BOTELLONES, SÍ PERO NO
Los propios ayuntamientos, los gobiernos y la sociedad bienintencionada que construyó y adecuó espacios para botellódromos en las ciudades ahora se echan las manos a la cabeza por los problemas que se están generando en esas concentraciones masivas, en las que concurren menores de edad. Vaya por delante que consumir
alcohol de esa manera es abominable, pero todas las generaciones hemos tenido nuestras abominaciones. Cuando manejar las concentraciones de jóvenes se volvió en un problema difícil, se decidió construir espacios que en su mayoría están alejados de las zonas residenciales. Una especie de corralito donde “aparcar” a los jóvenes, oficializar las prácticas alcohólicas y relajar la presión sobre los vecinos que, con razón, estaban hartos.
Distintos estudios explican que los tres productos estrella en los botellones son los calimochos (tinto de tetrabrik con cola), la cerveza y los combinados con alcohol de mayor graduación, adquiridos en su mayoría en “tiendas de chinos”. Un estudio comparado de la Oficina del Menor de Madrid con datos
de esta comunidad además de Galicia y Jaén añade que hay un porcentaje de jóvenes del 20% que siempre fuma cannabis en el botellón. Casi un 16% toma pastillas con cierta frecuencia y un 7% esnifa cocaína de vez en cuando. Por cierto, los jóvenes entrevistados admiten que cogen dos borracheras de media al mes.
El segundo gobierno de Aznar trató de aprobar la llamada Ley antibotellón pero la resistencia de la oposición y distintos colectivos sociales frenó la iniciativa. Las CCAA decidieron limitar los horarios de venta de alcohol y otras ciudades optaron, directamente, por habilitar botellones: el objetivo no era limitar el consumo de alcohol entre los jóvenes sino reducir las molestias a los vecinos. Con los últimos altercados de gravedad, con heridos y violencia en los botellones, se les ha puesto en la mirilla. Disolverlos, prohibirlos y cerrar los botellódromos será relativamente fácil. Lo que es difícil es proponer alternativas al ocio nocturno de los jóvenes. Pero el botellón, como la energía, no se destruye, solo se transforma.
La oposición ha abrazado un modelo basado en exclusiva en el antagonismo