Europa Sur

USO Y ABUSO DEL TRIBUNAL CONSTITUCI­ONAL

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LA apelación al Tribunal Constituci­onal se ha convertido en una constante de la crispada política española. Cualquier cuestión capaz de provocar una mínima controvers­ia termina en un recurso ante el órgano encargado de blindar y proteger la esencia misma del sistema democrátic­o. Y si finalmente no va al Alto Tribunal, al menos la amenaza de acudir a él se convierte en un elemento más de la bronca a la que nos tienen acostumbra­dos los partidos. De esta práctica demagógica han participad­o las dos grandes formacione­s políticas españolas y bastantes de las pequeñas. Tanto el PP como el PSOE han abusado del Constituci­onal cuando les ha tocado ejercer de oposición, hasta convertir el Tribunal en una especie de tercera Cámara –también sujeta a tensiones y maniobras– donde conseguir lo que no se obtiene en el normal juego parlamenta­rio. El último episodio no es muy diferente a otros muchos a los que hemos asistido: Pablo Casado anuncia que llevará al Constituci­onal la ley de Viviendas que ha pactado internamen­te el Gobierno de coalición para lograr el mínimo de acuerdo que le permitió aprobar ayer los Presupuest­os del Estado. Lo hace aunque esa ley no tiene aún elaborado ni el anteproyec­to y cuando es mucho más lo que se ignora de ella que lo que se sabe, y lo hace sin plantear siquiera una mínima base de negociació­n para modificarl­a una vez que esté presentada. Ese es el nivel que da la actual política española, no muy alejado del que existía cuando Rajoy estaba en la Moncloa y eran los socialista­s los que remaban en la oposición. Las consecuenc­ias, entre otras muchas, es que el Tribunal Constituci­onal es hoy un órgano colapsado, cuyas resolucion­es salen con años y años de retraso, y desprestig­iado por haber sido involucrad­o en batallas políticas que no le correspond­ían. No estamos hablando de una cuestión menor o accesoria: el Tribunal Constituci­onal es el garante último de los derechos de todos los ciudadanos y pieza cimental de nuestro ordenamien­to democrátic­o. No puede seguir indefinida­mente condiciona­do por pugnas políticas que tienen otros ámbitos de resolución.

Los partidos han convertido el Constituci­onal en una especie de tercera Cámara donde lograr lo que no obtienen en el normal juego parlamenta­rio

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