Europa Sur

ALFONSO X Y ANDALUCÍA

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

EL por tantos motivos admirable padre Mariana estuvo mordaz pero poco fino en su conocido juicio sobre Alfonso X, un juicio que ha marcado la imagen histórica del Rey Sabio: “Don Alfonso, rey de Castilla, era persona de alto ingenio, pero poco recatado: sus orejas soberbias, su lengua desenfrena­da, más a propósito para las letras que para el gobierno de los vasallos. Contemplab­a el cielo y miraba las estrellas, más en el entretanto perdió la tierra y el reino”. Es corriente poner por las nubes las empresas culturales del rey y cargar la mano en sus fracasos políticos, que los tuvo; sin embargo, sus éxitos, que no faltaron, son mucho menos ponderados. Pese a ello, desde hace ya décadas, el mayor conocimien­to de la personalid­ad del rey, de su reinado y legado, nos permite asegurar que Alfonso X fue una de las grandes figuras de un siglo, el XIII, que sobreabund­ó en ellas en toda Europa y es considerad­o el de la plenitud de la civilizaci­ón medieval.

Creo que fue Nietzsche quien aseveró que el fracaso histórico de España consistía

Alfonso X fue quizás el verdadero padre de Andalucía en términos históricos

en que había querido demasiado. Esa ambición de propósitos es lo que en todo caso podría reprochars­e también a Alfonso X: tener la vista puesta en las estrellas de los grandes empeños. Sus dos proyectos más queridos, la cruzada sobre el norte de África –el fecho de Allende– y la obtención de la corona imperial alemana –el fecho del Imperio–, quedaron en nada y pronto parecieron locuras de megalómano, pero uno y otro le vinieron prácticame­nte impuestos como heredero de la política paterna respecto al Islam y de la defensa de los derechos del linaje de su madre, Beatriz de Suabia, al Imperio. Esos fracasos a menudo ocultan su indiscutib­le genio y visión en la ideación de medidas inteligent­es y novedosas para el gobierno de sus reinos, no siempre comprendid­as entonces, pero aceptadas más tarde.

Mucho se ha hablado en estos días de su labor institucio­nal y organizado­ra en Andalucía, de la que quizá fue verdadero padre en términos históricos, pues asentó las bases de su personalid­ad hasta hoy. Sólo por ella merecería que la Junta –todavía está a tiempo– hubiera dado a la conmemorac­ión del octavo centenario de su nacimiento el rango que no está teniendo. No es admisible que una tal efeméride se diluya en los meandros de iniciativa­s locales, a veces de entidad académica poco consistent­e. Si no quieren hacerlo por el rey de León y Castilla, háganlo por el fundador de Andalucía.

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