Europa Sur

Polifonía de Bosnia

● Retrato de un pueblo que vive con perseveran­cia

- Javier González-Cotta ‘La piedra permanece’ Marc Casals. Libros del K.O. (Madrid, 2021). 304 páginas. 19,90 euros

LOS bosnios dicen que tienen tres vidas. Una antes de la guerra, otra durante la guerra y, una tercera, después de la guerra. Han pasado ya casi treinta años de la matanza producida entre croatas, serbobosni­os y bosniacos musulmanes en Bosnia-Herzegovin­a (1992-1995). El recuerdo de la guerra y de sus atrocidade­s no puede soslayarse aún. Pero Marc Casals ha intentado aquí, en La piedra permanece, que aquella herida, si bien latente y pesarosa (cuando no visible aún en el paisaje de hoy), brotara de forma natural en el relato de cada uno de los 16 bosnios a los que ha ido conociendo, incluso cordialmen­te, durante varios años de estancia en Bosnia.

De ahí, por tanto, la presente polifonía. El autor, por voluntad de estilo, desaparece para que sea la voz de los otros, transmutad­a en el tiempo, la que tome su ritmo fluyente en el relato, igual que si cada una de estas voces fuera uno de esos ríos hermosos que f luyen por el pequeño país (el Drina, el Neretva, el Una, el Vrbas, el Sava) y sin los que no podría entenderse su cultura y, al cabo, su híbrido paisanaje.

La última guerra, como queda dicho, está ahí presente, como capítulo que asoma de entre el largo avatar de la historia (siglos de dominio otomano, la Frontera austrohúng­ara, el terrible resuello de la Segunda Guerra Mundial, hasta el desembalaj­e de Yugoslavia en los 90). La piedra permanece nos muestra que los bosnios de hoy, pese a todo lastre emocional, viven la vida con admirable perseveran­cia y humor de sí mismos. Incluso se muestran cantarines, hospitalar­ios y parlanchin­es cuando la confianza abre su ángulo al forastero.

No hay personaje aquí cuya historia no cale hondo. El vitalismo práctico de fray Mirko; el halo de sobrio dolor y soledad de Fazila cuando en Srebrenica desaparece el ruido del homenaje anual a las víctimas de cada 11 de julio; el amargo resabio de la posguerra en los serbobosni­os (Srdan o el periodista de vieja escuela, Mladen o el músico para bodas a la orilla del Drina, Dobrila o la última sibila eslava); las canciones de Alma a través del sevdah; David Kamhi o la pávida huella del sefardí en Sarajevo o, entre otros testimonio­s, el triunfo moral de Kemo como supervivie­nte del horror en el campo de Omarska. Todas las voces, como la piedra, permanecen también en nosotros.

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JOSÉ ÁNGEL GARCÍA
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