Europa Sur

UN BAILE DE MÁSCARAS

- TACHO RUFINO

ESTAR hasta las siete de la mañana en una discoteca no es de suyo bueno ni malo, pero vuelve a ser legal. Bailar en la pista también lo es según las nuevas disposicio­nes, pero para darlo todo al ritmo de la noche habrá que ponerse la mascarilla. Llega pues un baile de máscaras que nada tiene que ver con Verdi, sino que se menea a ritmo de reggaetón, música electrónic­a, trap o pasodoble en balneario. Quién le pone el cascabel a ese gato, eso es otra cosa. Me contaron hace años que un informe de la Policía narraba –con guasa y afán de estilo– cómo una pareja de nacionales irrumpía en un local nocturno sospechoso de ser centro de trajines. En el parte, el cachondo agente venía a escribir: “Al apercibirs­e los clientes de nuestra presencia, todas las parejas se lanzaron a la pista a bailar una música que cambió a romántica. Todas, salvo la que suscribe”. Ahora, la Policía irrumpirá no ya para desenmasca­rar a malos, sino para cuidarse de que todas y todos los dancing queens estén enmascarad­os.

Hasta cuándo llevaremos por obligación la mascarilla, eso es incierto a estas alturas de la pre-pospandemi­a. Si resurgirá el contagio de gripe común este año, también lo es. Dónde y cuándo habrá que observar la restricció­n del embozo, la autoridad lo dirá. Muchos nos hemos afeccionad­o a la mascarilla motu proprio. Algunos de quienes se desplazan al trabajo en moto o bicicleta e incluso caminando prefieren circular con el asiático complement­o urbano, para no tragarse humos. Hay devotos que van solos en el coche con la prenda estrella puesta. En lo sucesivo, nadie entrará en un hospital o ambulatori­o con toda la cara al aire.

Pero sí se podrá estar en una discoteca o un bar a cara descubiert­a, con los f lügge –perdigones de saliva– flotando por la atmósfera del establecim­iento como mariposas sospechosa­s. Siempre que no decidas ser candidato a amo de la pista y, ojo, no lleves una copa en la mano, todo un clásico: entonces deberás embozarte. No podrás poner morritos a nadie, y antes de lanzarte pedirás a un colega “vigílame el cubata”. Sin embargo, los actos públicos y privados deberán seguir poniendo señales de prohibido en una de cada tres sillas, y los organizado­res tendrán coartada para ahorrarse las croquetas de fin de fiesta que tanto gozo dan al participan­te. Hasta la victoria final ante el coronaviru­s. Ese momento en el que los profesores y los alumnos puedan enseñar y aprender sin mascarilla­s. Mientras, danzad, danzad, benditos, que la hostelería os necesita. Pero sin lanzar besitos. Siempre nos quedaran los ojos y el golpe de cadera.

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