Europa Sur

El mapa de todas las emociones

- Braulio Ortiz

Durante un tiempo, el pintor Pepe Yáñez creyó que podía escapar del influjo del flamenco. Aquel joven fascinado por el rock olvidaba que aquella expresión formaba parte de sus raíces, y no sólo porque fuera sobrino nieto del guitarrist­a Sabas Gómez Marín, que giró por los escenarios europeos en la década de los 20 y los 30. “En Andalucía, al fin y al cabo, lo jondo es algo que todos tenemos como una marca de fábrica. Las primeras nanas que nos cantaban las madres en voz baja eran flamencas”, sostiene el artista, que, como tantos otros, “gracias al Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick, gracias también a Camarón”, se dio cuenta del error de haber despreciad­o ese patrimonio estremeced­or y bellísimo al que hasta entonces había dado la espalda. “Ocurre como con las ciudades: uno piensa que tiene que irse fuera, que no tiene cabida aquí, pero un día descubre que su entorno es una placenta muy grande donde cabe gente muy diferente. A raíz de comprender eso”, añade el creador, “yo tuve la fortuna de contar con muchos amigos de este ámbito. Porque para meterte en las tripas del flamenco tienes que escucharlo mucho, conocer cómo es. A mí se me abrió esa puerta, y yo la crucé”, recuerda.

Yáñez ajusta cuentas con esa afición en Exvotos flamencos, una muestra que acoge la sede del Instituto Andaluz del Flamenco hasta principios de enero (de lunes a viernes, de 8:30 a 15:00) y en la que plasma, con una paleta colorista y vibrante, el torbellino de sentimient­os que este arte aviva en quien lo observa. En Donde habita la danza, una de las series que recoge la exposición, el pintor no se afana tanto en recoger el movimiento de los bailaores como “el trazo que los cuerpos dejan en el aire, atrapar lo que queda después, esa emoción”. Ese aura que se les escapa a los intérprete­s en plena actuación, ese misterio fugaz que sacude a los espectador­es sensibles, se vuelve aquí materia perdurable. Cristóbal Ortega, director del IAF, señala una feliz paradoja: gracias a la alquimia de Yáñez

con los pinceles, el flamenco trasciende su condición efímera, se mantiene en el tiempo; el movimiento permanece así inamovible.

En Crónicas flamencas, otro de los apartados de la exposición, el artista cambia de registro con una pintura más sombría, “más goyesca, casi un Capricho”. Aquí el componente festivo de los tablaos da paso a algo más telúrico, como si Yáñez se enfrentara a una verdad ancestral que intentara descifrar. “Aquí persigo más lo jondo, esa amalgama de sentimient­os que transmiten los intérprete­s, lo que subyace en esa antropolog­ía tan brutal que tiene este arte. Lo que no se ve, lo que muchas veces no se comprende, que sale de un sitio muy profundo”, analiza. Para Yáñez, en el rostro de un cantaor cabe toda la condición humana, “el mapa del sufrimient­o, de la alegría, de la marginació­n, de la fiesta”. Una bailaora se confunde con un árbol, y sus brazos son ramas, y sus pies raíces, como si en una mujer brotara también la naturaleza más bárbara. “En este apartado”, sopesa Yáñez, “siento que los que pintamos, o los que nos dedicamos a otras artes, no estamos tan lejos del flamenco: como estos personajes, todos los que creamos sacamos cosas afuera que no queremos que se queden dentro”.

El autor bautizó el conjunto Exvotos flamencos consciente de que el flamenco es otra forma de liturgia. “La historia de los exvotos me impresiona desde siempre, desde que, siendo yo niño, el colegio nos llevó al Santuario de Nuestra Señora de la Consolació­n, en Utrera, y aquello me impactó. Allí había de todo, desde el brazo de una muñeca al velo de una novia, como ofrendas por gracias recibidas. He ido a buscar exvotos en Perú, en Nicaragua, en Brasil, cautivado por el tema”, comenta. En la composició­n que da título a la muestra, un mosaico de pequeñas pinturas, Yáñez celebra la diversidad del flamenco. “Era una manera de decir que no es lo mismo escuchar a Mayte Martín que a Agujetas, ver a Mario Maya que a Eva Yerbabuena o a Israel Galván. Quería recrear todas las emociones que genera este arte. Lo que vemos son piezas muy distintas, pero que de alguna manera encajan y definen una forma de expresión que es única”.

Vinculado a la Fundación Mario Maya –se enorgullec­e de haber sido amigo de “uno de los dioses de la danza junto con Gades y Antonio el Bailarín”– y la Fundación Alalá, Yáñez ha participad­o como escenógraf­o

“Como en el flamenco, los pintores también sacamos todo lo que llevamos dentro”, dice

y productor en propuestas de f lamencos a los que admiraba y quería. “Por una cosa o por otra, porque me implicaba en los proyectos o porque eran colegas quienes los interpreta­ban, he ido a muchos ensayos que me han dado una materia prima maravillos­a. Siempre llevaba una libreta y carbón, y sobre lo que trazaba luego trabajaba en mi taller”, cuenta. Así dio forma a los Estudios de movimiento que forman parte de la exposición, y que comparten sala con el cartel del ciclo Flamenco Viene del Sur que Yáñez diseñó para esta temporada. “El anterior que hizo Ricardo Suárez estaba dedicado al cante, y yo pensé en centrarlo en el baile. Después del año que estuvimos confinados quería un leñazo de movimiento, que expresara nuestras ganas de salir, correr, ir al teatro, estar con nuestra gente. Un cuerpo entregado a la libertad del baile ref lejaba eso”.

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