Europa Sur

FLAUBERT Y NOSOTROS

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

Alos dos siglos de su nacimiento, aquel genio de Ruan con aspecto de morsa melancólic­a es recordado, mayormente, como el autor de Madame Bovary, por motivos que a nadie se le escapan. Una mujer joven, embargada por el tedio rural (ahora diríamos la “Francia vaciada”), se arroja en brazos del adulterio y acaba destruida por las convencion­es sociales. Sin embargo, hoy sabemos que el adulterio es tanto o más aburrido que el matrimonio –y desde luego, mucho menos dramático para sus practicant­es– de modo que la modernidad

de Bovary nos cae algo lejos, mientras que su Bouvard y Pécuchet aún sigue iluminando las oscuras sendas de la posmoderni­dad con su necedad laboriosa y acrisolada.

Al parecer, Flaubert quiso escribir su Salambó para dar “una idea del amarillo”, y no sólo para evocar, Roma contra Cartago, la suntuosida­d y el estrépito de la Antigüedad pagana. Este gusto por la Historia era hijo del Romanticis­mo y nieto de la Ilustració­n. Y es la Ilustració­n, precisamen­te, su caricatura espuria y convencion­al, lo que Flaubert ensaya con esos dos aficionado­s, resueltame­nte ignorantes, que se creen émulos del caballero De Jaucourt y no hacen sino revolver conceptos y legajos sin fruto alguno. De algún modo, la posmoderni­dad es heredera de Bouvard y Pécuchet, teorizando y generaliza­ndo con profusión, pero en sentido

inverso al requerido. Donde antes se soñó la Igualdad, hoy se postula lo Idéntico; donde antes se dijo Fraternida­d, ahora se prefiere el Particular­ismo. Esta minoración y victimizac­ión del individuo también cabe interpreta­rla desde el capital: los discursos de la identidad, el género, las razas, las etnias, etcétera, triunfante­s desde los ochenta, entran perfectame­nte en el concepto de “nicho de mercado”, de probada eficacia y rentabilid­ad, no sólo económica. O dicho a la manera apocalípti­ca y ahistórica de Bauman: son el hijo póstumo y más refinado del capitalism­o.

Todo esto puede interpreta­rse, claro, como un triunfo de Herder contra Montesquie­u, cuando se ríe de su “hombre universal”, al que calificó de inexistent­e. Pero se trata justo de lo contrario. Herder concebía al hombre y a la historia matizados por las circunstan­cias. Montesquie­u, sólo como un fruto anaerobio de sus leyes. De igual modo, la prédica retardaria de los etnicistas y particular­istas de hogaño lo fía todo al más craso determinis­mo y niega la libertad del hombre; vale decir, niega la infinita capacidad de equivocars­e de Bouvard y Pécuchet, mártires de lo posmoderno.

La prédica retardaria de los etnicistas lo fía todo al más craso determinis­mo y niega la libertad del hombre

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