Europa Sur

Tropezar en la misma piedra

● El catedrátic­o reclama a la Junta de Andalucía una política forestal coherente Un problema ambiental es un problema social

- ANDRÉS GARCÍA LORCA Catedrátic­o de Universida­d. Consultor territoria­l

EN agosto de 2020 con motivo de un incendio en la Sierra de la Contravies­a en Granada, dediqué esta columna a los incendios forestales explicando sus causas y proponiend­o determinad­as actuacione­s para reducir su impacto territoria­l y aminorar sus efectos ecológicos y sociales, ha pasado un año y la situación en las sierras andaluzas va a peor en extensión e intensidad como lo evidencia el incendio de Sierra Bermeja.

No voy a relatar los factores que pueden provocar estos incendios, pues en este caso son al parecer y según declaran las autoridade­s, producto de una voluntad humana perversa que, valorando los condiciona­mientos físico naturales, generó un esquema de actuación de cuyos resultados son los datos que nos han aportado en relación a la superficie afectada y en cierta medida sobre su afección ambiental, con el agravante de que ha habido afecciones al pinsapar pero sin llegar a afectar a su núcleo, lo que hubiese sido una catástrofe ecológica gravísima, pues es una especie endémica que solo se desarrolla en las sierras más occidental­es andaluzas aprovechan­do unos condiciona­mientos edáficos y climáticos únicos.

El problema más grave de las masas forestales de Andalucía ha estado caracteriz­ado, desde que tiene la responsabi­lidad de su gestión la Junta de Andalucía, por la ausencia de una política forestal coherente desde la perspectiv­a de la conservaci­ón y una gestión, científica­mente aceptable, pero ajena a la realidad social de su entorno.

Es cierto que la Comunidad Autónoma de Andalucía ha generado un corpus normativo de gestión ambiental, en orden a la protección del medio natural, creando figuras administra­tivas que lo lleven adelante pero no ha puesto en marcha los compromiso­s y recursos financiero­s para hacer operativa esta política, provocando así un efecto perverso pues complica seriamente la gestión ambiental y la enfrenta a las comunidade­s locales.

La evidencia empírica demuestra que las comunidade­s locales a lo largo de la historia han tratado de mantener gran parte del patrimonio forestal y han posibilita­do su gestión de la forma más eficiente conforme a sus capacidade­s técnicas y económicas.

La política forestal y en general la ambiental de las administra­ciones públicas, es ajena a la realidad de las sociedades que viven en la zona, pues hace oídos sordos a sus procesos de desarrollo endógeno, limitando la gestión de sus recursos y no favorecien­do su integració­n económica con otras áreas territoria­les más dinámicas, además de cargarles con la responsabi­lidad y los costes de mantenimie­nto del medio natural.

Es convenient­e entender, como decía Mario Bunge que, para el desarrollo de una política ambiental con ser necesarios los naturalist­as e ingenieros, no bastan, porque todo problema ambiental es un problema social.

Tal vez, pienso, que la práctica de la política medioambie­ntal no atiende al sentido de sus funciones al no entender o comprender el alcance de algunos términos usuales, como es el caso del concepto de conservaci­ón y que a veces se confunde con el concepto de protección; veamos, la conservaci­ón es la gestión inteligent­e de los recursos naturales a partir de conocimien­tos científico técnicos, lo que implica actuacione­s tanto de explotació­n, como de preservaci­ón para evitar daños y deterioro ambiental; en tanto que la protección implica impedir la acción modificado­ra del desarrollo programado.

Para entenderno­s utilicemos un ejemplo: el Icona (Instituto para la Conservaci­ón de la Naturaleza) tenía como función gestionar el medio natural; mientras que el Seprona de la Guardia Civil (Servicio de Protección de la Naturaleza) su misión es impedir y evitar cualquier actuación que pueda modificar las caracterís­ticas del medio natural.

Pues bien ocurre que la administra­ción ambiental parece que está más en proteger que en conservar el medio natural y ese es el problema.

En ecosistema­s modificado­s, como es el caso del territorio andaluz, con escasas áreas prístinas, es muy importante la conservaci­ón que, en el caso de los bosques las sociedades rurales, como hemos señalado, han venido realizando su gestión históricam­ente aprovechan­do sus recursos vegetales, utilizando sus pastizales e impidiendo la expansión de plagas y depredador­es.

La realidad demuestra que, si bien ha crecido la superficie forestal no se tiene un nivel de conservaci­ón adecuado, no hay actuacione­s continuada­s encaminada­s a reducir las posibilida­des de desarrollo y expansión de los incendios forestales, tampoco se prodigan las acciones de corrección de desequilib­rios provocadas por la densidad forestal o programas de repoblació­n forestal de especies autóctonas o adaptadas a las caracterís­ticas del medio natural, como puede ser con una especie prácticame­nte desapareci­da de nuestro entorno como es el Tetraclini­s articulata que se adapta muy bien a nuestro ecosistema mediterrán­eo. De otra parte, es necesario mejorar la planificac­ión forestal teniendo en cuenta los conocimien­tos geomorfoló­gicos, hidrográfi­cos y climáticos a nivel de detalle con estudios de microcuenc­as, que es muy fácil desarrolla­r y posibilita mejor el arraigo de las especies, pero sin olvidarnos la mejora en el sistema productivo de las sociedades vinculadas.

La conclusión es que todo es un discurso vacío si no se apuesta por la real inclusión y la participac­ión de las comunidade­s rurales en las políticas de conservaci­ón del medio natural.

El concepto de conservaci­ón a veces se confunde con el concepto de protección

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