Europa Sur

ANGELÍN OJEDA

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN

HAY dos cosas de las que no se cambia en la vida: de grupo sanguíneo y de equipo de fútbol. Todo lo demás es más movible de lo que quisieran los beneficiar­ios de la inmovilida­d. Asombra ver que temas tan hondos como la ideología y le religión, que pensamos bien cimentadas en nosotros, muten y pasen con frecuencia al bando contrario, con la misma pasión y fanatismo que se defendían las ideas opuestas. No es casual que fanático venga del latín fanum, es decir, templo. La amistad con Angel Ojeda Avilés -Angelín de los tiempos del colegio Claretme ha convencido de que esas rigurosas estructura­s son más un barniz que una construcci­ón interna. En estos últimos tiempos, las posturas políticas que teníamos ambos andaban muy distantes. Pero el factor humano era otra cosa. Ángel era de esas personas centrípeta­s que saben arracimar sobre sí a los demás, lo mejor de los demás, lo más divertido de los demás. No es momento ni lugar para hablar de su actividad política. Admito saber poco de ello, pero sí conozco algo más de esas otras capas hondas de su ser, las que justo hacen que los tejemaneje­s de la cosa pública se vean como lo que en realidad son, un barniz que cubre algo más oculto y complejo, tal que si alguien desde el espacio viera el planeta tierra y pensara que esa fina película verde, ocre y azul es todo lo que constituye el globo, y no la profunda naturaleza del planeta que es la que en realidad mueve a todo el resto más arriba.

Por eso quiero homenajear hoy al pícaro compañero de colegio, al luego impagable amigo que nos reunió y acogió, cosa más meritoria de lo que se cree, porque supone gastar el tiempo propio en el tiempo ajeno, saber estar con los otros, cimentar las relaciones humanas en cuanto a desgaste personal, por muy satisfacto­rio que sea luego el resultado, al sentirse uno catalizado­r y pivote de un momento y un grupo. Pero hay que atreverse, hay que arriesgar que no te acepten, en especial quienes nada esperan de ti porque nada te piden o nada precisan ya del poder. Esas personas gracias a las cuales las reuniones existen, son más cálidas, y las conversaci­ones más relajadas. Personas que saben enderezar, casi sin darse cuenta, la singladura de una charla para que vaya esquivando aristas y quedándose solo con los puntos comunes y que las gentes se arrimen, que lo pasen sencillame­nte bien. Ese tipo era Ángel Ojeda. Y al maldito le salía como sin querer, como el que respira. Qué ironía cuando ha sido justo el respirar lo que le ha fallado al final, como si esa conspiraci­ón con sus antiguos compañeros de colegio le hubiera minimizado a él el aire propio. No olvidemos que conspirar es justamente eso, respirar junto a otro. Nuestro compañero Ángel Ojeda está ya respirando, conspirand­o con nosotros en el lugar al que cada cual envía a las gentes que quiere. En mi caso, a ese buen patricio romano que sin duda hubiera sido, solo desearle de todo corazón que la tierra le sea ligera.

Fue un impagable amigo que nos reunió y acogió, cosa más meritoria de lo que se cree

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