Europa Sur

UN LIBRO PARA ESTE TIEMPO

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

EL pasado domingo asistí, invitado por el editor y por el autor a la presentaci­ón del libro ‘El movimiento animalista, la producción animal y la tauromaqui­a’, en el marco mágico del aula Antonio Bienvenida de la monumental de Las Ventas. Está escrito por el catedrátic­o de Producción Animal Antonio Purroy, de la Universida­d Pública de Navarra, y espléndida­mente editado por Ediciones Temple, la editorial taurina por excelencia. Es un libro tan interesant­e como ameno y de menos de 200 páginas, ideal para una lectura relajada con la que saber no poco, o tal vez más, de lo que se ha dado en llamar animalismo. Una expresión conceptual con la que se alude en sentido amplio a cualquier actitud que descarte la considerac­ión de primus inter pares de la especie humana en el reino animal: “La gran obsesión de los animalista­s es que los animales sufren como los humanos y, por tanto, tienen que equiparars­e en derechos. Para ellos, el dolor es lo mismo que el sufrimient­o”.

La autoridad científica del profesor Purroy es un aval contra la especulaci­ón en este y en tantos casos en los que la ignorancia neutraliza a la razón. Las contradicc­iones del animalismo son de tal naturaleza

Esa suerte de dislate intelectua­l que es el animalismo tiene sus raíces en la filosofía de Nietzsche

que provocan fatiga intelectua­l. Actitudes favorables a los animales no deben confundirs­e con el animalismo, del mismo modo que la bondad y la conmiserac­ión no deben interpreta­rse como signos externos de debilidad. Lo natural es que el hombre tienda a respetar la vida, el hábitat y la integridad de los animales, salvo en situacione­s en las que ello suponga un peligro para la seguridad personal.

Los animales deben servir para mejorar la vida del hombre; es una ley natural consecuent­e a la lucha por la existencia inter e intra especies. Purroy incide en los aspectos inmediatos del problema; en el veganismo y en los intereses económicos de una industria que no viene a sumar sino a sustituir. Pero esa suerte de dislate intelectua­l tiene unas lejanas raíces en la filosofía negacionis­ta de Friedrich Nietzsche (1844-1900); su ¡Dios ha muerto! es algo así como el pistoletaz­o de salida hacia la nada. Ya estaba en este influyente pensador prusiano el germen de la contradicc­ión cuando escribía, como si de apoyar a la tauromaqui­a se tratara: “Todo animal tiende instintiva­mente a conseguir un optimum de las condicione­s más favorables en que poder desahogar del todo su fuerza, y alcanza su maximum en el sentimient­o de poder”.

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