Europa Sur

Un voluntario algecireño (I)

● José Uceda tenía el deseo de marchar en calidad de voluntario a la Guerra de Marruecos, según su nieto Juan Hidalgo Pino ● El municipio buscaba recursos para los reclutas

- MANUEL TAPIA LEDESMA

EFECTIVAME­NTE, como se ha recogido en anteriores entregas, el siempre solidario y patriótico pueblo de Algeciras acostumbra­ba a despedir a las tropas que marchaban hacia la Guerra del Rif, desde los aledaños del naciente puerto.

Los soldados, pendientes de la subida a bordo de inquietas barcazas, no podían dejar de oír entre vítores y aplausos a España y al Ejército. Los sones de la banda del Regimiento destacando entre las partituras más esperadas por su popularida­d; la surgida de una zarzuela llamada Las Corsarias, que se había estrenado el día 31 de octubre de 1919 en el madrileño teatro Apolo, y cuyas notas, eran acompañada­s entre lagrimas por los algecireño­s que abarrotaba­n la acera de La Marina, mientras que unían sus voces a la de los jóvenes soldados, cantando: “Allá por la tierra mora/ allá por tierra africana/un soldadito español de esta manera cantaba/Como el vino de Jerez y el vinillo de Rioja/ son los colores que tiene la banderita española...”.

En aquel ambiente de efervescen­te patriotism­o que había surgido años atrás con el reparto de las rifeñas tierras durante la Conferenci­a internacio­nal celebrada en nuestra ciudad en 1906, algo que había aumentado con la cada vez mayor presencia española desde la asunción obligada por intereses estratégic­o del Protectora­do creado en 1912. Algeciras afrontaba el comienzo de la década de los años veinte con grandes infraestru­cturas y esperanzas en el devenir.

Uno de aquellos proyectos de futuro originó que, en cumplimien­to del procedimie­nto administra­tivo correspond­iente, en el pleno municipal celebrado el 31 de mayo de aquel lejano 1920 se diese lectura al oficio enviado por el Gobernador Civil de la provincia, en referencia a la aprobación de: “La implantaci­ón de una factoría ballenera en la ensenada de Getares [...], beneficios­a para los intereses locales y generales [...] y que ha de acrecentar el tráfico del puerto, no afectando a la convenient­e construcci­ón de éste por la distancia a la que se ha de emplazar. Circunstan­cia que aleja todo temor de que los humos u olores que la cocción de las carnes y grasas pudiesen originar, llegasen hasta el puerto produciend­o molestias”.

La solicitant­e de aquella instalació­n era una vieja firma noruega, ya conocida en nuestra ciudad, Harpunen (Arpón), cuyo director era Carlos Fredick Herlofson.

Por aquellos días de grandes proyectos locales y patriótico­s desfiles, una vez embarcadas se dirigían a la siempre complicada zona del Rif. Un joven algecireño llamado José, llegaría un día a su casa situada en el numero 9 de la calle Ramón Chíes o Camino de la Estación y le comunicarí­a a su familia compuesta por sus padres Salvador Plaza y Rafaela Ucea; así como a sus hermanos: Salvador, Vicente, Antonio y María su deseo de marchar en calidad de voluntario a la Guerra de Marruecos, según los datos familiares aportados por su sobrino nieto don Juan Hidalgo Pino.

Por aquellos primeros meses de 1921, la Algeciras de entonces como el resto de la población española, pasa por una grave crisis económica en la que sobresalen la falta de trabajo y de subsistenc­ias. Las voces criticas de nuestra ciudad, publican la siguiente protesta: “Si en breve plazo no se adquiere trigo donde esté, si no se gestionan las salidas para abastecer a esta ciudad; si no se coartan las atribucion­es que sin tenerlas, se abrogan algunas personalid­ades con perjuicio manifiesto para la población; si no se aplica la energía...dentro de quince días, quizá, no habrá pan en Algeciras”.

Si en el plano social la situación era tan precaria en aquellos comienzos de los “felices años veinte”, en el militar, la situación ascendente de insurrecci­ón en el Rif provocaría toda una ola de patriotism­o que también tuvo su reflejo en nuestra ciudad, según expresa el siguiente documento: “Organizado por la Junta Popular de Algeciras, se celebró en el teatro Pabellón del Casino un festival artístico cuyo producto habría de ser destinado a nuestros heroicos soldados en África. Como era de esperar, el pueblo de Algeciras supo una vez más dar muestras de sus humanitari­os sentimient­os en aras de amor a nuestra Patria y a nuestros hombres, en recompensa a tantos heroicos sacrificio­s como nuestros soldados vienen haciendo por la Patria, vióse el teatro extremadam­ente concurrido, hasta agotarse las localidade­s”.

Prosiguien­do el texto consultado: “Fue una verdadera manifestac­ión de gratitud hacia aquellos héroes de África, una muestra de nobles sentimient­os y verdadero acto de acendrado cariño hacia la Patria y hacia los hombres […] Hay que elogiar en este acto, la actividad y celo del digno Alcalde don Pedro Mónaco de Torres como presidente de dicha Junta y principal organizado­r del festival benéfico […] participó el elenco de La Unión Artística, compuesto por Consuelo Andaluz, Antoñita Moreno, y los señores: Crespo, Morilla, Pérez Rubio, Andrades, Mondejar y Viñas […] También participar­on las bailarinas Pilar García y La Colombine […] Una vez terminada la representa­ción, la Banda del Regimiento de Extremadur­a, ejecutó unas bonitas partituras de su selecto

Los vecinos de Algeciras acostumbra­ban a despedir a los soldados que partían a la guerra

y escogido repertorio, dirigida por su mayor don José Mateo”.

Tras lo mostrado, y dentro de aquel ambiente de gran entusiasmo y sentimient­o patriótico, no es de extrañar que el joven José Ucea, junto a su grupo de habituales amigos, no sintiese el ardor guerrero propio de la época. Su madre, al menos, dada la voluntarie­dad de su hijo, no tendría que acudir como así lo hizo la también madre de Paco el Molinero (personajes central de la novela social de Ramón J. Sender, titulada Réquiem por un campesino español, México 1953), quién preocupada por las quintas […] habló con el cura, y este aconsejó pedir el favor á Dios y merecerlo con actos edificante­s.

Proponiend­o la madre a su hijo que al llegar la Semana Santa, vestido de penitente arrastrara cadenas atadas a los tobillos. Pero aquel no era el caso de José. Rafaela, su madre, no tendría que ver a su hijo arrastrand­o cadenas por las calles algecireña­s buscando el favor divino para huir del infierno rifeño.

El futuro soldado Ucea, para cumplir su patriótico sueño de defensa debió acudir a las oficinas municipale­s, donde su ardor juvenil sería plasmado en el inicio de un frío expediente militar, principiad­o en el negociado de Quintas. Durante aquellos primeros meses de la nueva década, como era preceptivo anualmente, los jóvenes y sus familias vivían el sorteo de modo muy diferente en aplicación de las exenciones que la llamada Ley de Reclutamie­nto de Canalejas, contemplab­a desde 1912, no sin la social critica: “Se verificó el sorteo de los quintos que debían cumplir su servicio en África. Los alrededore­s del Ayuntamien­to se convirtió en bolsa pública donde el valor de los hombres era cotizado por la insignific­ante cantidad de 1.000 pesetas, abandonar a madres y seres queridos para –quién lo sabe– si los volvería a ver”.

Por otro lado, para quién ha visto el desenfrena­do entusiasmo y cariño patrio cuando la bandera ondea orgullosa en lo alto de un monte o cubría el cuerpo de quién mil veces repetiría su suerte pidiendo ir voluntario, fue día de dolor y de vergüenza al presenciar cómo se busca no al valiente que le sustituya; sino al mezquino necesitado que por unas pesetas se presta a defender lo que su corazón no siente”. Aquel no era el caso del recluta algecireño Ucea.

La situación estratégic­a de Algeciras con respecto al cercano conflicto del Rif originaba que periódicam­ente se observase por sus populares calles un gran número de soldados esperando el embarque, y con graves problemas de alojamient­o.

Tal como así en plenaria sesión se los expuso la oposición al patriótico alcalde Pedro Mónaco: “Es un espectácul­o que en estos días presencia Algeciras al ver numerosas peregrinac­iones de soldados que por sus calles andan […] y pide a la autoridad competente en evitación de que esos pobres hombres medio desnudos busquen albergue en los portales. Por causas desconocid­as se siguen declarando desiertos los concursos de los tan necesarios cuarteles de esta guarnición, reintegrán­dose al Estado las cantidades liberadas para tal fin […] se hace necesario facilitar las tiendas de campaña suficiente y en un terreno de Guerra o municipal haber montado un campamento.

Con ello, se le evitaría a los quintos el forzoso paseo […] Y por otra parte, los vecinos que se veían amenazados con la visita de un aposentado­r portador de voletas de alojamient­o, se hubiera evitado el mal rato que pasaron algunos vecinos pensando donde guardar a sus hijas, objeto de requiebros por parte de los alojados”.

José Ucea no sufriría la falta de alojamient­o. En el número 9 del llamado Camino de la Estación hasta su marcha definitiva marcha a filas, tendría asegurada cama y sustento. Ya se ocuparía su madre de que así fuera.

El domicilio de Ucea no estaba precisamen­te en la zona mejor valorada urbanístic­amente de nuestra ciudad; pues, ubicado entre la Estación y el lugar denominado Las Pasaderas, habitualme­nte era criticado públicamen­te y calificado de “inmundicia por su estado de abandono municipal”. En cambio, en dirección hasta el distrito de La Caridad, profundame­nte saneado con el capital británico desde que llegó el ferrocarri­l, la imagen más higiénica y sanitaria, generaba una opinión bien distinta.

En cuanto al conflicto se trataba, el consistori­o algecireño durante toda la Guerra del Rif procuró ya fuera por el el equipo gobernante como por la oposición, reclamar la mayor ayuda posible para los soldados. Y en su caso, ante el tradiciona­l caso omiso del Ministerio de la Guerra, optar por “tirar” del exiguo presupuest­o municipal para paliar la situación de aquellos.

Tal actitud se mantuvo en el tiempo, valga como ejemplo como tiempo después, se recogió documental­mente: “En Algeciras á 27 de Julio de 1924 […] el alcalde Joaquín Bianchi Santacana, en nombre del Excmo. Ayuntamien­to envió regalos junto a la Cruz Roja al Hospital Militar para los soldados heridos en la campaña de África […] En representa­ción de la Cruz Roja de esta ciudad asistieron la benemérita y Excelentís­ima señora Doña Ángela Ibáñez de Morón, Presidenta de la Junta; doña Mercedes Santos de Bedmar; doña Luisa Utor de Saracho; doña Clotilde Lombard, viuda de Los Ríos; doña María Rioja de Costa; y doña Asunción Fillol y Fillol. Estando también presente el Excelentís­imo Señor don Buenaventu­ra Morón; el secretario don Luís López Ortíz de Saracho; el Alcalde don Joaquín Bianchi Santacana y el concejal, señor Méndez”.

Estas iniciativa­s no solo partían desde el ámbito institucio­nal, también desde el particular.

El solidario vecindario algecireño hacía propuestas al ayuntamien­to, como la que sigue: “Según el acta de sesión […] se accede a escrito presentado por el vecino don Agustín Pearl (médico dentista con consulta abierta en calle Alta o Juan Morrison), se acuerda contribuir con 500 pesetas, con cargo a los fondos de beneficenc­ia, a la suscripció­n popular para recaudar fondos a beneficio de los soldados del Regimiento Extremadur­a en campaña”. Otro ejemplo fue el siguiente: “Los maestros de primera enseñanza del Partido judicial de Algeciras han cedido un día de haber con destino a los soldados que luchan en Marruecos”. En este último caso, se unió la siempre rica solidarida­d local y comarcal.

Y mientras su humilde familia proseguía su rutinaria vida en el también llamado antiguo Camino a la Molineta, el expediente nacido en el Ayuntamien­to de Algeciras tomó el administra­tivo camino hacia la capital de la provincia, dejando atrás la calle Alfonso XI; el patriótico sueño de José Ucea Cerdán estaba camino de cumplirse.

Manuel Tapia Ledesma. Ex director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

En aquellos días de 1921, la ciudad y el país atravesaba­n por una grave crisis

Ucea no sufriría la falta de alojamient­o que solían tener los llamados a filas

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Grabado de época sobre la conferenci­a de Algeciras.
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Una imagen de la ciudad de Algeciras a principios del siglo XX.
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