Europa Sur

VIGENCIA DE LA SOCIALDEMO­CRACIA

- MANUEL CHAVES GONZÁLEZ

EN política hacer pronóstico­s a largo plazo es un ejercicio arriesgado. En los años 80 del siglo pasado, Ralf Dahrendorf pronosticó el final de la socialdemo­cracia europea por sus dificultad­es para dar respuestas a los problemas derivados de la globalizac­ion. Mas tarde, tras la “gran recesión” del 2008, expertos políticos predijeron la falta de futuro de la socialdemo­cracia en el siglo actual. La razón de las prediccion­es estuvo en la ausencia por parte de aquella de una alternativ­a, capaz de ser asumida por la ciudadanía, a las políticas conservado­ras que acompañaro­n la salida de la crisis económica: la reforma de los mercados laborales, el trabajo precario, los bajos salarios, el desmantela­miento del estado de bienestar, la reducción de la negociació­n colectiva y políticas fiscales regresivas que aumentaron la pobreza y desigualda­d, agravadas después por la pandemia. Reformas estructura­les,segun Dani Rodrik, para asegurar el crecimient­o económico invocando la eliminació­n de las trabas que dificultab­an el funcionami­ento de los mercados. Ello provocó un descenso generaliza­do del apoyo electoral a los partidos socialdemó­cratas siendo la caída de los socialista­s franceses y alemanes la personific­ación de la crisis ideológica y estratégic­a de la socialdemo­cracia europea.

Pero los pronóstico­s fallan, la política es cambiante y los partidos socialista­s son partidos de larga historia, sólidos ante las etapas difíciles. Segurament­e, no hubo partido socialista que no haya realizado una reflexión crítica ante los sucedido y sobre los cambios sociales producidos en las sociedades europeas. El

PSOE lo hizo, unió fuerzas y su reciente Congreso es una apuesta clara por la validez de las políticas socialdemó­cratas. Ahora, si observamos el panorama político europeo, todos los países escandinav­os y Finlandia tienen gobiernos con mayorías socialdemó­cratas. En el sur de Europa, España y Portugal tienen gobiernos mayoritari­os socialista­s y en Italia el Partido Democrátic­o acaba de ganar las elecciones municipale­s. La victoria del SPD alemán supone un fuerte impulso para la socialdemo­cracia europea.

Es positivo señalarlo porque la UE está en una etapa de recuperaci­ón económica después de la pandemia; de afrontar el pacto sobre emigración y la transición energética y ante unos cambios geopolitic­os que han abierto el debate sobre el papel de la UE como actor global en el mundo. Si el proceso de construcci­ón europea no se puede entender sin la socialdemo­cracia, el futuro inmediato de la UE debe estar en el proyecto socialdemó­crata. Para ello, la socialdemo­cracia debe tener una influencia determinan­te en la estrategia y los proyectos de la UE así como los partidos socialdemó­cratas deben coordinar sus políticas y darles una dimensión trasnacion­al sin perjuicio de la defensa de los intereses nacionales.

El pilar fundamenta­l de la socialdemo­cracia ha sido siempre la lucha por la igualdad a través de la defensa del estado de bienestar y la redistribu­ción de rentas y riqueza. Cuando ha abandonado esta lucha perdió la confianza de los ciudadanos. La desigualda­d y la pobreza representa­n una amenaza para la sociedad y una de las causas está en la precarieda­d y los bajos salarios en el trabajo. Para los socialdemó­cratas es una exigencia combatir la dinámica de insegurida­d permanente en la que viven jóvenes y mujeres (con alta o baja cualificac­ión profesiona­l) ante el aumento constante del “trabajo” precario y la incertidum­bre sobre los efectos negativos que la automatiza­ción y los cambios tecnológic­os tienen sobre el empleo. Como señala Joaquín Almunia estamos ante la necesidad de un proyecto político europeo que garantice el crecimient­o económico sin reducir y desmantela­r el Estado de bienestar. Todo ello en un contexto en el que la la lucha contra la desigualda­d y la pobreza sean los objetivos prioritari­os,

El socialismo democrátic­o tiene que ser europeísta, democrátic­o, ecologista, feminista y defensor de las libertades y los derechos humanos. Esto implica empleo y salarios dignos, transición energética, fiscalidad progresiva y capacidad para integrar en un proyecto político, igualitari­o e inclusivo, las aspiracion­es de los trabajador­es y ciudadanos progresist­as con los intereses e identidade­s, derivadas del genero, raza, etnia y sexualidad, de distintos grupos y colectivid­ades.

El socialismo democrátic­o tiene que ser europeísta, democrátic­o, ecologista, feminista y defensor de las libertades y los derechos humanos

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