TRES MOMENTOS GRANADOS (HABLO DE VICENTE)
HE conocido a casi todos los tipos de la especie en la universidad, incluidos los necios, y siempre he preferido a la minoría cuyo mejor libro ha sido su conducta personal. A ella pertenecía Vicente Granados.
Hablar con él era entrar en una zona de confort donde resultaba posible dialogar, sin el azogue escolar de examinarse de continuo con este o aquel compañero hasta en los encuentros de los lavabos. O competir en la exhibición de los últimos logros, generalmente evacuados en algún artículo jcr, siglas del Journal Citation Reports, creado para medir el impacto científico y que, en tantas ocasiones, solo calibra limitadas excrecencias del saber o simple ignorancia, por regla general mal llevadas al inglés.
Con Vicente me unían muchas vecindades, incluidas la asturiana y la gallega o la de vivir en el mismo barrio. Cuando llegué a Málaga, fue el primero en hablarme del halagüeño futuro de la ciudad, algo sobre lo que muchos naturales no creían, y que poco después escuché también a un catalán que hablaba del Mediterráneo próspero. Una confianza que le llevó a volcar sabias intuiciones en proyectos estratégicos, y en el trasplante de optimismo documentado, una de sus fortalezas. Sin duda, aquella visión me animó a recorrer desde el sur el tiempo por venir, que ahora cuento treinta años después.
En una ocasión, al final de un acto con mucho público, Vicente tomó la palabra. No tenía pregunta alguna que hacer, ni buscaba aclaración. Me pedía que trasladara una queja a los organizadores de un foro que se iba a celebrar días después en Salamanca, dirigido por un sociólogo amigo. Entre los más de treinta participantes previstos, advirtió, solo había una mujer, que además pertenecía, creo recordar, a una institución patrocinadora. Hice público su pellizco, y el sociólogo amigo, hoy maestro de ajustes demoscópicos, reprendió la osadía que venía del gallego y anunció, ante un auditorio mudo, que en sucesivos encuentros mi lugar sería ocupado por una mujer. Nunca supe si eso fue así, pero sí que no volví por aquellas citas anuales, con lo que se venía a verificar el aserto del mandamás, allí presente, cuando decía: el que se mueve no sale en la foto.
Hace unos meses, coincidimos en una prueba de los World Transplat Games, que tenían en Vicente el gran animador español. Me invitó a inscribirme en la página web, correr cinco kilómetros solidarios y enviar los resultados a Estados Unidos. Hicimos parte del camino juntos en nuestra vecindad física y afectiva. Luego, con una mascarilla que no lograba ocultar su permanente sonrisa, vino a entregarme en recuerdo una camiseta con el lema de la prueba: “Vuelta al mundo por la donación”. Ya no volvimos a vernos. Desde entonces, cada vez que paso delante de su casa, y lo hago a diario, levanto la mirada hacia la terraza por donde tiempo atrás paseaba los encierros de la pandemia, y aún creo oír el “¡Berni!” de su afecto.
Tal vez no lo he dicho claramente. Vicente nos dejó hace poco, pero está tan vivo en el recuerdo que ese detalle me ha parecido menor.