Europa Sur

LO DEL CALAMAR NO ES DISTOPÍA

- CARLOS COLÓN

NO entro en las calidades o deficienci­as de la serie surcoreana convertida en fenómeno mundial de masas El Juego del Calamar, que va a procurar beneficios estimados en 900 millones de dólares tras ser vista –de momento– por entre 132 y 87 millones de espectador­es. Sí entro en la mentira de que se trate de una distopía. Distopía es una representa­ción negativa de una sociedad futura hecha –y esto es lo más importante– para reflexiona­r y advertir sobre errores y horrores del presente. La distopía no es una predicción del futuro al modo de Julio Verne y tampoco es ciencia ficción. Es una sátira crítica del presente, una fabulación sobre horrores que están sucediendo hoy y se agravarán mañana de no corregirse.

La novela distópica fundaciona­l Nosotros (1924) es una crítica de las dictaduras en general y del comunismo en particular que estuvo prohibida en la Unión Soviética hasta 1988. Zamiátin, su autor, fue perseguido y censurado por las autoridade­s zaristas y comunistas –pese a haber participad­o en la revolución de 1917–y acabó muriendo exiliado en París en 1937 en una pobreza extrema. 1984 de

Orwell (1949), escrita tras su doloroso desencanto del comunismo, que ya había expresado en 1938 en su emocionant­e y desgarrado Homenaje a Cataluña, durante su participac­ión en nuestra Guerra Civil como brigadista del POUM.

Estas novelas, como Un mundo feliz de Huxley (1932), Farenheit 451 de Bradbury (1953) o Fluyan mis lágrimas, dijo el policía de P. K. Dick (1974) no pretenden que el lector se divierta, sino que piense el presente; no buscan hacer disfrutar con los horrores narrados, sino estremecer; no generan actitudes imitativas, sino reflexivas. Nadie se recrea, disfruta o se divierte con la destrucció­n de la personalid­ad del sujeto D-503 de Zamiátin cuando se rebela contra el Estado Único, con la reproducci­ón artificial de los seres catalogado­s de Alpha a Épsilon en el mundo feliz de Huxley, con la brigada de Montag quemando libros en el relato de Bradbury o con la pérdida de identidad de la estrella pop manipulada genéticame­nte en el de Dick. Y mucho menos lo imita como un juego. El Juego del Calamar es su opuesto. Lo distópico hecho realidad no está en ella sino en millones de espectador­es revolcándo­se en una violencia extrema y unas humillacio­nes que se permite ver a menores de edad que se insensibil­izan y juegan a imitarla.

‘El Juego del Calamar’ no es una distopía. Nadie se divierte leyendo a Orwell ni juega a imitar su relato

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