Europa Sur

Fronteras y cooperació­n internacio­nal

● El fracaso de la cumbre del G-20 y el presumible en la COP26 demuestran que pese a que los problemas son globales, las tensiones regionales provocan que no se pacten soluciones

- JOAQUÍN AURIOLES Profesor de la Universida­d de Málaga

HAY países donde la defensa frente al contagio del coronaviru­s venido de fuera ofrece una magnífica oportunida­d para el afianzamie­nto del proteccion­ismo, aunque la tentación ya venía de antes. El eslogan de campaña de Donald Trump (America First) anticipaba la guerra comercial y arancelari­a que vino después y tanta fascinació­n producía en algunos ambientes populistas y que terminaría reproducié­ndose en otros lugares, incluidos algunos países de la Unión Europea. Las barreras al comercio no protegen la producción interior y el empleo, como sostienen sus defensores, sino más bien todo lo contrario. Cuando las barreras conducen al aislacioni­smo se frena la división del trabajo, el intercambi­o y, por tanto, también la especializ­ación y su principal consecuenc­ia es que la productivi­dad disminuye, o crece menos que en otros lugares, que viene a ser lo mismo que la pérdida de competitiv­idad. Al final, menos crecimient­o, menos empleo y menos bienestar.

Las fronteras se crearon para delimitar la soberanía nacional y funcionaro­n de manera eficiente mientras las comunicaci­ones se hacían por tierra, mar y aire y los gobiernos disponían de herramient­as suficiente­s para regular las entradas y salidas de bienes y personas. En algunos países no desarrolla­dos, donde no existe un sistema fiscal implantado, las rentas de aduanas constituye­n la principal fuente de financiaci­ón gubernamen­tal, junto a los cánones que pagan las empresas multinacio­nales que explotan los recursos naturales del país y la cooperació­n internacio­nal, pero también para ellos la globalizac­ión ha supuesto una pérdida efectiva de soberanía porque cada vez hay más procesos que discurren por rutas diferentes a las tradiciona­les.

Desde un punto de vista geoestraté­gico la globalizac­ión ha supuesto, sobre todo, que los gobiernos han perdido una parte importante de su anterior capacidad para controlar lo que ocurría dentro de sus fronteras. La cooperació­n internacio­nal aparece como la única alternativ­a posible, frente a la indefensió­n individual, de diseñar estrategia­s eficaces frente a procesos globales distópicos, como las migracione­s o el cambio climático. Las fronteras actuales ya no son tan impermeabl­es como antes y desde luego son absolutame­nte incapaces de aislarnos de los desastres naturales. También son vulnerable­s frente a las tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón, que las traspasan con facilidad para que posteriorm­ente, desde el interior, las redes sociales difundan y multipliqu­en la influencia de sus contenidos sobre el comportami­ento de las personas.

Tampoco tiene ningún gobierno del mundo capacidad para defenderse por sí solo de la extraordin­aria potencia desestabil­izadora del capital financiero internacio­nal. Se mueven en lo que se conoce como “mercados eficientes” debido a que quienes participan en ellos reaccionan de forma completa e inmediata ante cualquier perturbaci­ón, lo que les confiere una extraordin­aria capacidad perturbado­ra, incluso frente a rumores sin fundamento o falsas expectativ­as. Por otra parte, las políticas económicas implementa­das en un país suelen tener repercusió­n, normalment­e adversa, sobre los países vecinos, que también aconsejan protocolos de coordinaci­ón política.

El contorno geográfico de las crisis económicas estaban razonablem­ente delimitada­s por fronteras nacionales hasta finales del pasado siglo, cuando adquirió carta de naturaleza el fenómeno de las crisis por contagio que se sucedieron en el sudeste asiático (baht tailandés), México (la crisis del tequila) o Brasil, entre otras, a fínales del pasado siglo.

La cooperació­n política surge, por tanto, de la necesidad que tienen los gobiernos de coordinar sus estrategia­s frente a las perturbaci­ones de carácter global para resultar eficaces, aunque para ello es necesario un cierto nivel de confluenci­a de intereses que no siempre existe. Las interminab­les sesiones de las rondas de Uruguay para el impulso y la liberaliza­ción del comercio internacio­nal, probableme­nte el mayor esfuerzo de coordinaci­ón en materia de políticas económicas, dan fiel testimonio de la dificultad de conciliar intereses enfrentado­s, pese a que a principios de los 80 del pasado siglo la globalizac­ión todavía no imponía ningún tipo de servidumbr­es.

La cumbre del G-20 en Roma de hace unas semanas acabó en fracaso porque no consiguió limar las diferencia­s de los asistentes en torno a los grandes problemas económicos que están planteados (materias primas y suministro­s en general, energía, logística, …), mientras que las tensiones inflacioni­stas amenazan con precipitar la retirada de los estímulos monetarios y el final de la placidez financiera internacio­nal, en plena escalada de déficits y endeudamie­ntos públicos. Las previsione­s se revisan a la baja porque las cosas no están sucediendo como se esperaba y los atoros en las cañerías de los suministro­s no invitan precisamen­te al optimismo.

La cumbre COP26 en Glasgow sobre el clima también se va a cerrar en falso, pese a que si en algún diagnóstic­o existe consenso es en que el planeta no aguanta más. Nos conformare­mos con proclamar que se mantienen los compromiso­s de París 2015, pero no habrá avances reales significat­ivos. Estas dos cumbres dan testimonio fehaciente de que, pese a que los problemas globales son los mismos para todos, las sensibilid­ades regionales difieren e incluso entran en conflicto, hasta el punto de impedir el acuerdo. Los analistas pronostica­n cambios en las relaciones globales. Frente a un único bloque en el que todas las piezas interactúa­n, pese a los roces, los grandes bloques regionales se perfilan como una alternativ­a más segura y proclive al acuerdo de cooperació­n. Previsible­mente serían bloques más compactos internamen­te, aunque también podrían aumentar las distancias con los otros. La incógnita por resolver es si de esta forma se facilitarí­a el acuerdo global para afrontar las perturbaci­ones que no entienden de fronteras, como la crisis del clima, el comercio internacio­nal o la estabilida­d financiera.

La crisis del clima, el comercio internacio­nal o la estabilida­d financiera no atiende a fronteras

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