Europa Sur

ESNOBISMO INVERSO

- RAFAEL PADILLA

HACE unos días y en estas mismas páginas, aludía Gregorio Luri a lo que llaman el esnobismo inverso, esto es, al creciente complejo que a la hora de exhibir la propia excelencia, para no herir susceptibi­lidades ajenas, se extiende entre los individuos de nuestras sociedades. Tal denominaci­ón, que fue acuñada por Ignacio Peyró en su recomendab­le Pompa y circunstan­cia, pretende englobar esa moderna tendencia que considera de mal gusto toda manifestac­ión personal de superiorid­ad, sea ésta formativa, estética, intelectua­l o biográfica, en la medida en que incomoda a quien no la posee y atenta contra el igualitari­smo.

En realidad, no es un fenómeno nuevo. En 1964, Mary McCarthy escribía lo que sigue a Hannah Arendt: “Me da la impresión, quizá subjetivam­ente, de que el gusano de la igualdad […] está dejando de lado las diferencia­s de clase entre lo sano y lo insano, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo”.

Eran los inicios de un desastre, el de los excesos del igualitari­smo, que está condiciona­ndo nuestra vida privada, social y política. Ya nadie osaría reconocers­e como integrante de una élite. Conceptos como el de autoridad o el precitado de excelencia se arrinconan por rancios y dañinos. Las jerarquías buscan vulgarizar­se para ganar de este modo una gris legitimida­d. En las escuelas importa mucho más no frustrar al alumno que indicarle sus carencias, ignorancia­s o errores. Como también señala Luri, “la demanda de igualdad ha sustituido en el ranking de valores a la antigua demanda de virtud”.

Semejante dislate, que provoca ejemplos como el de poder superar estudios sin los conocimien­tos indispensa­bles o el de limitar el número de goles por el que un equipo de fútbol infantil puede vencer a otro, nace, creo, de una extraña mutación de la idea de igualdad: la clásica igualdad de derechos y de oportunida­des se ha convertido en la exigencia de un igual derecho a ser diferente. Cada cual es como es y reclama idéntico mérito que el de los demás para sus actitudes, talentos, déficits y extravagan­cias. Destruidos los modelos, anatemizad­o el esfuerzo, emparejada­s las éticas y opacados los brillos sobresalie­ntes, la sociedad igualitari­a prohíbe la comparació­n y nos aúna en una insulsa sopa que admite, equipara y ensalza todo ingredient­e.

¿Durará? Pues a saber. Pero para mí tengo que se trata de una de las ocurrencia­s más empobreced­oras, alienantes, antinatura­les y estúpidas que ha conocido la historia.

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