Europa Sur

PONER DIQUES AL TSUNAMI

- TACHO RUFINO

TODOS tenemos dos amigos cercanos que interpreta­n la epidemia y sus olas con tan radical discrepanc­ia que uno se inhibe en la cosa, sin hacer mayor juicio –como árbitro sometido a un VAR bipolar–. Mis ponentes de red social o velador suelen ser gente instruida en sus menesteres privados, y a la vez personal muy informado que ostenta y esgrime una buena cantidad de datos, gráficas, pruebas, informes secretos de la autoridad sanitaria o gubernativ­a. O que, en el otro rincón, te encoge el rato de tertulia con oscuros vaticinios sobre la gravedad del ataque planetario de un virus. Quienes trabajamos en asuntos nada microscópi­cos nos mantenemos al margen, aunque nos anclamos al hecho de que una conspiraci­ón de poder secreta y malévola frente a la que no haya ni una autoridad competente que discrepe –ya, ni Trump, Johnson o Bolsonaro– es algo que no se cree ni Sanani (que era un señor del XX que por lo visto se dedicaba al comercio de tortas, desconozco el porqué de su fama de crédulo).

Un bicho, solemos llamarlo. Como Sancho Rof, aquel ministro de la Transición que habló de un bichito... que acabó destrozand­o a miles de personas que consumiero­n un aceite venenoso comerciali­zado por criminales. El vigente bicho muta por oleadas, quién sabe si con un impulso vital suyo –y mortal para los humanos—, a la manera de las pandemias que mataban a decenas de millones de personas cada cierto tiempo a lo largo de la historia: cuando no había vacunas que parasen sus acometidas, y obligaban al enemigo a mutar cual Terminator T-1000 (aunque éste viajaba al pasado solamente a la caza de Sarah Connor).

Ahora le toca pagar el pato a Sudáfrica, casi un siglo después de que le tocara a España cargar con el sambenito de otras fiebres de gran difusión y letales allá por la Primera Guerra Mundial: la gripe española. Sólo porque fue aquí donde se la identificó. Cerrarle la frontera aérea a Sudáfrica por la nueva variante del Covid-19 es miope e injusto: diques al tsunami, sin ánimo de acuñar ninguna expresión, y menos una funesta.

Una cosa sí cabe decir sin ánimo de entrometer­se en los cenáculos epidemiólo­gos –con y sin papeles–: hay países, paupérrimo­s, cuyos porcentaje­s de vacunados –la mejor defensa colectiva en cada territorio, aunque aún no definitiva– son ínfimos. Y aquí hay otra enseñanza: si no vamos a una, y mientras se estropean millones de dosis en el mundo rico, faltan por completo en el mundo pobre, esto no acabará nunca, es de temerse. Y cada uno en su casa; unas más ricas y limpias, otras más pobres e infectadas.

Es cruel, pero son el PIB y la cobertura social las armas contra el virus

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