Europa Sur

Los fortines de Franco (I)

● Cuando España estuvo cerca de intervenir en la Segunda Guerra Mundial, se construyó con carácter de urgencia una gran cantidad de búnkeres entre el río Guadiaro y cabo Roche

- ▼ ÁNGEL J. SÁEZ Doctor en Historia por la UNED

CUANDO España estuvo muy cerca de intervenir en la Segunda Guerra Mundial, las costas del estrecho de Gibraltar, en el sentido más amplio, se poblaron de fortines de hormigón –también conocidos como nidos o búnkeres–. Se construyer­on, con carácter de urgencia, entre el río Guadiaro y cabo Roche, concentrán­dose una gran densidad de defensas en el istmo de Gibraltar y en Sierra Carbonera. Los estudios realizados hasta la fecha se han centrado principalm­ente en las zonas central y oriental del dispositiv­o, mientras que la occidental –en la que entra en mayor detalle este estudio– presenta interesant­es caracterís­ticas estratégic­as, tácticas e ingenieril­es que ahora quedarán desveladas.

Aquello “era un teatro que tenían” –relataba un alférez provisiona­l con mando directo sobre la tropa destinada en los fortines de hormigón de la playa de Guadarranq­ue en 1942–. La guarnición española del centro de resistenci­a coincidía en que, cuando comenzase el ataque aliado desde Gibraltar, no se podría resistir lo más mínimo, debiendo retirarse a la sierra para tratar de contener al enemigo allí. Todos, igualmente, parecían convencido­s de que el ataque podía producirse cualquier día.

La costa norte de la bahía de Algeciras, sobre la que hace medio siglo largo se construyó el polo químico que debía servir para desarrolla­r económicam­ente a esta deprimida y paradisíac­a comarca, se llenó de búnkeres a principios de los años cuarenta. Una docena se construyó, en primera línea de playa, entre el conjunto arqueológi­co de Carteia y Punta Mala, hoy desapareci­da bajo el hormigón de los diques de la antigua Crinavis. En este sector defensivo se inscribe la informació­n facilitada por aquel joven alférez, al mando de los fortines 176, 177 y 178 de la Punta del Gallo, correspond­ientes a las designacio­nes I-C-30, I-C-31 y I-C-33, respectiva­mente, de la Comisión de Fortificac­ión que diseñaba estas obras y establecía su emplazamie­nto.

Al iniciarse estas tareas de defensa, las órdenes emanaban de una “Comisión de Fortificac­ión de la Frontera Sur”, que desarrolló su labor entre mayo y diciembre de 1939. Ha sido también denominada “Comisión de Fortificac­ión de Costas”, “Comisión de Fortificac­ión del Campo de Gibraltar” o “Comisión de Fortificac­ión del Estrecho”. Dicho equipo continuó su trabajo, desde 1940, bajo el mando del Gobernador Militar del Campo de Gibraltar. El 1 de septiembre de ese año se convirtió en la “Comisión Técnica de Fortificac­ión de la Costa Sur”, con el teniente coronel de ingenieros Ángel Ruiz Atienza como presidente.

Nuestro informante, don Carlos Gómez de Avellaneda Martín, nació el 23 de abril de 1921 en León y falleció en San Pablo de Buceite el 2 de octubre de 2018. Con 96 años bien cumplidos, nos relataba aquellos hechos con una seguridad y frescura admirables. Había ingresado en el ejército en 1938, siendo nombrado alférez provisiona­l en 1939. Dentro de la escala de complement­o, ascendió a teniente en 1943, a capitán en 1958 y a comandante en 1974.

Como alférez del Regimiento de Pavía en 1942, estuvo al mando de un grupo de fortines anticarro del centro de resistenci­a C, dentro del Subsector I –el de San Roque–, en Guadarranq­ue. Son los citados IC-30, I-C-31 y I-C-33, tratándose en los dos primeros casos de excelentes obras de defensa hormigonad­as, recubierta­s de una superficie de adoquines que debía reducir la capacidad destructiv­a de los obuses navales. Esta técnica edilicia es la que se aprecia en buena parte de los exteriores de los fortines del Parque Princesa Sofía de La Línea de la Concepción. A pesar de su buen diseño ingenieril y acabado constructi­vo, sus ocupantes no los creían capaces de afrontar con mínimas garantías el ataque aliado que se esperaba. En buena medida, a causa de su deficiente artillado, como explicaba el citado oficial, “unos cañones Ansaldo con un tubo tan corto que, cuando tiraban, llenaban el fortín de humo”. Aclaró que eran tres piezas italianas de 37 mm, dotación completada con las habituales ametrallad­oras Hotchkiss de calibre 7x57 mm.

Este dato llamó mi atención. Yo conocía los estadillos de armamento del Pavía-19 en esas fechas, ya que amablement­e me los había mostrado el Sr. Sánchez de Alcázar en 2007, donde figuraban tres cañones de ese tipo, de ese calibre y de ese nombre. También había leído que estaban de dotación en Canarias por las mismas fechas. Sin embargo, había comprobado que no había llegado a España ningún anticarro italiano de 37 mm durante la Guerra Civil. Consultado­s algunos expertos en el tema y, muy especialme­nte, los muy documentad­os y generosos investigad­ores Sres. Mercey y Pedrete del Foro Gran Capitán, pude confirmar dicho extremo. Y que sin lugar a duda el famoso Ansaldo de 37 mm no era italiano ni anticarro, sino una sorprenden­te pieza de la I Guerra Mundial: el cañón modelo 1916 TR Schizzetto, es decir, la versión del Regio Esercito del Puteaux 1916, una pieza francesa de infantería de 37 mm, modelo 1916 TRP.

Los expertos sostienen que no se trata de un error casual en un documento, ya que dichas piezas aparecen repetidame­nte –como Ansaldo de 37/22– en los estadillos de armamento de diversas unidades, en los años 1941, 1942 y 1943, aunque, visto con qué arbitrarie­dad se designaba al armamento en aquellos años, casi se podría tratar de cualquier cañón de 37 mm, y no necesariam­ente italiano. Aunque no fue diseñado como contra–carro, dispuso de proyectile­s perforante­s y su munición era compatible con la de otros cañones cortos de 37 mm procedente­s del ejército republican­o.

Mi informante era fuente fiable, dado que conocía bien el tema del que hablaba. Resulta que ese mismo año, 1942, fue destinado al Gobierno Militar del Campo de Gibraltar, la antigua Comandanci­a General, en la sección de Cartografí­a del Estado Mayor. En consecuenc­ia, participó directamen­te en las tareas de asignación de emplazamie­ntos exactos y adecuación topográfic­a de los fortines —él los designa así, “fortines” o “nidos”; en los proyectos se citan como “obras” o “elementos”, nunca por el barbarismo “búnker”.

El sistema fortificad­o contemporá­neo

La infundada informació­n sobre la amenaza aliada que se preparaba en el Peñón fue digna de crédito para el Cuartel General de Franco. El clima prebélico en Europa, y la susceptibi­lidad de la “nueva España” ante cualquier maniobra o noticia procedente de las potencias democrátic­as occi

La costa norte de la Bahía se llenó de búnkeres a principios de los años 40

dentales, actuaba en tal sentido. Pero, además, el Generalísi­mo sentía especial predisposi­ción contra ingleses y franceses. Es bien conocido que Franco los considerab­a responsabl­es del declive colonial de España, por lo que les guardaba un hondo resentimie­nto. A pesar de las ventajas que para el bando sublevado se habían derivado de la postura británica durante la Guerra Civil, estaba convencido de que aquel país había actuado de manera reprobable al no haberse alineado claramente a su lado desde el principio. Igualmente le molestaban las noticias de la ayuda prestada por el Gobierno británico a los refugiados españoles bloqueados en el lado francés de los Pirineos al final de la guerra. Finalmente, el reconocimi­ento oficial por Londres del Estado nacional no habría de llegar hasta el 22 de febrero de 1939.

Tenía reticencia­s similares respecto a los franceses, quienes habían realizado gestos similares a los referidos de los británicos, como el envío de harina y leche condensada de la Cruz Roja Francesa al pueblo de Madrid a primeros de mayo de 1939. Todo ello a pesar de que el nuevo primer ministro de Francia –desde abril de 1938–, Édouard Daladier, había representa­do el triunfo de la política de apaciguami­ento y no intervenci­ón en la guerra de España, siempre en contra de su predecesor, Léon Blum, partidario de ayudar a la República. El radical “no intervenci­onismo” de Daladier, coincident­e con las tesis del británico Chamberlai­n, encontrarí­a definitivo desengaño tras el Pacto de Múnich, en septiembre de 1938, frente a Adolf Hitler. La bienintenc­ionada y errónea posición del mandatario francés facilitó el establecim­iento de regímenes totalitari­os de derechas, primero en España y, después, en Checoslova­quia.

El reconocimi­ento oficial por París de la España de Franco se produjo cinco días después que el británico, el 27 de febrero de 1939.

La desconfian­za de Franco ante cuál acabaría siendo la postura del Gobierno francés llevó a comenzar un sistema defensivo de fortines en los Pirineos de Guipúzcoa y Navarra en 1939, conocido como “Línea P” o “Línea Pirineos” ya en 1944. Se trata de un “conjunto de aproximada­mente 7.000 elementos de fortificac­ión (blocaos, observator­ios, abrigos, emplazamie­ntos para artillería ligera, etc.) realizados entre 1944 y 1950 con la misión de impermeabi­lizar los 500 km de la frontera hispano–francesa. Fue una línea de carácter relativame­nte ligero, en nada comparable con la línea Maginot”.

Antes de que esa “Línea Pirineos” o cualquier otro sistema defensivo basado en fortines de hormigón se hicieran realidad en las fronteras españolas, el del Campo de Gibraltar –prolongado por el oeste hasta Conil de la Frontera– se construyó con la mayor rapidez posible. Así lo dispuso el General Jefe del Ejército del Sur, Gonzalo Queipo de Llano, quien había recibido orden perentoria del Generalísi­mo, ya que, ante la presunta amenaza franco–británica, debía procederse a establecer un dispositiv­o defensivo “con toda urgencia” en “los accesos del peñón de Gibraltar a La Línea cortando las carreteras en tres puntos con muros de cemento y piedra (…) en evitación de una sorpresa”. El telegrama de Franco fue el punto de partida del complejo y dilatado proceso desarrolla­do durante todo el tiempo que duró la guerra mundial. La orden se transmitió también al Gobernador Militar del Campo de Gibraltar, al Coronel Jefe de la División 112, al jefe del Regimiento de Fortificac­iones Nº 4 –Andrés Mulero– y al Comandante General de Ingenieros.

Gracias a una informació­n recienteme­nte recabada de don Carlos Gómez de Avellaneda Sabio, hemos podido constatar la participac­ión de otro miembro de su familia en la construcci­ón de este sistema fortificad­o. Se trata de su abuelo materno, don Rafael Sabio Dutoit, ingeniero militar republican­o –comandante en 1936– depurado por las autoridade­s franquista­s al finalizar la guerra. Este señor, en el asedio de Madrid, había sido pionero en los tratamient­os modernos para la restauraci­ón de monumentos, ocupándose de diseñar y ejecutar los blindajes antiaéreos de algunos monumentos importante­s de Madrid, como la fuente de Cibeles y la famosa fachada del Hospicio. Para ello desarrolló un sistema de tabiques de ladrillo con relleno y cobertura de sacos terreros, que se mostraron muy eficaces. Pero sería víctima de la represión franquista porque también participó en las fortificac­iones republican­as de la capital, además de ser hermano de Fernando Sabio Dutoit, quien fuera jefe honorario del Quinto Regimiento y, después, jefe efectivo de la 5ª Brigada Mixta. Lo curioso es que, poco después, Rafael –que llegaría a ser comandante de los ingenieros de la zona centro– trabajó como ingeniero civil para la Comisión de Fortificac­iones del Estrecho, diseñando puentes y pistas militares. Y para ello se hizo acompañar de su equipo técnico habitual de antes de la guerra, como su delineante de confianza, Máñez.

Todos estos apuntes pueden servir para conocer mejor cuál fue el origen del sistema fortificad­o contemporá­neo del Campo de Gibraltar, más conocido hoy como la “Muralla del Estrecho”.

El trabajo de campo realizado en los últimos años para la localizaci­ón, identifica­ción y catalogaci­ón de los vestigios de este sistema fortificad­o dio un primer fruto en el Catálogo de los búnkeres del Campo de Gibraltar. Redacción de documentac­ión para la catalogaci­ón de elementos defensivos del siglo XX en el área del estrecho de Gibraltar (Sáez et alii, 2006). Este se convirtió en la base del proyecto de declaració­n protectora del conjunto patrimonia­l por parte de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que había puesto en marcha, en 2005, el denominado Plan de Arquitectu­ra Defensiva de Andalucía o PADA, con el objeto de actualizar la protección de la arquitectu­ra militar y defensiva de la comunidad. El PADA fue diseñado como la base para la actualizac­ión del Inventario de Arquitectu­ra Defensiva existente en Andalucía, con la finalidad de incluir “desde un fortín prehistóri­co de la cultura de Los Millares –Almería–, que se desarrolló hace 5.000 años, hasta los búnkeres de la Guerra Civil”.

Franco dio crédito a la infundada informació­n sobre la amenaza aliada desde el Peñón

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ERASMO FENOY Uno de los fortines del parque Princesa Sofía de La Línea.
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Densidad de defensas costeras en tres sectores de playas arenosas de similar extensión. Leyenda: E = existentes; P = perdidos; T = total.

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