Europa Sur

SIN PIEDAD

- CARMEN CAMACHO

LO mismo que hay libros de lectura obligada en los institutos, debieran verse ciertas películas como parte importante de la formación de quienes comienzan a abrirse al mundo. Para mí, una de ellas es Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet, director muy atinado en esta y otras obras. Es bueno verla por la interpreta­ción de los actores, por sus primeros planos –auténticos retratos psicológic­os–, por la calidad del guion… y, por supuesto, por los valores que trasmina. Precisamen­te por esto último quizá no pasaría el filtro del pin parental: el protagonis­ta resulta radical y revolucion­ario. Se atreve a disentir, no grita ni se amedrenta ante los gritos e insultos de quienes lo tienen todo claro, tiene conciencia y hace uso de ella, siente compasión, razona y, sobre todo, duda. Habrá quien lo considere mal ejemplo para sus hijos. En esta sociedad, en la que conceptos básicos de lo que llamamos democracia, tales como reinserció­n, presunción de inocencia, derecho a un juicio justo e imparcial han comenzado a ser vistos como “buenistas”, una peli así interpela a lo grande. Me atrevo a decir que hoy descoloca más que cuando se interpretó en Estudio 1, allá por 1973.

En los pasados días he seguido en este diario las nuevas informacio­nes en torno al asesinato de Marta del Castillo, y he visto el documental ¿Dónde está Marta?, atónita ante la cantidad de errores y ángulos muertos que arroja el caso. He visto el dolor de unos padres que educaron a su hija en libertad, con cariño y respeto. En los sospechoso­s que ha habido a lo largo del proceso, he podido entrever perfiles para los que la psicología forense probableme­nte reserve diferentes nombres (ojo, con ello no quiero decir que me parezcan enfermos mentales, nada más lejos). En los comentario­s en las redes a una de las noticias en torno al Cuco, alguien escribe que lo que le viene bien a este individuo es “un tiro en la frente”. Sin piedad. Son habituales este tipo de comentario­s ante casos como este o el del niño Gabriel o el de la Manada. También es habitual el ataque feroz a los abogados que asisten a los incriminad­os en su derecho constituci­onal a la defensa. Para Marta hubo muerte; la sentenciar­on uno o varios de estos individuos. Sobre el culpable ha de caer de forma certera el peso de las leyes propias de una democracia avanzada. Esto es lo que diferencia a la civilizaci­ón de la barbarie, y a la gente con escrúpulos de todos asesinos, psicópatas y verdugos, convictos o en potencia.

La película ‘Doce hombres sin piedad’ debiera ser de proyección obligada en los institutos

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