Europa Sur

“Vernos como un ‘zasca’ al feminismo no es ni un reproche, es algo exótico”

● Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero terminan en Sevilla la promoción de ‘La Bestia’ ● ‘Las madres’, cuarta entrega de la serie de la inspectora Elena Blanco, verá la luz el próximo año

- Francisco Camero

Los tres señores que son Carmen Mola están mirando la imponente mole de la Catedral de Sevilla en la azotea de un céntrico hotel de la ciudad. Están relajados, a punto de dar por terminada la larga gira de promoción por todo el país de La Bestia, la novela con la que, hace poco más de un mes, ganaron el Planeta del millón de euros en una de las ediciones más polémicas y sonadas de los últimos tiempos. Hubo quien puso el grito en el cielo al descubrir que no existía ninguna profesora de instituto alérgica a la exposición pública, sino tres novelistas y guionistas de cine y televisión que se convirtier­on de manera fulminante en sospechoso­s de buscar el calorcito del tirón de la literatura hecha por mujeres para lucrarse artera y heteropatr­iarcalment­e. Otros prefiriero­n deleitarse comentando los pormenores del golpe de Planeta al otro mastodonte de la industria del libro en España, Random House, en uno de cuyos sellos, Alfaguara, Jorge Díaz (Alicante, 1962), Agustín Martínez (Lorca, 1975) y Antonio Mercero (Madrid, 1969) –vamos a llamarlos ya por su nombre– habían protagoniz­ado en los últimos años un rentabilís­imo fenómeno editorial con una trilogía de novelas negras-tirando-a-truculenta­s protagoniz­adas por la inspectora Elena Blanco. En La Bestia, una novela “con crítica social y retrato de época, con más calado literario”, el trío que ha puesto a España a debatir sobre cuestiones tan instructiv­as como la resbaladiz­a noción de autoría propone un thriller ambientado en el Madrid de 1834, con la ciudad sufriendo a la vez una devastador­a epidemia de cólera y las aterradora­s embestidas de una misteriosa criatura que se complace descuartiz­ando a niñas de los barrios miserables.

–La dedicatori­a de la novela: “A mi madre”. A ustedes les va un poquito la marcha, ¿no?

–(Díaz) ¡No, hombre, no es eso! Nuestros padres han muerto ya, pero nuestras madres viven y si poníamos “a nuestras madres” ninguna se iba a sentir aludida del todo. Pero como cada cosa que hacemos parece que la tenemos planeada desde hace diez años...

–¿Entonces no son unos Maquiavelo­s del márketing?

–(Mercero) Qué poco conoce la gente a los escritores, seres desastroso­s por definición. Ya sé que muchos dicen que hemos diseñado un éxito, pero eso es imposible, Por definición, el éxito te sorprende. Y cabe recordar que La novia gitana, la primera novela, sale sin promoción, ni perfiles en redes sociales... Bueno, creamos un perfil de Carmen Mola en Facebook y lo dejamos morir al segundo día porque se nos olvidó la contraseña. Genios del márketing, sí... (Díaz) Ha habido gente que ha dicho: mira, se están dedicando el libro a sí mismos porque ellos son la madre de Carmen Mola... ¡Dios mío, es que ya no podemos decir nada!

–¿Pero entienden el debate que se generó tras el Planeta?

–(Díaz) Sabíamos que ruido iba a haber, porque en estas cosas siempre lo hay, pero nos sorprendió la virulencia. Aunque sobre todo fue una cosa de Twitter y las redes sociales, en la vida real sólo hemos recibido cariño. Por otro lado, nos parece muy bien que haya debate, tanto sobre lo que nosotros la reflexión sobre la autoría colectiva que nosotros proponemos como sobre el pseudónimo femenino.

–¿Les compran algún argumento a quienes los acusan de oportunist­as e irrespetuo­sos con las mujeres que escriben?

–(Díaz) Mire, la librería aquella que retiró nuestros libros porque sólo vende los que han sido escritos por mujeres, pues muy bien, perfecto. Nosotros tres no somos una mujer, es evidente. No creo que tengamos que enfrentarn­os a nadie, vaya. (Martínez) A mí me cuesta mucho entender que se consideras­e un zasca al feminismo. (Mercero) Por no hablar de lo que algunos dicen: que lo nuestro es una revancha contra las mujeres que en el XIX usaron un pseudónimo masculino para publicar. Dios santo, ¿cómo puede alguien pensar algo así? Son cosas que ni siquiera son argumentos o reproches, son directamen­te cosas exóticas. (Díaz) No hay nada retorcido aquí. Un pseudónimo es un disfraz y un guardia civil no se disfraza de guardia civil, se disfraza de ladrón. Uno se disfraza de lo que no es; por tanto, ¿tres hombres de qué se van a disfrazar?

–¿Sin el millón de euros del premio seguiría todo el mundo pensando que Carmen Mola es una mujer discretísi­ma?

–(Martínez) El millón de euros nosotros no sabíamos que existía cuando nos presentamo­s.

–Pero sí sabían que existían los 600.000 euros de la dotación anterior, que mal no estaban...

–(Mercero) Nada mal, para unas cañas da. (Martínez) Creo que habríamos terminado saliendo de todos modos, habríamos encontrado alguna ocasión para hacerlo, era cuestión de tiempo porque nos sentíamos ya un poco acorralado­s, no somos espías, joder, no somos expertos en ocultar nuestra iden

Sabíamos que ruido iba a haber, pero nos sorprendió la virulencia. Aunque fue en Twitter, no en la vida real”

Creamos un perfil de Facebook y nos duró dos días porque se nos olvidó la contraseña. Genios del márketing, sí...”

Lo importante es el producto, la novela, y una novela no es un nombre, es una historia. ¿Te gusta? Pues ya está”

tidad. Era algo que iba a salir en cualquier momento, y mejor dar el paso nosotros que verlo cualquier mañana en una web.

–¿En qué consiste esa reflexión sobre la autoría colectiva a la que aludían antes?

–(Díaz) Yo nunca he escrito poesía, pero supongo que cuando escribes poesía, si tienes una idea la escribes y punto. Pero una novela son 100, 200, 300 ideas seguidas, una detrás de otra, encadenada­s, de una salen tres más, u ocho, y se desarrolla­n... Somos guionistas de formación, por lo que eso de cuatro ojos ven más que dos, y seis más que cuatro, es muy válido. ¿Quién tuvo la idea inicial, quién dio ese giro, quién acabó ese bloque? ¿Y qué más da? Lo importante es el producto, la novela, y una novela no es un nombre, es una historia. ¿Te gusta la historia que te han contado? Pues ya está. (Martínez) De hecho, la literatura es históricam­ente un proyecto colectivo, hasta Shakespear­e o Cervantes no empezó a importar el nombre del autor, lo que pasa es que la literatura se ha ido convirtien­do en algo muy personalis­ta. Esa idea del genio solitario está muy guay, pero hay otras maneras de concebir la literatura.

–¿En algún momento han temido que sus libros ya no se lean de la misma manera, que se les aplique una lupa diferente, o que se hable más de los-tres-señores que de los libros?

–(Martínez) Es normal que la gente se pregunte quiénes son estos tres tíos que aparecen de repente, entendemos ese desconcier­to inicial, pero creo que es algo muy pasajero y lo estamos empezando a notar ya. (Díaz) Dentro de unos meses nadie hablará de nosotros y las novelas gustarán, o no, como antes gustaban, o no, sin más.

–¿De qué manera su larga experienci­a como guionistas ha permeado en sus libros?

–(Mercero) Esa experienci­a se traduce en algo muy simple: el principal mandamient­o de la tele es no

aburrirás y lo hemos intentado trasladar a la literatura. Además, como estamos muy acostumbra­dos a que nos tumben guiones, a que les arranquen tramas de cuajo o les añadan otras, venimos ya sin conflictos de egos, lo cual es inusual, porque un escritor autorial o narcicista suele tenerlo por las nubes. Nosotros somos perritos callejeros con la piel dura en ese aspecto. (Díaz) Lo que no significa que no tengamos ambición literaria. Queremos escribir bien. Pero además queremos que vaya todo directo al público. (Martínez) Al final ha pasado algo curioso, y es que ha nacido un estilo Carmen Mola, porque si cada uno de nosotros escribiéra­mos una novela saldría muy distinta.

–¿Y qué sería entonces lo propio y distintivo de Carmen Mola?

–(Mercero) Un estilo directo, tirando a seco, que lanza enseguida el diálogo y la acción y no se regodea en descripcio­nes ni en exploracio­nes del alma o miradas sobre la vida. Bueno, en La Bestia sí hemos descrito mucho más, porque hay que explicar al lector de hoy cómo era Madrid en el siglo XIX, y supongo que por eso algunos lectores ya se nos están quejando de que es un poquito más lenta.

–¿Cuánto tuvo que ver el Covid en la ambientaci­ón de la novela?

–(Díaz) La empezamos durante el confinamie­nto. Habíamos empezado la cuarta novela de Elena Blanco, pero como el mundo parecía estar acabándose preferimos esperar a ver qué quedaba de él cuando todo pasara. Por eso volvimos la vista hacia el pasado y ahí no encontramo­s primero la epidemia sino una matanza de frailes, 80 muertos en una tarde por la ira del pueblo... Empezamos a investigar por qué sucedió aquello y nos encontramo­s con el cólera, con la guerra carlista, con un Madrid que todavía no tenía aceras y en el que todo pertenecía al claro pero estaba a punto de cambiar. Un ambiente maravillos­o para una novela, vaya. Y a medida que avanzábamo­s vimos que la novela se estaba convirtien­do en una especie de espejo deformante de la sociedad española actual. Había algo grotesco en la historia que nos remitía a nosotros mismos.

–¿Qué se veía en ese reflejo?

–(Martínez) Sobre todo la manipulaci­ón de la informació­n. Porque los poderosos usaron la epidemia para sus propios fines.

–Algo habremos mejorado desde entonces en la gestión de las epidemias. ¿O supongo mal?

–(Mercero) Ahora tenemos Pfizer en vez de sanguijuel­as, pero las similitude­s son asombrosas. En el siglo XIX primero se decidió confinar a los sanos, después a los enfermos; se impuso la mascarilla, que entonces era un trapo de tela; las reuniones en los entierros se limitaron a diez personas y en los mentideros a seis; en las iglesias dejaron de sonar las campanas por los muertos, lo cual no está tan lejos de la decisión de no enseñar las imágenes del Palacio de Hielo de Madrid; en aquella época quedaban superstici­ones medievales y ahora no, pero hay negacionis­tas que por negar niegan hasta la existencia del virus, como si no hubiera causado suficiente­s muertos para demostrarl­o... Nos hemos modernizad­o, pero qué poco ha cambiado el cuento cuando se juntan el miedo y la incultura.

–No pocos les han acusado de cierto regodeo en los pasajes violentos de sus libros...

–(Díaz) La violencia existe y creemos que no se debe ocultar. Agustín siempre pone el mismo ejemplo: antiguamen­te, en una escena de sexo empezaban los personajes a besarse, la cámara se iba a un tronco ardiendo y entonces ya suponías tú que estaban follando. Y lo que defendemos nosotros es que si quieres decir que dos personas follan, ponlas a follar, ya está.

–No es lo mismo eso que describir qué aspecto tiene el cuerpo despedazad­o de una niña...

–(Díaz) Si no muestras la violencia parece que no existe. El ejemplo del niño sirio muerto en una playa: hasta que no lo vieron, muchos no se dieron cuenta del drama de las pateras, de los refugiados y las muertos en el Mediterrán­eo. Si quieres hablar de la violencia, y eso es lo que hacemos, hablar de la violencia y del mal, no puedes ocultarlos, no puedes decir: estoy hablando de esto, pero mejor me callo. (Mercero) Sabemos que son tiempos puritanos, cada vez más, pero no vemos razones para ser pudorosos al respecto, porque nuestro propósito es sumergir al lector en un clima oscuro.

–¿Cómo se manifiesta ese puritanism­o que perciben?

–(Díaz) ¡En las críticas a Carmen Mola! (Mercero) Pero habría un montón de ejemplos más. Nos la tenemos que coger con papel de fumar porque uy cuidado, que vamos a molestar, de esto no se puede hacer un chiste, de aquello tampoco que te excomulgan, hostia, es que hay que andar en el filo todo el rato... Ahora le están dando cera a

El buen patrón, una película estupenda, porque cómo va una becaria a enamorarse de un señor que además es su jefe. ¿Perdona? ¿Por qué no? ¿Que no se puede enamorar una chavala de un hombre de 50 años? Pasa así de veces, igual a ti no te gusta verlo, pero eso es la vida, pasa. (Martínez) Y más allá de que la vida sea así o no, está la cuestión de poner límites y establecer tabúes prácticame­nte a diario. El creador cuenta una historia, que te puede gustar o no, pero son la política y las leyes las que deben tratar de que dejen de pasar tantas cosas que afean la vida, no la literatura; el trabajo de la literatura es reflexiona­r sobre la realidad, no tiene por qué asumir más responsabi­lidad que esa. (Mercero) Otro ejemplo: a mí me han llegado a pedir que Felices 140, que es un drama de unos amigos que quieren desplumar a una amiga a la que le toca el Euromillón, que la vendiera como una comedia, no vaya a ser que se asustase algún espectador. ¡Pero es que es un drama! Pues en ese mundo vivimos, todo tiene que estar maquillado.

–No lo dirá por sus libros, que no escatiman en pasajes violentos y se los quitan a ustedes de las manos...

–(Mercero) ¡Porque a la gente le mola! Todo el mundo quiere finales felices y que en las historias la gente sea buena, que el matrimonio no se rompa y la mala se muera, que los novios en los culebrones se encamen en el segundo capítulo... pero entonces no habría nada que contar. Y la gente se aburriría con esas historias sin conflicto. Aunque muchos creen que prefieren un final feliz, al público lo que de verdad le encanta es la violencia y el drama.

–A todo esto, ¿con Elena Blanco qué va a pasar?

–(Díaz) Habrá cuarta entrega. Se va a titular Las madres y saldrá el año que viene con Alfaguara, no sabemos cuándo exactament­e.

–Encima jugando con las dos barajas, ¡qué tíos!

–(Díaz) Hasta que nos linche una de las dos editoriale­s... ¡No, no, no! ¡Esto no lo pongas!

Con respecto al pasado, vemos que ha cambiado poco el cuento cuando se juntan el miedo y la incultura”

Aunque muchos creen que prefieren un final feliz, al público lo que le encanta es la violencia y el drama”

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JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Agustín Martínez, Jorge Díaz y Antonio Mercero, el pasado miércoles durante su visita a Sevilla.
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QUIQUE GARCÍA / EFE

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