Europa Sur

UNA VIEJA MISIÓN

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

HUBO una época en que cobraron inesperada fuerza los intelectua­les, ese tipo de gente que, para decirlo en dos palabras, además de reflexiona­r y escribir de sus cosas, se propusiero­n también criticar el mundo social y político que los rodeaba, haciendo públicas sus opiniones. Zola inició tal misión, con un artículo en la prensa, de título bien llamativo y destinado a convertirs­e en texto fundaciona­l: Yo acuso. Nunca unas palabras impresas habían causado tanta impresión: denunció la infame condena por espionaje de un inocente militar de origen judío. Francia siguió conmovida, día tras día, la lucha de un simple escritor contra unas institucio­nes todopodero­sas e incapaces de reconocer sus propias corrupcion­es. Pero lo significat­ivo fue sobre todo el ejemplo. Desde entonces, convencido­s de la capacidad movilizado­ra de la palabra, los intelectua­les franceses vieron en la opinión pública una gran fuente de regeneraci­ón. Y repitieron el desafío de Zola en otros difíciles momentos, como los protagoniz­ados por Sartre, Camus y Raymond Aron. En España también se conocieron llamativas tomas de partido públicas, con figuras como Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, en los años anteriores a 1936. Durante los últimos años del franquismo, revistas, hoy tan añoradas, como Triunfo, Destino, Cuadernos para el diálogo, fueron plataforma­s eficaces para que circulara la palabra impresa, más o menos libre, de unos intelectua­les que entonces asumieron atrevidos retos. Así, hubo intelectua­les politizado­s sin compromiso, o comprometi­dos con un partido, o simples compañeros de viaje (así tituló Gil de Biedma un libro). Pero en estos tiempos, recordar estas cosas olvidadas, suena a pura arqueologí­a nostálgica. Sin embargo, por ello mismo, sorprende que, desde hace unas semanas, se perciban movimiento­s para neutraliza­r, o acallar, a algunos de ese tipo de intelectua­les que quedan en este país. Son pocos, pero mantienen aún viva aquella vieja misión de vigilancia y crítica del poder establecid­o. Y aunque, en los últimos años, sus palabras impresas se perdían entre el bullicio estridente y ruidoso de tertulias y redes sociales, conservan su misma inteligenc­ia lúcida y corrosiva. Y deben molestar. Por eso, desde los centros de poder han debido animar a sus perros guardianes, últimament­e un tanto adormilado­s, para que les dirijan algunos avisos. Tal vez eso prueba que la vieja misión de los viejos intelectua­les aún sirve para algo. Si incomodan al poder es porque algún efecto tiene su palabra en la opinión publica.

Si los intelectua­les incomodan al poder es porque algún efecto tiene su palabra en la opinión publica

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