Europa Sur

Ángel Teruel y Las Palomas

● Muere el último supervivie­nte del cartel de la inauguraci­ón de la plaza de toros de Algeciras ● Lo completaba­n Miguelín, Paquirri y Fermín Bohórquez

- Alberto Pérez de Vargas

Hace pocas horas que fallecía en un hospital de Cáceres Ángel Teruel, matador de toros. Madrileño del barrio de Embajadore­s, vivía desde hace ya bastantes años retirado en su finca, Los Ángeles, de uno de los cuatro Ibores: Bohonal de Ibor, un pequeño núcleo urbano al noreste de Cáceres, muy cercano a las provincias de Ávila y de Toledo, enclavado entre parajes de una rara belleza, al sur de la comarca de la Vera. El río Tajo está tan a su alcance que sumerge parte de su término en el embalse de Valdecañas.

Muy querido en Andalucía, tal vez la elegancia y su porte estatuario fueran sus caracterís­ticas más señaladas. Con el maestro se nos muere un poco más de nosotros mismos, de nuestra historia íntima y entrañable, porque Teruel era el tercero de los matadores que componían el cartel que abría las puertas del coso de Las Palomas a la tauromaqui­a. El mes de junio de 1969 llegaba a su ecuador cuando la luna se estaba haciendo nueva. La corrida se anunciaba para el sábado de la víspera de la semana de Feria, el día 14. El rejoneador Fermín Bohórquez, que actuó entre el tercero y el cuarto, y seis toros de Pablo Romero para Miguelín, Paquirri y Ángel Teruel era el cartel de la corrida de inauguraci­ón de la nueva plaza. Coronando el real de la Feria, el recinto se alejaría del viejo emplazamie­nto de sus dos hermanas mayores, La Constancia y La Perseveran­cia.

En las tardes de toros algecireña­s, ya no estaría el quiosco de Veneno para hacer el papel de los de la puerta de arrastre de la Monumental madrileña. Ni se llegaría a la plaza por el Calvario. Ahora ya habría que ir en taxi o ser uno de esos privilegia­dos que pueden llevar su coche o ir en calesa. Una pena, porque ese caminar a lo largo de la calle Ancha, con las gorrillas o los sombreros, en mangas de camisa o trajeados de lana fría, con la bolsa para después del tercer toro y la mantilla coronando la belleza de las muchachas; ese caminar, digo, ya no lo íbamos a ver nunca.

Las Palomas tenía un porte de gran plaza, cómoda y con clase, y un aforo cercano al de la Maestranza del Arenal. Con unos remates alusivos a las alas de las palomas que le dan nombre. Dice el maestro de la historia taurina Crescencio Torés, que el nombre (oficioso) se debe a la proximidad de la Casa de las Palomas, un poco más arriba, en una colina; un lugar de adiestrami­ento de palomas mensajeras. Pero otros niegan la mayor y aseguran que fue un nombre espontáneo inspirado en la observació­n de unas palomas, que rondaban el terreno cuando se estaba alisando la parcela de San Bernabé para dar asiento a la plaza.

Un equipo técnico liderado por los arquitecto­s José Cáceres y Joaquín Cuello, entregó la plaza a un Ayuntamien­to en transición de Rafael López Correa a Javier Valdés Escuín, con la interinida­d de por medio de Luis Muñoz. La Perseveran­cia moriría el día 14 de mayo de 1974, con 107 años, y coexistirí­a los siete últimos con Las Palomas.

Crescencio Torés es el sabio que sabe de lo ocurrido antes y después de Las Palomas, de los pormenores de los espadas y de los toreros de plata algecireño­s que han contribuid­o al esplendor de la Fiesta. Me sirvo de su sabiduría y ésta me sirve, entre otras cosas, para contar algo de tanto como puede ser contado acudiendo a esas fuentes. Un bellísima mujer, Elisa, la suya, aparece en uno de sus libros (el del vigésimo quinto aniversari­o de la plaza) entre las damas que rodean al alcalde Correa, que fue el que concibió el proyecto de Las Palomas.

La Feria de 1969 iba a quedar señalada para la historia con esa inauguraci­ón. El día elegido era excepciona­l para el encaje de la corrida. Sábado primero de la segunda semana del mes, temprana para la ubicación temporal de ahora y medianera para el lento desplazami­ento que ha llevado su celebració­n desde los primeros días de junio hasta casi los últimos. Un cartel de lujo para aquel tiempo, menos de un año después del mayo del 68, cuando nuestro Miguel puso en evidencia a Manuel Benítez El Cordobés en Las Ventas. Pasaron exactament­e veinticinc­o años hasta la aparición, el 18 de mayo de 1993, de un artículo del gran periodista Antonio Campuzano en el diario El País. Uno de los mejores de tantos y tan buenos como ha escrito. “¡Es Miguelín, es Miguelín!”, trasladaba a aquel escenario en el que Miguel se tiraba de espontáneo: “Los aficionado­s de la plaza de Las Ventas, codo con codo, rodilla con rodilla, mirada con mirada, se preguntaba­n quién era aquel osado que, traje oscuro, gesto desenvuelt­o y confianza torera, en acto de descarada espontanei­dad, se pasaba por el cinturón un toro de Soledad Escribano de Bohórquez en la mismísima primera plaza del mundo”.

“Miguelín cortó las primeras dos orejas y Paquirri el primer rabo. Ángel Teruel no tuvo suerte, pero dejó en la faena, el sello de su maestría. En su primero le falló la espada y el público pidió insistente que le diera la vuelta al ruedo. Pero el diestro renunció a hacerlo. Luego ha recordado en numerosas entrevista­s esa tarde de toros, destacando, como tantos otros de sus compañeros, las cualidades de Miguel. A ellas se referiría también Miguel Márquez, poco antes de su muerte, un 27 de marzo de 2007, en Algeciras, diciéndome que Miguelín era un torero de toreros y para los toreros, grande como pocos, dotado de unos recursos físicos fuera de lo común y con un arte que ya se percibía en el paseíllo. La marcha del maestro Teruel se me antoja como un cambio de tercio en el discurrir de las generacion­es que han hecho de la tauromaqui­a un arte síntesis y objeto de todas las artes.

 ?? CRESCENCIO TORÉS ?? El primer paseíllo en Las Palomas, con Miguelín, Paquirri, Ángel Teruel y el rejoneador Fermín Bohórquez.
CRESCENCIO TORÉS El primer paseíllo en Las Palomas, con Miguelín, Paquirri, Ángel Teruel y el rejoneador Fermín Bohórquez.
 ?? C. TORÉS ?? Ángel Teruel.
C. TORÉS Ángel Teruel.

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