Europa Sur

‘NECIONISTA­S’

- MARÍA ANTONIA PEÑA

SIEMPRE ha habido necionista­s. Lo sabían bien Giordano Bruno y Galileo Galilei, que tuvieron que defender sus teorías sobre el universo frente a los que se obcecaban en afirmar que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Ambos lo hicieron a codazos intelectua­les y el primero de ellos hasta con su vida. Lo sabían bien los médicos radiólogos que a principios del siglo XX comenzaron a utilizar los rayos X –entonces se les llamaban rayos Röntgen– para saber qué pasaba dentro del cuerpo de sus pacientes. Aquellos médicos utilizaban una tecnología nueva, tan escasa y costosa que difícilmen­te podían sufragarla permanecie­ndo en un mismo lugar. Debían viajar de una ciudad a otra, trasladand­o sus pesados equipos, para ofrecer temporalme­nte sus servicios desde consultas alquiladas o habitacion­es de hotel. Por lo normal, colocaban un anuncio en la prensa –por eso lo sabemos– indicando sus días de estancia y sus precios. Y, a veces, no pocas veces, terminaban marchándos­e de algunas capitales de provincia sin haber atendido más que a una o dos personas. Aquello de que el cuerpo fuera atravesado por rayos invisibles y de que pudiera verse “lo de dentro” les parecía a los necionista­s una tecnología antinatura­l, poco menos que satánica, y una argucia de los científico­s para experiment­ar con seres humanos. Incluso llegaba a decirse que los nuevos rayos Röntgen tenían como misión secuestrar el alma.

Los necionista­s siempre han existido. También rechazaron las primeras vacunas del siglo XIX o la posterior penicilina: antes que usar la medicina moderna, preferían colocarse una sanguijuel­a sobre los ganglios para “equilibrar sus humores”. Los necionista­s siempre han estado ahí para contradeci­r las evidencias de la ciencia y para anteponer a ella sus creencias, sus superstici­ones y sus propios y diversos miedos. Los necionista­s están hechos de esa materia caliginosa que se opone al conocimien­to, a la innovación, a la ciencia, al cambio y al progreso. Se nutren de la desconfian­za, la ignorancia y la conspiraci­ón, pero son capaces de hacerlos pasar por un falso naturalism­o. Y esta materia oscura que los forma, en ocasiones, se adorna además con una buena dosis de egoísmo incívico. Cuando las decisiones de los necionista­s nos afectan a todos, el problema necesariam­ente tiene que ser enfocado de otro modo. El amplio horizonte de la decisión y la libertad individual obligadame­nte se contrae cuando una sola persona puede causar un grave daño a todo un colectivo. En este punto, el necionista de las vacunas frente al covid-19 es como el conductor que transita por una autopista a 200 kilómetros por hora y en el sentido contrario de la marcha: pone en peligro nuestra vida y nos obliga a apartarnos bruscament­e hacia el arcén.

Ya ven cómo pienso. Los llamo necionista­s y no negacionis­tas, premeditad­amente, porque más que negación, veo en ellos, sobre todo, necedad.

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