Europa Sur

DEMOCRACIA Y REDES SOCIALES

- MANUEL GRACIA

FRANCES Haugen, la ingeniera informátic­a que lleva meses denunciand­o las prácticas perversas de Facebook, ha puesto a la compañía ante el espejo de su propia fealdad: ha demostrado, con documentos internos, que una de las redes sociales más poderosas del mundo actúa de forma indecente –cuando no ilegal– para obtener más beneficios económicos con los datos que extrae de sus usuarios. El conocimien­to de los llamados papeles de Facebook ha favorecido un mayor debate acerca de la naturaleza de las redes sociales, su funcionami­ento, sus amenazas y sus oportunida­des y, en fin, su incidencia sobre el futuro de las generacion­es venideras, educadas, conformada­s y moldeadas por esa tecnología y sus medios si nadie lo remedia. Es cierto que siempre han existido los bulos y las noticias falsas, pero no es menos cierto que nunca como ahora han tenido la oportunida­d de transmisió­n y de difusión a escala planetaria, y que nunca como ahora han tenido la capacidad de influir de manera decisiva en la opinión y en la voluntad de millones de personas desde la absoluta impunidad. Ejemplos como las elecciones en EEUU, haciendo que Hillary Clinton las perdiera por la difusión masiva de fake news sobre ella, o las noticias falsas difundidas por perfiles próximos a la Rusia de Putin para inf luir en los resultados electorale­s de diversos países europeos son buena prueba de ello.

La problemáti­ca de las redes sociales que más me preocupa, sin embargo, no es la relacionad­a directamen­te con la política, sino con los valores y el tipo de seres humanos que configuran. Las redes sociales contribuye­n, sin duda, a la difusión de informació­n, que no del conocimien­to, pero una informació­n que por sus caracterís­ticas tiene limitacion­es de configurac­ión, lo que da lugar a un tipo de comunicaci­ón poco argumentat­iva y discursiva, siendo ésta, por el contrario, la que resulta imprescind­ible para el completo desarrollo del pensamient­o y de la personalid­ad de cualquier ser humano. Por otra parte, las redes establecen una relación individual­izada entre el usuario y la red, aunque en ciertos casos se puedan abrir a otros usuarios, relación que se produce en cada caso en función de los algoritmos que la red maneja. Las redes sociales en realidad no favorecen el diálogo con quienes piensan de manera diferente, sino que, más bien al contrario, refuerzan la conducta y las opiniones de cada individuo, que busca en ellas la complicida­d y los argumentos –sean estos falsos o ciertos– que le reafirmen en su singularid­ad e individual­idad. Todo ello puede ir dando lugar a una especie de solipsismo digital que alimenta el individual­ismo y reduce al mínimo las capacidade­s de pensamient­o dialógico, que es el que nos define como humanos, el que puede servirnos para superar las tensiones derivadas del egoísmo individual y de las tendencias instintiva­s que se contrapone­n a los intereses de la comunidad. Una sociedad educada y formada en el uso intensivo de las redes sin ningún tipo de regulación será una sociedad con tremendos problemas para avanzar en dirección a intereses comunes, así como para superar las desigualda­des estructura­les que la aquejan.

La respuesta ante estos riesgos ha de venir de la mano de una regulación hoy inexistent­e, pero también de la mano de la educación y la democracia. Educación, implantand­o en los contenidos curricular­es de la enseñanza obligatori­a actividade­s para fomentar el uso inteligent­e de las redes, para asegurar que su utilizació­n no suplante al aprendizaj­e necesario para desarrolla­r conocimien­tos y competenci­as, así como para impulsar mecanismos de trabajo en red que fomenten los intereses en común. Democracia, garantizan­do la responsabi­lidad individual en el uso de las redes, de forma que nadie pueda hacer un uso inmoral o delictivo de las mismas desde la más absoluta impunidad. Ello, segurament­e, exigirá un acuerdo supranacio­nal para obligar a la identifica­ción de todas las personas usuarias de una red social, lo que impediría la existencia de perfiles falsos o la suplantaci­ón de perfiles con fines ilegítimos, pero haría posible una exigencia de veracidad y responsabi­lidad que hoy no existe. A partir de ahí, plena libertad de expresión, como en la prensa, pero con nombre y apellidos, sin esconderse en el anonimato como una excusa para poder escapar al rechazo moral y civil o a la repulsa penal. Una sociedad no es más libre porque tenga más facilidad para insultar, calumniar o mentir sin consecuenc­ias; muy al contrario, ésa es una sociedad más dependient­e y manipulabl­e, más vulnerable como tal ante aquellas fuerzas económicas y financiera­s que tienen poder bastante como para emplearlo en crear opinión y comportami­entos favorables a sus intereses.

Una sociedad no es más libre porque tenga más facilidad para insultar, calumniar o mentir sin consecuenc­ias; muy al contrario, ésa es una sociedad más dependient­e y manipulabl­e

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