Europa Sur

VIVA LA HISTERIA

- EDUARDO JORDÁ

HACE un mes se anunció que había aparecido una variante particular­mente virulenta del Covid en Sudáfrica, la variante ómicron. Al instante, nuestros propagador­es profesiona­les de histerias y terrores colectivos –que vienen a ser los nuevos hechiceros de la tribu, con sus calabazas y sus cuernos de antílope en la cabeza– empezaron a proclamar la inminente llegada del Apocalipsi­s y de las lluvias de azufre y fuego. Pero ahora se acaba de confirmar que no ha habido ni una sola víctima mortal en Sudáfrica y que las consecuenc­ias de la variante ómicron han sido mucho más benignas que las de la variante Delta, que tampoco fue tan mortífera como se nos había anunciado. La noticia de la aparición de la terrorífic­a variante ómicron recorrió los platós de televisión de medio mundo –o del mundo entero–, y eso creó una razonable angustia en mucha gente. En cambio, la noticia de que no ha habido ni una sola víctima mortal en Sudáfrica apenas ha tenido repercusió­n alguna.

¿Qué está pasando aquí? Se mire como se mire, todo indica que la histeria es muy rentable y que interesa que la población se muestre angustiada e inquieta al precio que sea. Y por eso mismo, los grandes medios de comunicaci­ón –las television­es, sobre todo– se han convertido en propagador­es y distribuid­ores de toda clase de noticias alarmistas que sólo buscan provocar el histerismo de los espectador­es como si estuvieran viviendo el fin del mundo. Y en vez de calmar a una población desorienta­da y temerosa, los grandes medios de comunicaci­ón se dedican a difundir las noticias de la forma más alarmante posible. Cuando más miedo infundan, más audiencia piensan tener. Y se pasan la vida compitiend­o con las cadenas rivales en busca de la noticia más estremeced­ora –por disparatad­a que sea– con tal de provocar el mayor grado de aflicción y miedo entre el público.

Es una estrategia suicida. Los gobiernos, que no saben qué hacer y que sólo quieren aparentar que toman alguna medida –por lo general inútil– que pueda proteger a la población, se ven obligados por la avalancha de noticias alarmistas a tomar decisiones cada vez más restrictiv­as, y que además anulan derechos fundamenta­les de los ciudadanos. Y así vamos entrando en una espiral diabólica de la que nos va a ser muy difícil salir. No olvidemos que la gente de la calle está muy cabreada. Qué desastre.

Los grandes medios de comunicaci­ón se han convertido en propagador­es de noticias alarmistas

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