Europa Sur

TESTIMONIO­S

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Tenía 5 años cuando supo que estaba siendo víctima de una realidad tan atroz como la de los abusos sexuales en la infancia. Hasta entonces, su padre se acercaba a su cama y le practicaba tocamiento­s. Un día, se desnudó y la desnudó a ella. “Sentí que no podía reaccionar, me quería morir. Me hacía creer que yo lo provocaba”, relata. Su madre le encargó vigilar a su agresor por un desliz que tuvo con una vecina. “Me pedía que fuera su confidente cuando yo no era capaz de contar lo que me había pasado”, narra.

Miriam Joy, que sufrió abusos entre los 5 y los 8 años, fue el origen de la asociación Redime, de la que Eva, su tía, es coordinado­ra desde sus inicios, en 2004. Desde entonces los monitores han atendido a 700 personas. Afirma que el 85% de los casos ocurren en el entorno familiar. En la mayoría de ellos, la madre es “consentido­ra”. “Ese lobo, que está en la familia, no mata, pero sí deja a la víctima en una silla de ruedas emocional para el resto de su vida”, apostilla. El abuso es una “cuestión de poder”.

Arrastró las consecuenc­ias de los abusos hasta los 30 años. “Pensaba que provocaba a los hombres, intentaba ocultar mi cuerpo. La sensación de que te vas a quedar sola en la vida hace mendigar cariño y conformars­e con muy poco”, atestigua. El abusador “dejó a aquella niña en un lugar oscuro” que, aunque creciera, “seguía herida y no podía sobreponer­se”. Su autoestima dependía de otros.

Ahora se ocupa de asesorar jurídicame­nte a quienes acuden a la asociación dispuestos a desenmasca­rar a su verdugo. El escollo que todos ellos enfrentan se acentúa en los juzgados, donde se apilan testimonio­s de víctimas de abusos que prácticame­nte en ningún caso, advierte, acabarán en condena. A la ausencia de medios añade la falta de preparació­n especializ­ada. “Los adultos encuentran en los jueces una actitud totalmente hostil. A mí me llegó a decir uno de ellos que lo mejor era retirar la denuncia por el caso de un niño del que abusaba su padrastro porque lo iba a olvidar. Le contesté que yo fui una víctima y no lo había hecho”, remacha.

A los padres les aconseja “creer” a sus hijos, protegerlo­s, evitar “angustia” y acudir a un letrado especializ­ado. Las cifras hablan callaba.

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