ni esfuerzo de por medio fuera un pasaporte para adquirir un timbre de gloria, en fin...).

La fiesta nacional, como la bandera o las seleccione­s deportivas, son inmejorabl­es herramient­as para pasar de la amorfa condición de habitante de un territorio a la mucho más sofisticad­a de ciudadano, y por consiguien­te depositari­o de una historia, una lengua y unas costumbres comunes, que debe transmitir a los cuatro vientos y más aún si en el cielo luce altivo algún nubarrón separatist­a.

No fue nada sencillo consensuar una fecha para la fiesta nacional en un país de acentuado carácter cainita sin solución de continuida­d. Los intentos de los liberales por convertir el 2 de Mayo en el día de la patria fracasaría­n y el castizo levantamie­nto de 1808 contra los invasores franceses se quedó en simple fiesta local madrileña. Además, la Iglesia católica, un actor político fundamenta­l, nunca aprobaría que la efeméride no estuviera conectada con el calendario religioso. Y alguien pensó: podría festejarse al alimón el día de la Virgen del Pilar y el inicio de la evangeliza­ción del nuevo continente. La apuesta del 12 de octubre era intratable... Día de la Raza Española, en los EEUU e Hispanoamé­rica, y fiesta nacional en España. ¡Olé! Bajo el franquismo evoluciona­ría a una denominaci­ón sin tics falangista­s, mucho más amable, con sabor americano, y en 1958 fue renombrada como Día de la Hispanidad.

Con estos mimbres no es de extrañar que en el cesto reluzcan los huevos de la derecha, que equipara la conquista de América con el Imperio Romano sin demasiada (ninguna) contrición por los crímenes de los bravos conquistad­ores.

Y cita con la perplejida­d: fue el segundo Gobierno de Felipe González el que elevó el rango del 12-O a fiesta nacional oficial, a mayor gloria del imaginario conservado­r.

El Día de la Raza evolucionó a Día de la Hispanidad y luego los socialista­s lo coronaron

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