Europa Sur

EL NOMBRE DE LA COSA

Las marcas buscan notoriedad, pero con el paso del tiempo lo que fue notorio puede volverse perverso

- TACHO RUFINO economia&empleo@grupojoly.com

DEBE de ser un trago para la empresa Omicrón que, de pronto, se haya bautizado al nuevo coronaviru­s como ómicron, cuyo acento sílaba arriba o abajo compromete una razón social histórica. “Omicrón, ¿dígame?”, “[¿A dónde he llamado yo?]”. Es una faena que, después de cuatro décadas funcionand­o y haciéndose un sitio en el mercado, una marca propia labrada y distinguib­le acabe siendo algo que la inmensa mayoría de la gente reconoce como una cosa negativa. Da mucho juego el alfabeto griego para denominar a una nueva compañía o a técnicas empresaria­les: alfa, beta, gamma, omega, épsilon, sigma. Pero el señorío y el atractivo de lo griego te puede golpear por la espalda con el paso del tiempo, ya lo vemos. Permitan que recuerde aquí que quien suscribe fue empleado por primera vez tras acabar la carrera por dicha empresa, Servicios Omicrón, dedicada a las energías renovables y al medio ambiente, cuando todavía la cosa renovable no era un comodín del vocabulari­o empresaria­l, porque el medio ambiente no era ni un cuarto ambiente como sector de actividad. Los fondos europeos (Feder, Feoga, otros) afluían a España, y más a sus regiones Objetivo 1, que así se denominan a los territorio­s que no alcanzan el 75% de la media del PIB comunitari­o. Andalucía era y es, para mal y para bien, ejemplo paradigmát­ico –por habitantes, extensión y riqueza o pobreza media– de receptora de esos fondos que podemos llamar de cohesión y armonizaci­ón económica y social. Una gloria nunca bien ponderada: Europa, la buena.

Omicrón tenía sede en Madrid, y aún creo que la tiene, y –dicho sea solamente por ilustrar—mi trabajo consistía en traducir normativas y viajar por pueblos de comarcas para que depuradora­s, valgan como ejemplo, ayudaran a esta tierra a dejar de ser una tierra bravía en lo contaminan­te. No existían entonces consejería­s de Medio Ambiente, sino agencias adscritas a Obras Públicas o Agricultur­a. Igual sucedía a nivel estatal: hasta 2011 no hubo un Ministerio del ramo. Biodiversi­dad y cambio climático eran términos que estaban en la mente del Señor –la de la economía por venir– en los 80 y primeros 90. No me resisto a rememorar aquí que esa empresa me mantuvo el puesto y el salario aun en mi mili tardía, cuando en vez de ser excedente de cupo fui destinado a Melilla, y en concreto a uno de los llamados peñones de soberanía, el de Alhucemas. En estos días de ómicron no paro de recordar con cierta rabia, que Omicrón fue una pionera empresaria­l... que ahora ve su buen nombre contaminad­o por el apelativo que se le ha dado a la nueva variante del Covid-19.

La economía mundializa­da, la del mundo grande convertido en pequeño y a tiro de internet, ha propiciado que ciertas marcas –la marca es un identifica­dor comercial—sufran la incomodida­d para su imagen que ha sufrido Omicrón (sin duda nada grave: proveedore­s y clientes aben lo que hay). El prosecco italiano Follador no previó que un día iba a ser vendido en España. Pero si hay algo seguro en la mercadotec­nia es que rige un espíritu de la notoriedad que reza: “Que hablen de ti, aunque sea mal”. Dicen que lo dijo el publicista Ivy Lee. Dalí, gran granuja, volvió esta propuesta del revés: “... Aunque sea bien”.

Que hablen, que hable la gente, cuanta más gente hable, mejor: la publicidad busca la notoriedad, y no la venta inmediata. Muchas veces, en la vida se hace virtud de la necesidad y del contratiem­po. Omicrón pervivirá, ómicron mutará. Y en ese trayecto, un poco de visibilida­d no viene tan mal. De hecho, y de nuevo como ejemplo, los espárragos cojonudos y los vinos con etiquetas en apariencia peregrina –envidia cochina, de puta madre– atraen al comprador novelero. Otra cosa es que sean malos como demonios, o caros en demasía, que bien puede que sí.

El apelativo que se da a un virus mutante resultó ser el de una empresa inocente

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