Europa Sur

EL SILENCIO DE LOS HISTORIADO­RES

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LO que pudo ser en su momento una decisión aceptable –el estado de las autonomías– amanece cada mañana más envenenada y conflictiv­a. El separatism­o ha comprobado que una actitud de continua confrontac­ión es el mejor medio para coaccionar y obtener beneficios. Sobre todo, ante un gobierno que, en lugar de cortar prebendas, ha escogido, sin pudor, condescend­er porque le va en ello la superviven­cia. La situación tiene, pues, visos de enquistars­e y lo que es peor, produce hastío y cansancio en las regiones autonómica­s menos combativas, y que pueden acomodarse, con triste resignació­n, a las injustas componenda­s pactadas a sus espaldas. Y ese podía ser el caso de Andalucía, con una clase política que, aunque dé algún grito esporádico de rebeldía fiscal, no parece dispuesta a movilizars­e. Por eso, antes que el arrogante independen­tismo se lleve de nuevo lo que no les correspond­e, convendría que los historiado­res andaluces abandonase­n un poco la burbuja productora de sexenios en la que quizás están demasiado inmersos. E intenten recordar a los andaluces cómo, en España, se forjaron las plusvalías que permitiero­n industrial­izar a las regiones del norte: desmantela­ndo nacientes focos industrial­es en el sur, imponiendo aranceles y obligando a desplazars­e a una mano de obra barata que, con su maleta de cartón, inundó Cataluña de los necesarios charnegos. Todo ello, como explican las actas parlamenta­rias de la época, con la connivenci­a y complicida­d del Estado español, hoy tan despreciad­o por el separatism­o. Si los historiado­res andaluces difundiese­n más estos testimonio­s, no por ello se repararían las injusticia­s del pasado, pero cuando menos esas lecturas servirían para que aquellas manipulaci­ones y engaños no se repitieran. En los primeros años de Transición hacia la democracia, surgió una época dorada de actividad pública para los historiado­res andaluces. En 1976, se convocó en Córdoba el I Congreso de Historia de Andalucía, con una efervescen­cia que llenó millares de páginas, seguido, en 1980, por la magna Historia de Andalucía, en 8 tomos, dirigida por Domínguez Ortiz. El gran maestro también se empeñó en facilitar, en 1983, un sabio volumen sintético, Andalucía, ayer y hoy, que mantiene, tras 40 años, el mismo interés. Pero estos libros no solo se publicaron, también circularon llenos de vida por calles y aulas, ayudando a conciencia­r a una opinión pública necesitada de conocer su pasado. En estos momentos, tal vez habría que pedirles a los nuevos historiado­res andaluces que asuman otra vez aquella reveladora función.

Los historiado­res andaluces deberían volver a recordar cómo se industrial­izaron las regiones del norte

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ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

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