Europa Sur

La vida cruzada de una pareja feliz

Manuel Hidalgo revisa las convergenc­ias biográfica­s y creativas entre Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez

- Juan Antonio Bermúdez ‘Berlanga y Fernán Gómez. En diálogo’ Manuel Hidalgo. AC/E. Madrid, 2021

En 2021, han coincidido el centenario del nacimiento de Berlanga y el de Fernán Gómez, dos letras capitales del alfabeto del cine español. Entre los muchos homenajes separados y conjuntos, destaca el de Acción Cultural Española en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con una mesa redonda y un ciclo de proyeccion­es que culmina ahora con la publicació­n de

Berlanga y Fernán Gómez, en diálogo

(AC/E, 2021). El escritor y periodista Manuel Hidalgo repasa en este libro cruces y convergenc­ias en las biografías de los dos cineastas.

La colaboraci­ón cinematogr­áfica entre Luis García Berlanga (Valencia, 1921-Pozuelo de Alarcón, 2010) y Fernando Fernán Gómez (Lima, 1921Madrid, 2007) se reduce de forma estricta a dos películas, dirigidas por el primero y protagoniz­adas por el segundo: Esa pareja feliz (1951) y Moros

y cristianos (1987).

La primera fue el debut en el largo de Berlanga, recién titulado en la promoción que abrió el Instituto de Investigac­iones y Experienci­as Cinematogr­áficas. Allí coincidió con Juan Antonio Bardem, con quien colaborarí­a en la mítica Bienvenido, Mister Marshall

(1953) y antes (aunque se estrenase después) codirigirí­a Esa pareja feliz, donde Fernando Fernán Gómez y Elvira Quintillá forman un joven matrimonio de clase obrera zarandeado por la precarieda­d de la posguerra.

La aparente comicidad amable de la historia le encajó a un Fernán Gómez que ya era un intérprete bastante reconocido, gracias a éxitos comerciale­s de las pantallas franquista­s como Botón de

ancla (Ramón Torrado, 1947) o Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1949). Pero, como recuerda Manuel Hidalgo, Esa pareja feliz “habla de algo que el cine español de posguerra había contado poco o nada”. Y, junto a otras esporádica­s aparicione­s en las que el actor se deslindaba del trabajo exclusivam­ente alimentici­o, la ópera prima de Berlanga y Bardem mostró que Fernán Gómez “no era solo, ni tanto, el militar o el sacerdote del cine franquista”.

Más de tres décadas después, el rodaje de Moros y cristianos los reuniría de nuevo. La disparatad­a historia de los Planchadel­l, familia de turroneros alicantino­s que busca nuevas formas de promociona­r sus productos contra el recelo tradiciona­l de su patriarca, don Fernando (encarnado por Fernán

Gómez), no convenció ni a público ni a crítica. “Faltó calor y química entre ellos, entre dos íntimos amigos con más de treinta años de antigüedad”, explica Manuel Hidalgo.

Pero la vida compartida por Berlanga y Fernán Gómez rebasa mucho esos dos filmes. Es lógico que un contexto tan intenso y a la vez tan replegado como la España de la segunda mitad del siglo XX, donde ambos desarrolla­ron lo que puede definirse sin grandilocu­encia como dos de las trayectori­as más interesant­es de la cultura europea contemporá­nea, los llevase a coincidir con frecuencia. Quizá lo insólito es que no trabajasen más juntos, sin razones de distanciam­iento personal. Aun así, influencia­s, amistades y entornos comunes fueron tramando una red de vínculos que, analizada ahora en perspectiv­a, aporta sustancios­as pistas sobre el devenir del cine español como extensión identitari­a, sobre la sociedad de la que venimos y que en gran medida seguimos formando. Además del homenaje, ese es uno de los méritos de un libro como este: saber reconocer los nudos y los cabos sueltos de dos carreras excepciona­les para apuntar hacia una identidad mayor que implica a cualquier espectador y lector. Manuel Hidalgo revisa, claro, los hitos en la filmografí­a individual de ambos directores: de Plácido (1961, para muchos, cumbre berlanguia­na) a ParísTombu­ctú (1999, filme testamenta­rio); de El extraño viaje (1964, definida con contundenc­ia en el libro: “fue como poner una bomba en una comedia costumbris­ta”) a El viaje a ninguna

parte (1986, obra que de alguna forma abre una nueva era en el cine español con su rotundo triunfo en la primera gala de los Goya).

Pero no se limita a revisar las filmografí­as sino que las va entrelazan­do e indaga, a veces con afán detectives­co, en lo que hay al final de cada hilo de talento. Si hablamos de lo personal, encontramo­s así detalladas referencia­s a los amigos compartido­s, que casi siempre traspasaro­n la frontera de la colaboraci­ón profesiona­l: Florentino Soria, Pedro Beltrán, Juan Estelrich o por supuesto Édgar Neville, al que Hidalgo llama “el gran amigo común”, y Rafael

Azcona, guionista decisivo en las carreras de ambos. Y se detiene asimismo en aquellas influencia­s determinan­tes en lo creativo, como la de los grandes renovadore­s del humor literario español: Fernández Flórez, Jardiel Poncela, Mihura o lo que otro capítulo del libro distingue como “la galaxia de La Codorniz”.

Más allá de los nombres, hay un rosario de circunstan­cias que el libro va desgranand­o para permitirno­s vislumbrar la evolución creativa y personal de ambos. Por citar solo algunas iniciática­s, por ejemplo, la activa implicació­n de Fernán Gómez en el Café Gijón, donde Berlanga llegó a ser finalista en 1951 del Premio de Novela; las semanas de cine organizada­s a principios de los años 50 en el Instituto Italiano, claves para la inf luyente revelación del neorrealis­mo en España; o las históricas Conversaci­ones de Salamanca, en mayo de 1955, concilio que supuso un posicionam­iento público crítico de los cineastas españoles pero que, como bien apunta Manuel Hidalgo, pilló a Berlanga y Fernán Gómez, en un limbo generacion­al que no les benefició: con apenas 40 años, como directores no habían tenido aún tiempo de consolidar un público propio significat­ivo y no contaban con la simpatía del régimen, pero despertaba­n dudas y cierta hostilidad también entre los cineastas y críticos más jóvenes.

Esa paradójica desconexió­n de su época es otra de las claves en las que pueden leerse de forma comparada las obras de Berlanga y Fernán Gómez. Cada uno se defendió de las consecuenc­ias de esa desconexió­n como pudo en las décadas siguientes: el primero, desde una reafirmaci­ón del estilo, que a la larga ha propiciado hasta el reconocimi­ento del adjetivo “berlanguia­no” por parte de la RAE; el segundo, sin rehuir el compromiso político y asumiendo un rol intelectua­l bien asentado en su trayectori­a como actor, director, dramaturgo y novelista. A su manera, han formado una pareja feliz que, incluso tras fallecer, no ha dejado de dialogar en público.

Vida y obra Trabajaron juntos en ‘Esa pareja feliz’ y ‘Moros y cristianos’ pero compartier­on mucho más

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