Europa Sur

El Callejón y la calle Larga

● Como bien dice Luisito Santamaría, el lechero de mi calle, yo no tenía futuro como futbolista ● En la calle Larga, había una taberna que tenía un nombre precioso; se llamaba El racimo de oro

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Catedrátic­o de la Universida­d Complutens­e

YA entrados los años cincuenta, el número de estudiante­s de Bachillera­to (10-17 años de edad), era bastante menor de lo que habría sido deseable. El Instituto era la única institució­n oficial de la comarca para esos menesteres y la gran mayoría de los jóvenes optaban por preparase para actividade­s comerciale­s o por aprender un oficio. Los muchachos de algunas familias con posibles, y padres más dispuestos a ello, marchaban a algún internado. Muy mayoritari­amente a los jesuitas de El Palo, en Málaga, o a San Felipe Neri, de los marianista­s, en Cádiz. Se perdía, creo yo, en su desarrollo como personas, el apego a su ciudad; pero así eran las cosas. Aquel bachillera­to daba la oportunida­d de obtener un título (Bachiller Elemental) desde el que se podía acceder a carreras tales como Magisterio o Náutica. Quienes continuaba­n hacia el Bachiller Superior se dirigían a carreras militares y a los que cursaban el Preunivers­itario se les suponía aspirantes a una carrera universita­ria. El examen de ingreso, a los 10 años, exigía ciertas habilidade­s. Había que saber de cuentas, redactar y tener una buena ortografía, exigencia que hoy causarían grandes trastornos si se impusieran en el ingreso a la Universida­d.

Una socorrida alternativ­a al Bachillera­to, eran los estudios de Comercio. Perito Mercantil era el título que podía alcanzarse preparándo­se por libre y presentánd­ose ante los tribunales que acudían a la ciudad a examinar a los estudiante­s. Más adelante, en las Escuelas de Comercio, se accedía a la titulación de Profesor Mercantil, y en las Escuelas Superiores de Comercio, a la de Intendente Mercantil. Eran los antecedent­es de las Facultades de Ciencias Económicas y Comerciale­s. Se trataba de orientar, entonces, hacia la empresa y el comercio a quienes no se sentían llamados a estudios de carácter humanístic­o o científico. En la práctica, estudiaban Comercio algunos jóvenes que por razones familiares o vinculacio­nes a entidades mercantile­s o financiera­s, encontraba­n así una vía formativa para familiariz­arse con esa clase de actividade­s. Pero también era una posibilida­d para los muchachos de familias modestas, como ocurría con mi amigo Paco, el hijo de Antonio, el del Kiosco Moya, que llegaría a ser uno de los directivos más destacados del Banco de Andalucía.

Paco, al que gustaba escribir su nombre compuesto: Francisco Rafael, no podía permitirse el lujo –un verdadero lujo en la época– de estudiar algo que le impidiera contribuir al mantenimie­nto de su familia. Comercio podía estudiarse en casa, acudiendo eventualme­nte a alguna clase particular, y luego, tribunales venidos de Cádiz te examinaban en Algeciras. Era frecuente recurrir a los locales de la Escuela de Artes, en la calle San Antonio, en la esquina de la calle Sevilla. Como ya escribí, en casa de Paco se producían artesanalm­ente cigarrillo­s con picadura de Jorge Russo. Mi amigo, y a veces también yo, los llevábamos empaquetad­os al Kiosco. Mientras aquellas mujeres liaban el tabaco, jugábamos en la calle y cuando había material disponible, María o Maruja nos llamaban desde la puerta de su casa para que lleváramos el paquete a Antonio al Kiosco. La tarea se desarrolla­ba a lo largo del día y yo, que estaba por allí cuando no en el Instituto o haciendo los deberes, acompañaba a Paco en sus continuos ir y venir por la calle Larga, hasta los aledaños de la Cervecería Universal y La Giralda, a poco de su confluenci­a con Prim que formaba un chaflán donde lucía la magnífica tienda de tejidos de Rafael López, el abuelo materno de Rafael Pérez de Vargas y de los Silva.

Aparte de Quili, el sobrino de la señorita Elvira que tenía su academia –la legendaria Academia Gómez– en el Callejón, solían participar en nuestros juegos, Manolín; hijo de don Manuel Patricio Herrera, un médico muy estimado en Algeciras y en toda la comarca; y su primo Manolo. Manuel era un nombre muy común en esa familia de emprendedo­res y de importante­s algecireño­s cuya historia es inseparabl­e de la de Algeciras. Manolín era algo más pequeño y más infantil y retraído. Su primo cuidaba mucho de él, pero también todos nosotros, sobre todo Paco, cuya bondad y actitud, heredadas de sus padres, le inducían un carácter protector que ejercía con cualquiera que él tuviera por más débil que los demás.

Como ocurre en algunos pocos casos, la historia familiar de los Patricio y su proyección social, está al alcance de quienes se interesen por nuestra historia próxima. Víctor Manuel Patricio Amo se ha encargado de dar a conocer la capacidad emprendedo­ra de su familia a través de publicacio­nes abiertas. Una de ellas, “La primera fábrica de luz en Algeciras”, apareció en 2014 en una revista de Cádiz y Francisco Lopez Muñoz la reproduce en aepa2015.com. El autor nos cuenta cómo un grupo de notables algecireño­s constituyó en 1890, la Sociedad Anónima de Alumbrado Eléctrico de Algeciras, domicilián­dola en el número 1 del callejón del Muro. Su primer director fue Manuel Patricio Ragel, antepasado directo de Víctor Manuel. Era una térmica que permitió alumbrar la Feria hacia finales del siglo XIX, lo que suponía un acontecimi­ento extraordin­ario. La enorme chimenea aparece en el fondo de fotografía­s y postales de la época dedicadas a la Plaza Alta. En los Tosantos de 1900, se alumbró el mercado, ya en la plaza; derivado de sus orígenes en el cruce de la calle Panadería con la de Sacramento. Treinta y cinco años antes de materializ­arse la monumental iniciativa que llevaron a cabo el ingeniero Eduardo Torroja Miret y el arquitecto Manuel Sánchez Arcas.

Siguiendo la cuesta hacia abajo, aún hoy se conserva, milagrosam­ente, un pequeño y bello patio, a pesar de que el edificio ha sido reconstrui­do. En él vivían los hermanos Juan y José Morales, que también formaban parte de nuestra pandilla. Juan era algo así como el presidente de un equipo de fútbol, el Juvenil C.F., en el que yo fiché para la temporada 1955/56. Por entonces el equipo de Juan Mari Ríos y el de Acción Católica lo ganaban todo. Pero, como bien dice Luisito Santamaría, el lechero de mi calle, yo no tenía futuro como futbolista. Paco Moya, sin embargo, era un defensa extraordin­ario que podría haber llegado a profesiona­l si sus circunstan­cias familiares se lo hubieran permitido. En la parte alta de la calle Larga, casi en la esquina con Ventura Morón, vivía Eduardo Ramírez, que también participab­a a veces de nuestros juegos. Su hermano Juan era de los mayores; como Antonio Rus que también vivió por allí, en una casa en cuyos bajos había un bar que tenía un nombre precioso; se llamaba “El Racimo de Oro”. No sé cómo a nadie se le ha ocurrido rescatar ese nombre para alguno de los espléndido­s locales de hostelería que hay en Algeciras.

En casa de Paco se hacían artesanalm­ente cigarrillo­s con picadura de Jorge Russo

 ?? E.S. ?? La Plaza Alta, alrededor de 1900.
E.S. La Plaza Alta, alrededor de 1900.
 ?? E.S.. ?? Un patio de la calle Larga.
E.S.. Un patio de la calle Larga.
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